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Internacional

El retrato del horror

Zheger Hay Harb

La nota colombiana

La Universidad Nacional de Colombia ha decidido hacer un homenaje a las víctimas del conflicto armado y mostrar el horror que este ha significado, buscando que nunca vuelva a repetirse y mostrando también que puede haber un futuro mejor con el logro de la paz.

La base son las fotografías del periodista Jesús Abad Colorado, quien ha dejado registro gráfico de las masacres, los desplazamientos, el dolor de los familiares de los desaparecidos y la indefensión de las víctimas, pero también una luz de esperanza con las fotos de los desmovilizados intentando iniciar una nueva vida y los desplazados que retornan a sus antiguos hogares.

He tenido la inmensa responsabilidad y el gran honor de editar los textos que acompañan las imágenes, que posteriormente se transformarán en un libro que recoja ese invaluable testimonio.

La exposición consta de unas mil fotografías expuestas en cinco salas del claustro de San Agustín, una antigua iglesia convertida en museo bajo el cuidado de la universidad. Varios televisores proyectan imágenes y algunos textos, entre ellos los testimonios de las víctimas, reproducidos en plotter sobre las paredes.

Hay cuadros estadísticos que dan cuenta de lo que ha significado esta guerra insensata: la mayoría de las 261,000 víctimas son civiles (214,000), muchos de ellos caídos en 4,210 masacres; 80,400 personas han sido desaparecidas; siete millones fueron desplazadas de manera forzada; 15,738, la mayoría de ellas mujeres, niñas y adolescentes, fueron víctimas de violencia sexual.

Baste decir que durante todo el periodo de las dictaduras del Cono Sur, en Argentina desaparecieron a 35.8 y en Chile 30.2 personas por cada cien mil habitantes mientras en Colombia la medida macabra da 93.2 para el mismo rango.

Los ríos de desplazados huyendo de las masacres, las imágenes, acompañadas de testimonios sobre la deshumanización a que llegaron sus perpetradores, los relatos de cómo regiones que eran productivas quedaron devastadas luego de que ante los ojos de sus familiares y vecinos torturaron y asesinaron y luego, con el pueblo arrasado, tuvieron que huir para salvarse, son imágenes que nos interpelan y nos ponen frente a la realidad de esta tragedia que nunca más podremos negarnos a reconocer.

Las víctimas del genocidio de la Unión Patriótica, el asesinato de líderes sociales, los asesinatos de defensores de derechos humanos, de académicos que investigaban las masacres y las causas del conflicto armado, los rostros de las madres de los muchachos asesinados en los “falsos positivos”, todos fueron registrados por el lente de este fotógrafo.

La foto de un uniformado con capucha señalando una casa sirvió como prueba de cómo los militares utilizaron informantes civiles -en su mayoría antiguos guerrilleros y paramilitares- en esa acción que realizaron conjuntamente para expulsar a las milicias de la Comuna 13 de Medellín con saldo de muertos y desaparecidos de la población civil.

Viendo las fotografías no podía quitarme de la cabeza la exclamación del personaje de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad: “el horror, el horror”; no podía dejar de recordar cuando en funciones como procuradora judicial penal llegué a Bojayá dos días después de la tragedia: las ruinas de la iglesia, el pueblo destruido, la desesperanza de los pobladores, en un cien por ciento afrocolombianos, ante esta tragedia que venía a sumarse a su miseria habitual: las FARC dispararon un cilindro bomba contra los paramilitares, pero cayó en medio de la iglesia donde se habían refugiado.

Las fotos tomadas después de la firma del acuerdo de paz muestran la generosidad de las comunidades para aceptar la petición de perdón de los excomandantes de las FARC, como ocurrió en ese pueblo, donde los recibieron con un telón donde bordaron los nombres de todas las víctimas y la imagen del Cristo de su iglesia mutilado por la explosión.

También con el posconflicto y la confesión de muchos victimarios de todas las orillas ha empezado la búsqueda de desaparecidos, de la cual hay constancia en fotografías de exhumación y duelo.

Hay registro de hechos alentadores, como el del resguardo indígena de la comunidad Inga, desde hacía mucho tiempo dedicada a cultivos ilícitos, que decidió colectivamente “ni una planta más de amapola” y hoy vive de la producción de alimentos en el campo.

Se hizo famosa la foto de un guerrillero que marcha en fila hacia su desmovilización llevando en su morral un osito de peluche, como imagen de un futuro en paz.

Pero para mí el retrato de la esperanza es la foto de una casa derruida de la cual medio quedan en pie las paredes, sin techo ni piso ni puertas ni ventanas y, en medio de esa desolación, una mesa pequeña con un mantel y un vaso con flores. La mujer que se vio obligada a abandonar esa casa quiso conjurar la muerte poniendo un soplo de vida en el que había sido su hogar.

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