Síguenos

Última hora

Ataque armado en Xmabén: campesino muere tras recibir tres disparos

Internacional

La política de renacer desde el caos

Pedro Díaz Arcia

Al referirse al halago de Newt Gingrich, presidente del Legislativo (1995- 1999), quien escribió que ningún mandatario desde Abraham Lincoln había sido tan injustamente maltratado por los medios de comunicación como “su presidente favorito” (en alusión a Donald Trump) este agregó al texto el pronombre “¡Yo!”, para no dejar dudas de que el “peso pesado” republicano hablaba de él; es decir, de un enviado del Señor que despacha en la Casa Blanca.

Para el presidente, a medio camino de su mandato, y quien hasta noviembre del año pasado gobernaba desde una zona de confort, pues los republicanos dominaban la Cámara de Representantes, el reality show se le hace cada vez más difícil.

La victoria demócrata, al cambiar la correlación de fuerzas en el Congreso, se ha convertido por el momento en un contrapeso para no hacerle el juego al gobierno en asuntos que, como promesas de campaña, entorpecen el estado de gracia con sus seguidores. En este sentido, el compromiso de levantar el valladar con México es una prioridad para su pretendida reelección. Uno de sus “fans” afirmó que Trump “está muerto si no construye ese muro”.

Acostumbrado a ordenar sin reclamos, más bien sin aceptar la menor disensión, sufre de reiteradas perretas ante una resistencia opositora que no cede ante el chantaje; mientras esta, a su vez, espera que vaya a beber, de cuando en vez, en pozo ajeno.

Y aunque es poca la distancia entre la Casa Blanca y el Capitolio, el abismo entre republicanos y demócratas se amplía, en medio de una grave crisis institucional; con la baza de intereses puesta por unos y otros en la contienda presidencial del año entrante.

El magnate, que ha amenazado con declarar una emergencia nacional dada la presunta crisis humanitaria en la frontera sureña, lanzó el sábado una propuesta al Partido Demócrata para una solución de “sentido común bipartidista” que permitiera poner fin al cierre parcial de la Administración, pero sin renunciar a la construcción del muro. Como un trueque de “dando y dando”. Una aparente cesión de iniciativas antes canceladas por su carácter temporal, entre otras objeciones, a cambio de soltar sus manos de orfebre de estructuras metálicas. El bando azul la rechazó.

Respecto al cierre parcial, Trump dijo públicamente que se sentiría orgulloso de decretarlo y que no le preocupaba si duraba meses o años; sin embargo, le resulta una pesada carga. Además de su carácter multiplicador, pues hay 800,000 trabajadores afectados, la enorme mayoría en sus casas y otros laborando sin salario; la decisión le cuesta a los contribuyentes 1,200 millones de dólares a la semana; la cifra podría alcanzar ya unos 5,800 millones de dólares, más de lo que Trump exige para continuar con un “inútil e inmoral” muro, como lo llaman los demócratas.

En un inquietante proceso de desgaste entre las partes, millones de ciudadanos se encuentran en un anárquico limbo: las facturas pendientes, los cheques faltantes, y la incertidumbre sobre cuándo concluirá una situación en la que no tienen voto pero que pagan por un castigo sin culpa.

Más allá de otras consideraciones, la percepción ciudadana acerca de la actual crisis, en el umbral del próximo mes, no favorece a la Administración. Mientras la ilusión de que Estados Unidos se engrandezca desde el caos, pareciera guiar la política de Donald Trump. En todo caso de faltar la quimera, el caos ya llegó.

Siguiente noticia

Enorme tormenta invernal