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Opinión

A tiempo amar y desatarse a tiempo

Jorge Lara Rivera

El caso del periodista saudí-árabe Jamal Khashoggi ejecutado cruelmente en el consulado de su país en Estambul, Turquía, se ha vuelto una pesadilla para sus prepotentes perpetradores y también para los arrogantes patrocinadores de éstos. Las repercusiones del crimen no sólo comprometen la polémica imagen de la dinastía reinante en Arabia Saudita sino el equilibrio de poder en la zona y a la propia política exterior de los Estados Unidos de Norteamérica, dado que ya no sólo se trata de la Ley de derechos humanos de ese país (aprobada en 2016 relativa a violaciones a derechos humanos por otros gobiernos que obliga al Ejecutivo a tomar represalias: la Ley Global Magnitsky) aunque en consonancia invocada por legisladores republicanos y demócratas, exigiendo castigo a la acción saudí, sino de la Ley aprobada en 1973 tras la derrota en Vietnam que limita la facultad del presidente (y eso incluye a Donald Trump aunque a él parezca no importarle –igual que otras tantas, cosas) para no comprometer el apoyo de tropas estadounidenses estacionadas en el extranjero.

La Ley es procedente en el caso del respaldo que Washington brinda a la coalición liderada por Arabia Saudita que apoya al régimen yemení en su combate a los hutíes; y su aplicación es exigida por el Senado del coloso del Norte que se ha pronunciado culpando al príncipe heredero Mohamed bin Salman de ese, tan quisquilloso como estratégico y crucial, aliado de la Casa Blanca en Oriente Próximo (y los planes de reelección de míster Trump) en el homicidio contra el periodista saudita con status de refugiado en Estados Unidos.

Pero en Ankara nadie parece dispuesto a aliviar ni la más mínima atmósfera a la presión contra la monarquía del Reino del Desierto. La administración islámica da filtraciones por goteo de los detalles de la investigación a los medios de comunicación con lo cual ha logrado mantener el tema vivo en la agenda de círculos diplomáticos europeos y norteamericanos por mucho más tiempo del que los implicados deseaban. El canciller y el fiscal turco, pero también el Presidente Tayip Receip Erdogan no han ahorrado detalles macabros consiguiendo dar un habilísimo manejo del ‘timming’ de los comunicados para alargar el suspenso sobre un caso de desaparición que devino en asesinato, pero sin cadáver ni pruebas más allá de grabaciones de audio de ilegal espionaje y vídeos que sólo permiten conjeturar, por mucho que hayan escandalizado a la directora de la CIA y muy escalofriantes que sean.

“Sé dónde cortar” fue la cita escogida por el Presidente turco ante medios de prensa para ilustrar hace unos días el grado de ferocidad con que se cometió el crimen (en alusión al experto cirujano forense enviado desde el reino wahabí con el comando que lo perpetró), aprovechando la circunstancia para asestar un formidable daño a Saudiarabia, su rival sunita, sin importarle las complicaciones que causa a la Casa Blanca que esperaba poder detener el asunto hace semanas. El panorama se complica ahora para la Administración Trump con el pronunciamiento del Senado norteamericano porque la enorme riqueza de Arabia Saudita impide ignorar su soberbia intransigencia que llegó al punto de golpear la economía de Canadá (igual que de intentar aislar a Qatar) por la más leve crítica y su acendrada negativa a aceptar sanción alguna de Estados Unidos que, ante los costos para su propia economía y sus intereses geopolíticos, había tenido que ceder ante Ryad ¿Un ejemplo reciente? El balde de agua fría que constituyó la negativa de Arabia Saudita en el seno de la OPEP a mantener los niveles de producción de petróleo “para no afectar el mercado internacional del crudo”, tal como solicitaba Washington, aduciendo que la Casa Blanca carecía de facultades y autoridad para solicitar que no se bajase el número de barriles diarios extraídos.

De paso el Reino del Desierto le propinó un raspón al plan estadounidense de asfixiar económicamente a Venezuela, miembro de la OPEP y uno de los mayores exportadores de petróleo de América Latina, hblando de un boicot norteamericano a su petróleo. “Sabia virtud de conocer el tiempo” diría el maestro Renato Leduc, con gran razón.

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