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Opinión

Los pueblos originarios ante la Cuarta Transformación

Jorge Canto Alcocer

Estamos a unos pasos de cumplir el primer trimestre de gobierno de la nueva administración federal. Los logros, ciertamente, han sido sólidos, sorprendentes, en tan poco tiempo. La guerra mediática del huachicol se ha ganado rápidamente, y ahora mismo el presidente López Obrador ha iniciado lo que parece una furiosa ofensiva –muchas veces reclamada- contra la corrupción y la impunidad. Esta carga parece indicar que no dejará “títere con cabeza”, es decir, exhibirá las malas mañas, los manejos criminales, la opacidad y tráfico de influencias de sus más inmediatos antecesores en el cargo, así como a sus más cercanos aliados. Se van a tocar –de hecho ya se está haciendo- intereses de extraordinaria envergadura –ya hasta el intocable Slim ha sido rasguñado por algo más que el pétalo de una rosa-, en una campaña que seguramente ocupará una gran parte de la energía de nuestro presidente, de las acciones de su aparato de gobierno y de la atención de los medios en las próximas semanas y meses.

En ese contexto, nos parece pertinente llamar la atención sobre uno de los temas fundamentales de nuestro país, uno de los pendientes más urgentes, uno de los aspectos que el propio AMLO ha señalado como prioritario, cuya atención hasta ahora ha sido desplazada. Nos referimos al tema de los pueblos originarios, un sector de nuestro México que ha sido sistemáticamente explotado, burlado, despojado desde la llegada de los españoles, y que ha enfrentado desde aquel entonces la amenaza de aniquilación por parte del Estado, de la oligarquía criolla y ahora de los embates del capitalismo salvaje.

La historia es conocida: los europeos llegaron hace 500 años y se apropiaron, por la fuerza y a la mala, de los recursos y las vidas de los pueblos originarios de México. Muchos de estos pueblos desaparecieron en los siglos coloniales, pero cerca de cien etnias sobrevivieron para ver el inicio de la vida independiente. El proyecto liberal, en sus afanes modernizadores, se convirtió en un nuevo enemigo, que se sumó a los capitalistas locales y extranjeros en su afán por despojar a las comunidades del patrimonio que habían logrado conservar. Vino la Revolución Mexicana, a la que se incorporaron algunos de estos pueblos, y el cardenismo, una tendencia dentro del Nuevo Estado Nacional, se propuso reivindicar sus derechos, pero más temprano que tarde el Nuevo Estado fue cooptado por la oligarquía de siempre, se alió además al capitalismo global, y los pueblos fueron sujetos a despojos y violencias mayores. Todo se recrudeció durante el infierno neoliberal, y así hasta el primero de diciembre pasado, con la llegada de AMLO, un mestizo nacido en el seno de una familia pobre que habitaba el corazón del México del Sureste, el más indígena y más pobre.

Es indudable que, como la enorme mayoría de los mexicanos, nuestros pueblos originarios expresaron de un modo contundente su apoyo electoral a AMLO en la histórica jornada del primero de julio. Pero también es indudable que, ya en el gobierno, nuestro presidente ha estado atendiendo temas de enorme gravedad, muy espinosos, que conllevan la inversión de su capital político, de su figura y su autoridad. Y entre estos primeros temas, no ha figurado como prioritario el de nuestros pueblos originarios.

Desde muy diversas fuentes recibimos noticias preocupantes. En el Sur profundo, en Chiapas, Oaxaca y Guerrero, los niveles de violencia contra los luchadores sociales NO han disminuido. Incluso tal vez han aumentado, aunque puede ser una percepción nada más, dado que ahora se ventila abiertamente lo que antes se callaba. En el Sur maya, en nuestra península de Yucatán, los agentes de la injusticia y del despojo se mueven como “peces en el agua”, presumiendo influencias y relaciones con el nuevo gobierno, persuadiendo –hasta ahora no hemos escuchado de prácticas realmente violentas, pero ya se dieron algunas amenazas veladas- para comprar a precios de regalo tierras y derechos ejidales, presentando proyectos empresariales, despreciando las capacidades y oportunidades de las comunidades originarias, sobre todo en el marco del megaproyecto de Tren Maya, cuyos primeros pitazos empiezan a escucharse en el derredor. No hay actos concretos aún, son sombras veladas, sugerencias, discursos intimidantes, descalificaciones que, hasta ahora, sólo se susurran.

Lo que se está luchando en el país en estos momentos es el futuro. AMLO tiene su agenda, cada vez nos queda más claro. Pero nuestros pueblos originarios, amenazados y agredidos desde hace más de cinco siglos, NO pueden estar al final. Ni es justo, ni es posible. El Tigre ya despertó, como señaló nuestro presidente cuando era candidato. Ya despertó y hay que actuar en consecuencia.

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