Guillermo Fabela Quiñones
Bajo la perspectiva de la magnitud de la crisis del sistema político en México, la Constitución de la República es un documento obsoleto que debiera ser actualizado en todas sus partes. Sin embargo, bajo la óptica de la marcha de la historia continúa siendo vigente, porque se mantienen vivos los ideales de la Revolución Mexicana de 1910-1920. Los remiendos y parches que cada sexenio se le han hecho, no cambian la esencia de lo que plasmaron los constituyentes de la XXVI Legislatura.
Es así porque desde el mismo año de su promulgación, la fracción victoriosa en el conflicto armado vio la necesidad de no hacer mucho caso a postulados que contravenían sus intereses de clase. De ahí que las premisas sociales no se respetaran al pie de la letra y paulatinamente se fueran modificando en la práctica, motivo por el cual surgieron movimientos de protesta, el más trascendente y que fue sofocado con suma violencia, el que encabezó pero no lideró Adolfo de la Huerta.
En la llamada Revolución Delahuertista murieron los principales caudillos y políticos que defendieron la causa social de la Revolución, quienes en las deliberaciones de Querétaro del año 1916 se impusieron, con su palabra incendiaria, para que en la Carta Magna quedaran plasmados los ideales que surgieron con los hermanos Flores Magón y con los líderes campesinos surgidos de las haciendas porfirianas, como Emiliano Zapata y, en una concepción más nacional, Francisco Villa.
Al paso de las décadas, la Constitución promulgada en 1917 fue amoldándose a los intereses de las clases sociales dominantes, las cuales como era previsible antepusieron sus prioridades a las de un pueblo dominado por una elite conservadora, que incluso a final de cuentas salió fortalecida, una vez que las presiones internacionales lograron que el sistema político mexicano asumiera su condición de fiel servidor de los grandes poderes fácticos universales, particularmente los estadounidenses.
A partir de la derrota de los revolucionarios delahuertistas, el país quedó en manos de las camarillas corruptas que abrieron el camino para que los ordenamientos de la Carta Magna se fueran acomodando a los intereses del grupo en el poder en turno. Hasta que el presidente Lázaro Cárdenas, armándose de valor y con una inteligencia superior, logró derrotar a la fracción entregada al saqueo y a la rapiña, encabezada por el llamado “Jefe Máximo”, Plutarco Elías Calles. El año de 1934 marca el inicio del cambio hacia la reivindicación de la Carta Magna y de los derechos sociales del pueblo.
La Segunda Guerra Mundial obligó a frenar el impulso progresista del presidente Cárdenas, pues la prioridad universal fue enfrentar al nazi-fascismo, de lo cual se aprovechó Estados Unidos y reavivó su expansionismo gracias a que su economía y su poder militar salieron fortalecidos. De allí viene otra vez la sed hegemónica de Washington y la necesidad de atemperar la marcha del pueblo hacia un mejor futuro.
La Cuarta Transformación de la República demanda el cumplimiento de los postulados sociales de la Carta Magna, adecuarla a un modo de vida que corte de tajo la corrupción, promueva el desarrollo y facilite una redistribución equitativa de la riqueza. Basta quitarle los remiendos y parches impuestos por gobernantes al servicio de los poderes fácticos. Nada más pero nada menos.
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