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Opinión

Turismo depredador

Ricardo Andrade Jardí

II

Mucha parafernalia en la promoción del mal llamado Tren Maya, mucha más la confusión de afirmar que se “ha informado a la ciudadanía del proyecto” cuando en la práctica sólo se ha promovido el proyecto presumiendo de que no habrá afectaciones ambientales sin hasta la fecha presentar una declaración de impacto ambiental científica, con datos duros verificables y en su caso rebatibles.

Mucho nos dicen del desarrollo que este proyecto impulsará para el Sureste de México y el mismo discurso lo podemos leer en los documentos y estudios a favor y en contra, que hace ya unos años se hicieron con relación al Plan Puebla Panamá (PPP), y en el discurso del Pacto contra México de Peña Nieto y su justificación para ofertar la enajenación del territorio mexicano a capitales extranjeros en las llamadas Zonas Económicas Especiales (ZEE) tan del gusto del ex asesor financiero del genocida Pinochet que hoy capitanea el gabinete de la presumida cuarta evangelización/progre/indigenista. Mucho se nos presumen los supuestos beneficios económicos de destruir Selva para construir polos de desarrollo al servicio del extractivismo turístico. Pero poco nos hablan de las contradicciones que suponen, hoy en día, la destrucción de la naturaleza en un planeta que cada día se aproxima más al Apocalipsis ecológico.

Nos dicen que “ahora así el pueblo será el beneficiario del desarrollo”. Lo mismo que decían de Cancún y los desarrollos turísticos de la Rivera Maya. Y callan, sin embargo, que esa zona turística es la segunda más violenta del país, la que más ingresos le deja a los dueños del capital turístico depredador pero la segunda en ingresos más bajos para los y las trabajadoras con relación a las millonarias ganancias que esa industria arroja, trabajo sobreexplotado, bajo control del neoliberal negocio del narcotráfico con todas la consecuencias que eso supone: prostitución turística, trata de personas, esclavitud sexual infantil, pornografía, contrabando de mercancías, armas, drogas, extorsión y un largo decálogo de depredación del capitalismo extractivista; a lo que el consenso de Washington y el colonialismo cultural se empeñan en llamar desarrollo.

El mal llamado Tren Maya no es un proyecto de desarrollo para los que menos tienen. Es un plan diseñado desde tiempo atrás para el control de recursos naturales que garanticen a nuestro vecino imperial seguir promoviendo la mentira de que se puede producir infinitamente en un ecosistema finito; el que se agota rápidamente ante la mentira del progreso desarrollista.

Pero el extractivismo capitalista hace tiempo también que ha diseñado una estrategia de colonialismo cultural entre otras formas a través de las iglesias evangélicas y la re-evangelización de una nueva moral que le ha permitido imponer en nuestro continente la percepción institucional de que el único camino posible para la evolución (involución, sería más adecuado llamarlo) de la humanidad es el desarrollo lineal del progreso, aunque esto lleve implícito la destrucción irracional de naturaleza y por tanto de toda forma de vida planetaria.

Hace tiempo que la guerra extractivista bate sus tambores en nuestra América y por eso no deja de ser alarmante y triste ver cómo las otrora oposiciones al neoliberalismo renuncian irremediablemente a sus resistencias en nombre de un proyecto progresista, que no es tal. Bastan de ejemplo las licitaciones otorgadas en los últimos días para el desarrollo del tren en el corredor industrial transístmico, en las que destaca, entre otras, una empresa del impresentable Hank Rhon que hoy está de regreso de la mano de los funcionarios del gobierno que se presume diferente y al que muy pronto veremos en las vías del tren del despojo que se empeñan en bautizar como maya expropiando, no sólo territorio y cultura, sino hasta el nombre a los pueblos originarios.

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