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Opinión

Manos sangrientas

Jorge Lara Rivera

Pretextando servir a “el Señor de todos los mundos”, a través de sus asesinos, el fanatismo sanguinario se ensañó este miércoles 13 contra víctimas inocentes e inermes en Kabul.

Así, un cobarde quien con su atrocidad creía alcanzar el “martirio” del mahometanismo y asegurarse lugar en el Paraíso islámico antes de suicidarse masacró a 32 personas –entre ellas 2 bebés– en ¡un funeral! (“práctica” socorrida de terroristas en Irak la cual parecen querer copiar los narcotraficantes en México).

En otro atentado, 3 integrantes del autonombrado “Estado Islámico” o “Califato Islámico” –ISIS– al cual meses atrás Donald Trump había declarado extinto en Siria, dispararon indiscriminadamente contra 140 personas, gente desarmada que se encontraba en Dasht-e-Barchi, una clínica de maternidad de Kabul, causando 24 muertos –madres y recién nacidos–, y más de 50 heridos. (Tamaña barbarie no es excepcional: asesinos de ISIS atentaron contra el mayor hospital militar de Kabul en 2017 matando a 50 personas; un hospital de Zabul, provincia del Sur, fue atacada por los talibanes con un auto bomba en septiembre de 2019 causando 20 muertos).

Las veleidades de regímenes como el del Irán de los ayatolás (recientemente acusado por el Centro Simon Weisenthal, famoso cazador de nazis, de negar la evidencia histórica del Holocausto y pretender la destrucción de Israel) cuyas aviesas intenciones de liderar el Islam rivalizando con Arabia Saudita lo llevan a patrocinar a los más variados grupos extremistas y de radicales, fomentan esta violencia ciega.

Aunque saludado con discreción –por pudor, se entiende el bochorno– en Washington, el sábado 29 de febrero, en Doha –la capital catarí– en medio de la pandemia se alcanzó un pacto con los talibanes que permitiría a la Casa Blanca reducir sustancialmente su presencia militar (de 14 mil efectivos) en Afganistán, consistente en retirar sus tropas en 135 días hasta restar sólo 8 mil 600 mílites (los cuales, eventualmente, se irían –la totalidad– 14 meses luego de la firma) para concluir así una guerra que lleva ya 18 años –la más larga librada por estadounidenses– y que prefigura otra victoria nacionalista afgana, equivalente a la que lograron sobre la Unión Soviética.

Ante los cancilleres de Turquía y Paquistán, observadores internacionales, dignatarios norteamericanos y del Talibán, y una nutrida representación de los jihadistas, Zalmmay Khalilzad, representante especial de Estados Unidos para la Paz, y el mulá Abdul Ghani Baradar, cabeza de la delegación talibán sellaron el acuerdo y echaron a andar un proceso de pacificación nacional esperanzador (el cual requirió conversaciones previas con concesiones al estatus civil de las mujeres afganas, reclamadas por Fawzia Koofi, cuya vocación por la medicina se vio frustrada por el gobierno del mulá Omar, viuda luego porque ese régimen retrógrada asesinó a su esposo e intentó matarla). Pero ni 24 horas después el tratado tropezó con la reticencia desde Kabul del gobierno constituido negándose a liberar a millares de milicianos presos por asesinatos sangrientos como condición previa a las pláticas, a pesar de que ya se habían excarcelado a varias decenas, lo que llevó al Srio. de Estado Mike Pompeo a trasladarse allí y tratar de salvar la situación que continuó incierta.

Hay que tener cuidado con lo que se espera de acuerdos como aquél. Se trata de la misma gente que mutiló las estatuas y arrasó con la ciudad de Palmira en Siria y secuestró niños de 4 y 5 años para volverlos “combatientes” y prepararlos para alcanzar el martirio (léase actuar como hombres-bomba, asesinos suicidas), y de los intolerantes que fueron capaces de dinamitar a los Budas gigantes esculpidos en la roca viva de las montañas afganas, despreciando las súplicas de la UNESCO para que le permitieran cubrirlos de la vista pública, quienes azotaban en público a las mujeres que no llevaran la “burka” y asesinaban a los disidentes en el estadio.

El pacto ha resultado un fiasco. Por lo pronto la tan esperada paz es la gran perdedora. El presidente afgano Ashraf Ghani ordenó pasar de las acciones defensivas del gobierno que sucedió a la ocupación norteamericana tras el colapso del régimen asesino que encabezó el Mulá Omar –aún impune–, a las operaciones ofensivas contra los talibanes, ISIS y otros grupos extremistas. Triste y previsiblemente el baño de sangre continuará y los inocentes serán sus víctimas propiciatorias.

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