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Quintana Roo

¿Cancún o Cancum?

En el memorándum intitulado Bases para el desarrollo de un programa integral de infraestructura turística en México, elaborado en 1968 por el Banco de México, dice con todas sus letras: “… se ha conside rado la posible ubicación de dicho centro en la franja de tierra comprendida entre Cabo Nizuc y Cabo Cancúm, localizada a unos 8 km de Puerto Juárez”.

Esa es la primera mención directa de la isla en los documentos oficiales de los banqueros: Cancúm, con eme y con acento. Pero otro memorán- dum, Descripción general del proyecto de infraestructura turística en la costa de Quintana Roo, del año 1969, corrige la plana: “… a continuación se resumen las principales razones en las cuales se apoyó la selección de la Isla Cancún…”

Eso pareció poner las letras en su lugar, mas a principios de 1970, el Banxico envió una Solicitud de préstamo al Banco Interamericano de Desarrollo, para “contribuir al financiamiento del Programa de Infraes- tructura Turística en la denominada Isla Cancum…”, otra vez con eme, pero ahora sin acento.

¿Cancum, con eme?

¿O Cancún, con ene?

Recuerda Pedro Dondé, quien encabezaba la oficina que elaboró los pri- meros estudios: “No sabíamos bien a bien cómo se llamaba. Unos nos decían Cancún, otros Cancum. Pero cada quien lo escribía a su antojo. Pero no era un tema que nos preocupara demasiado.”

La verdad sea dicha, había argumentos de peso para respaldar cualquiera de las dos ortografías. La primera vez que el nombre Cancún apareció impreso en un documento, de acuerdo con las fuentes históricas disponibles, fue en 1746, en un mapa elaborado por el cartógrafo francés Jean Baptiste Bourgig- non D’Anville. Antes de eso, las cartas de marear colocaban en ese sitio un impreciso e inexistente archipiélago, situado en las cercanías de Isla Mujeres, que en algunos planos figura con el nombre de Yslas Desconoscida.

Pero D’Anville hizo un gran trabajo: dibujó con bastante precisión la costa norte de Quintana Roo y colocó, más o menos en su sitio, las cuatro islas que se ubican en el extremo norte: Contoy, Isla Blanca, Isla Mujeres y Can- cún. Una hazaña intelectual, sobre todo si se toma en cuenta que D’Anville nunca estuvo en el Caribe, y menos aún en Yucatán, de modo que elaboró el mapa en su natal París, con información que le fue proporcionada por marinos y exploradores.

Esa era su forma habitual de trabajo, pero trazaba sus cartas con criterios muy estrictos. Checaba una y otra vez los cálculos de sus informantes y fue el primero en introducir la práctica de dejar partes de los mapas en blanco, cuando desconocía su contenido (antes de él, simplemente se inventaba). Con esa técnica elaboró mapas memorables de China (1735), un Atlas Ge- neral (1743), América del Norte (1746), África (1749) y Asia (1751).

En el mundo de la cartografía, D’Anville era considerado una eminen- cia. Publicó en vida 78 tratados de geografía y 211 mapas, perteneció a la Academia de Ciencias de Francia y fue llamado “el cartógrafo más refinado de su época, con una atención ejemplar por los deta- lles.” Cuando murió, el gobierno francés adquirió los 9 mil ejemplares de su biblioteca, un acervo impresionante para la época y, como homenaje póstumo, dio su nombre a una céntrica calle de la ciudad e hizo colocar su estatua en la fachada del Ayuntamiento de París, el Hôtel de Ville.

Con tales antecedentes, no es extraño que la grafía asignada por D’Anville a nuestra isla perdurara a través de los años, sobre todo por la costumbre de los cartógrafos de copiarse unos a otros (los errores persistían hasta que una nueva exploración permitía rectificarlos, pero muchos descubrimientos tenían valor militar, así que eran guardados con celo y con mucha lentitud se hacían del dominio público; incluso, llegó a darse el caso de mapas militares que contenían errores inten- cionales, una especie de contraespionaje para confundir al enemigo). De manera que, aunque la silueta de la isla cambió mucho en los ma- pas (pegada a tierra, despegada, larga y estrecha, ancha y maciza, con lagunas y sin lagunas), el nombre Cancún persistió durante algunas décadas.

No por muchas. Treinta años después, el navegante español Miguel de Alderete dio a conocer una Descripción de Toda la Costa de Yucatán, Sonda de Campeche y Baxos Adyacentes, según su Antigua Situación, en la cual la isla tiene una fisonomía bastante exacta (la forma del sie- te), pero ostenta una ortografía diferente: Cancum.

A diferencia de D’Anville, Alderete sí estuvo en la península, al mando del paquebote San Carlos, que durante algunas semanas buscó infruc- tuosamente otro barco perdido, el Negrillo, desaparecido en los bajos traicioneros del norte de Yucatán. En esa misión, pudo haber escuchado de parte de los locales una pronunciación diferente, Cancum con eme, tal como aparece en su notable carta.

Lo cierto es que ambas ortografías subsistieron, sin mucho orden ni concierto, a lo largo de los siguientes 250 años. Cada autor la escribió a su gusto, casi siempre de oídas, sin contacto con los hablantes de la lengua maya. La ene en unos casos, la eme en otros, se alternan en los mapas de la época, elaborados lo mismo por franceses y españoles que por ingleses y holandeses, y en los últimos dos siglos, por mexicanos.

Cancún, con ene, fue elegido por la escuela francesa de Nicolás Bellin (1749), consignado en el Mapa Corográfico de la Provincia de Yucatán, de Juan José de León (1798), perpetuado en la Carta General de la República Mexicana, de Antonio García Cubas, considerado el padre de la cartogra- fía mexicana (1857), y tenía plena vigencia en el siglo XX, en mapas de la Antigua Hacienda de Santa María (que comprendía la totalidad de la isla), elaborados por la Secretaría de Agricultura y Fomento (1928).

Alexander Von Humboldt, en su Ensayo político sobre el reino de la Nueva España (1811), se decanta por esta fórmula: “Este año ha habido tres naufragios en la isla de Cancún y el bajío de Alacrán”, apunta el barón en la célebre monografía, sin dar mayores datos sobre su situación (otra mención de oídas, pues Humboldt tampoco puso pie en la península).

De pasada, vale la pena apuntar que otro célebre visitante peninsu- lar del siglo XIX, el explorador norteamericano John Stephens, autor del clásico Incidentes de viaje en Yucatán, hizo una breve escala en la isla durante su exploración de la costa oriental y le otorgó un nuevo nombre, Kankune. Por fortuna, tal ortografía no tuvo seguidores, ni aparece en ningún documento posterior, pero sí es evidencia de una pronunciación diferente por parte de sus guías.

Pero Cancum, con eme, recobró su fuerza en el México independiente y era la grafía habitual a principios del XX.Así aparece escrito en la Nueva Edición Cervera del Mapa de la Península de Yucatán (1907), editorial famosa por sus mapas durante el porfiriato; y así continuó escribiéndose en los croquis del Departamento Forestal de Caza y Pesca (temporada 1933-34) y en el Álbum Monográfico de Quintana Roo, de Antonio Menéndez (1936), que es considerado el primer libro periodístico dedicado a la entidad.

El diferendo podría dar para más. Seguramente existen docenas de do- cumentos con una u otra grafía, pero lo cierto es que cuando el Banco de México empezó a llamar a la isla por su nombre, ni siquiera había una discusión. Cancún era un paraje remoto, deshabitado, improductivo, un accidente geográfico poco digno de mención.

Además, a la hora de discutir ortografías, había que tener en cuenta un par de peculiaridades. Primero, no tenemos evidencia documental de que la palabra Cancún sea un vocablo antiguo. No aparece escrito en nin- gún códice, ni estela, ni dintel, y tampoco es mencionado en las crónicas de la conquista. Su aparición como palabra escrita data del siglo XVIII y es obra de los cartógrafos, muchos de los cuales eran extranjeros, todos ignorantes de la lengua maya.

Sobre este punto, hay que señalar que los nombres originales de los asentamientos mayas ubicados cerca de Cancún se han perdido. Ruinas del Rey, San Miguelito y El Meco, para citar los más próximos, son nombres modernos, bautizos de los exploradores del siglo XX. Es posible que Cancún venga de atrás, pero también es posible que sea una denominación reciente, adquirida después de la Conquista.

Y segundo, hay que apuntar que la letra C no existe en maya, donde los sonidos de la propia C, y de la Q, son representados por la letra K. Cancún es, sin duda, una castellanización de un vocablo maya, pero este pudo ser Kankún, o bien, Kankum. O separado, Kan Kun. O inclu- so, Ka’an Kun.

Una discusión hasta cierto punto ociosa, considerando que el vocablo Cancún tiene hoy en día resonancia universal y que, con esa ortografía, figura en miles de documentos y mapas en todos los idiomas posibles.

La ene y la eme son una mera disquisición de gabinete, un enigma sin sentido para los lingüistas, pero antes de cerrar el tema hay que hacer una observación: escrita con ene, o escrita con eme, la palabra tiene dos significados totalmente distintos. (Continuará).

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