
Durante el primer semestre de 2025 se han registrado 34 casos de hepatitis vírica tipo C en Quintana Roo, lo que representa una disminución del 69.3% en comparación con los 111 casos documentados en el mismo periodo del año anterior, según cifras del Sistema Nacional de Vigilancia Epidemiológica. Campeche también mostró una baja, pasando de 14 a 8 casos; Sin embargo, Yucatán tuvo un aumento, al pasar de 52 a 60 contagios.
En conjunto, la Península de Yucatán refleja un descenso del 42% en los casos reportados, aunque especialistas advierten que esto no significa una reducción real de la enfermedad, sino una caída en los diagnósticos.
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A pesar de lo alentador que pudiera parecer el descenso en las estadísticas, médicos advierten que la hepatitis C continúa circulando silenciosamente entre la población. La baja en los números, señalan, responde en gran parte a la disminución en la aplicación de pruebas de detección, lo que impide conocer la magnitud real del problema. La falta de síntomas evidentes durante las primeras etapas de la enfermedad hace que muchos pacientes ignoren que están infectados.
Humberto Torre, médico, explicó que cada vez menos personas acuden a realizarse pruebas para detectar hepatitis C de forma preventiva, y la mayoría lo hace hasta que el cuerpo comienza a manifestar daños severos. Esta situación ha contribuido a que los registros oficiales no reflejen el verdadero alcance de la enfermedad, que sigue presente y activa en diversos sectores de la población.
El especialista advierte que la hepatitis C puede permanecer durante años sin presentar síntomas, lo que la convierte en una enfermedad silenciosa y peligrosa, si no se detecta a tiempo, puede evolucionar a complicaciones graves como cirrosis o cáncer hepático. Por ello, considera urgente reforzar las campañas de concientización sobre la importancia de realizarse pruebas periódicas, aunque no se tengan molestias aparentes.
Estudios de salud pública estiman que al menos 8 de cada 10 personas con hepatitis C desconocen su diagnóstico, lo que representa un reto serio para las estrategias de control. La falta de detección oportuna no solo impide iniciar tratamientos a tiempo, sino que también permite que el virus continúe su propagación de forma inadvertida.
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Aunque existen pruebas rápidas capaces de identificar el virus con sólo una gota de sangre, su uso aún no se ha generalizado, especialmente en comunidades rurales o marginadas. Esto contribuye a que la enfermedad permanezca fuera del radar en muchas zonas, alimentando la falsa percepción de que está desapareciendo.
Para los especialistas, la clave está en facilitar el acceso a estas pruebas y en educar a la población sobre los riesgos de no detectar a tiempo una enfermedad que, aunque no siempre da señales, puede tener consecuencias devastadoras. En ese sentido, el descenso en las cifras debería servir como una advertencia y no como una señal de victoria.