
Mientras que miles de personas batallan a diario para poder comer en este destino turístico, un estudio reciente lo colocó como la segunda ciudad de México con el mayor desperdicio de alimentos en los hogares, con 234 toneladas al día, sólo por debajo de Guadalajara.
El estudio realizado por el Banco de Alimentos de Cáritas Quintana Roo, en colaboración con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), así como universidades locales, reveló que cada persona en Cancún desecha en promedio 260 gramos de alimentos al día, de los que el 59% son perfectamente comestibles.
Lamentablemente, una de las causas identificadas en este informe, por las que más se desperdicia, es la falta de condiciones adecuadas de conservación, lo que ocurre principalmente en zonas irregulares, donde muchas familias no cuentan con refrigeradores.
“Es una contradicción brutal: mientras miles batallan para llevar algo a la mesa, toneladas de comida en buen estado acaban en la basura”, lamentó Miguel Gutiérrez, director del Banco de Alimentos.
En Quintana Roo, más de 493 mil personas carecen de acceso a una alimentación nutritiva y suficiente, según cifras de la Secretaría del Bienestar.
Esto representa casi uno de cada cuatro habitantes del estado, que actualmente cuenta con 2 millones 32 mil residentes, de acuerdo con proyecciones recientes del Inegi.

De las más de 870 mil personas ocupadas en Quintana Roo, alrededor de 410 mil están registrados formalmente ante el IMSS; el resto, más del 53%, labora en la informalidad, sin acceso a seguridad social ni ingresos estables.
Según datos del Observatorio de Salarios y la Secretaría del Trabajo, el sueldo promedio de un empleado formal en la entidad ronda los 8 mil 600 pesos mensuales, mientras que quienes laboran en el sector informal o por cuenta propia ganan entre 3 mil y 6 mil.
Con estos ingresos, se estima que más del 45% del sueldo se destina a la compra de alimentos, pero esto no significa que se coma bien.
“La comida chatarra no es elección, es necesidad disfrazada”, señaló Claudia Olivares, trabajadora de la hotelería, quien vive en la Región 103 de Cancún.
Dijo que el alto costo de productos frescos, malas condiciones de refrigeración y la falta de educación nutricional causan que muchas familias coman alimentos ultraprocesados, ricos en azúcares y grasas.

Triple impacto
El estudio también pone sobre la mesa el impacto ambiental del desperdicio alimentario: al descomponerse, los residuos generan metano, un gas de efecto invernadero 25 veces más potente que el CO₂. A nivel económico, implica una pérdida de recursos como agua, energía, transporte y mano de obra.
En lo social, representa una bofetada directa a quienes viven en inseguridad alimentaria. Al menos el 59% del desperdicio podría haber sido aprovechado, donado a organizaciones o distribuido a familias sin recursos, puntualizó Miguel Gutiérrez.
Las organizaciones que realizaron el estudio planean ampliarlo este año a ciudades como Playa del Carmen, Cozumel, Chetumal e Isla Mujeres, para tener un panorama más completo del fenómeno en el estado.

Sin embargo, advirtieron que los cambios no llegarán sólo con informes, sino con políticas públicas coordinadas: incentivos fiscales para donaciones, programas comunitarios de redistribución, educación alimentaria en escuelas y campañas masivas para reducir el consumo de productos insanos.
Miguel Gutiérrez destacó que durante el verano hubo un aumento significativo en el volumen de alimentos recuperados, alcanzando un pico de 170 toneladas en junio, en comparación con un promedio mensual de 130 durante 2023.
Este crecimiento permite atender a un mayor número de personas en situación de vulnerabilidad alimentaria en Quintana Roo.
Para responder a esta creciente demanda, el Banco de Alimentos invierte en mejorar su infraestructura y logística, con la adquisición de camiones refrigerados y equipos especializados que garanticen la conservación y distribución adecuada de los alimentos. Además, buscan ampliar sus alianzas con supermercados, hoteleros y la Central de Abastos para consolidar un pacto por la comida en la entidad.

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La desnutrición se agudiza
Durante los primeros siete meses del año, Quintana Roo registró 429 casos de desnutrición en sus diferentes niveles: severa, moderada y ligera. Esta cifra representa un aumento del 9.4 por ciento respecto al mismo periodo de 2024, cuando se documentaron 392 eventos. De los registros actuales, 216 corresponden a mujeres, es decir, el 50.3% del total, según datos del Sistema Nacional de Vigilancia Epidemiológica.
El fenómeno es una condición que ocurre cuando el cuerpo no recibe suficientes nutrientes esenciales para su desarrollo y funcionamiento. Sus efectos pueden ser graves y abarcan desde debilidad física hasta daños permanentes en el crecimiento y las funciones cognitivas, especialmente en menores y personas mayores. En los casos más severos, puede provocar retraso en el desarrollo, infecciones frecuentes y riesgo de muerte.
En Quintana Roo, aunque existe un fuerte desarrollo turístico, muchas familias enfrentan dificultades para acceder a una alimentación adecuada. El aumento de precios en la canasta básica y las condiciones laborales precarias influyen en la calidad de lo que se consumen en el hogar. Esto puede explicar por qué los casos siguen presentes, incluso, en zonas urbanas.

Según, Luis Pallares, médico, la desnutrición ligera es el tipo más frecuente reportado, lo que indica una problemática persistente, más que aguda. Personas que padecen este tipo de problema pueden no mostrar signos físicos evidentes, pero sí presentan debilidad, bajo rendimiento escolar o laboral y mayor vulnerabilidad a enfermedades.
Informó que los municipios más afectados suelen ser aquellos con menor desarrollo económico y acceso limitado a servicios de salud, ya que en muchas comunidades, los alimentos tradicionales como maíz, frijol y vegetales han sido reemplazados por productos altos en calorías, pero bajos en nutrientes.
Durante fenómenos como sequías prolongadas o lluvias intensas, la disponibilidad de alimentos frescos también disminuye, lo que agrava la situación. En hogares con menores de cinco años, estos cambios pueden tener un impacto inmediato en su salud y crecimiento.