Luis Carlos Coto Mederos
Ecos de mi tierra
Jesús Orta Ruiz
III
847
Invernal
El duendecillo del frío
–finísima lagartija–
se entra por una rendija
de las tantas del bohío.
Un niño enfermo y sombrío
dormita en mísero lecho
donde, tal vez en acecho
de algún roedor fantasma,
los cien gaticos del asma
le maúllan en el pecho.
Sigue el invierno en la yagua,
y el niño infeliz se ahoga
como en un lazo sin soga,
como en un pozo sin agua.
Con insomnio de tatagua
está la madre guajira
que lo contempla, suspira
y azuza, contras los males
de gaticos pectorales,
líquidos perros de güira*
Cae la noche campesina
muerta con la última estrella
y el frío espíritu de ella
se ha quedado en la neblina.
Al fin, el sol ilumina
triunfador como una espada,
y la madre atormentada,
calma su dolor profundo
al comprender que en el mundo
no hay noche sin alborada.
*Güira: Arbol común en Cuba. El jarabe de güira está indicado contra el asma en la medicina verde cubana.
848
Vida y muerte
Enero: ya está el central
encendiendo en el paisaje
un relámpago, un miraje
de sonrisa trimestral.
Abril: inercia mortal
sin arado ni simiente,
tiempo muerto*, fuego ausente
de los ojos y el fogón:
marabú en el corazón
y salvia** sobre la frente.
*Antes de 1959, la zafra duraba sólo tres meses y el resto del año era tiempo muerto para los campesinos cubanos.
**Planta aromosa, cuyas hojas se usan contra los dolores de cabeza.
849
Meditación del caballo
Dolido del acicate,
piensas, caballo, en tu vida,
bajo la ya frutecida
sombrilla del aguacate.
Los párpados en combate
con la guasasa y el viento,
compasas un movimiento
pensante o entredurmiente,
como si fuera tu frente
columpio de un pensamiento.
Piensas que por el camino
vendrá el tiempo con asfalto
y habrá un anhelo más alto
latiendo en el campesino.
Que el camión hará el destino
de la gastada carreta;
que yipi, motocicleta,
y bicicleta, y tractor,
llevarán al labrador
como un rey a la jineta.
Que entonces no habrá caballos
resignados a la rienda
ni en el portal de la tienda
ni en la lidia de los gallos;
que tan gentiles vasallos
no integrarán ni el recreo
del torneo –centelleo
de herraduras y coraje–,
pues se impondrá en el paisaje
el béisbol sobre el torneo.
Recuerdas que hasta el bajío,
de rabo a oreja cargado
llevaste el enamorado
propósito de un bohío.
Evocas el atavío
de aquella niña encantada
que por ti fuera llevada
al nido de su ventura,
sonrisa con más blancura
que yuca recién pelada.
Te ves andar bajo el plomo
del día y por sendas malas,
pesándote un par de alas
de víveres en el lomo.
Evocas la vez que, como
un lince, fue tu carrera
satisfacción dominguera
del jinete que miró
a la novia, y se le hinchó
de orgullo la guayabera.
Viene a ti la noche aquella
en que una niña gemía
–hambre, ciclón, lejanía,
y la muerte en torno de ella–,
y en que tú, como centella
de cascos, como suspiro
con patas, desde el retiro
fusilaste la distancia:
diríase la ambulancia
cuadrúpeda del guajiro.
Y tu viaje al camposanto
–lenta marcha funeral–
con una sentimental
carga de flores y llanto.
Por eso te duele tanto
que tu jinete querido,
lógicamente engreído
con nuevas jacas de acero,
te abandone en el potrero
a pastar con el olvido.