VALLADOLID, Yucatán, 13 de mayo.- Nacer en casa y ser recibido por la partera y madrina de medio Valladolid y 40 días encerrado en casa por el mal viento hasta que no se seque el tuch u ombligo, alimentarte de leche materna hasta no querer más, usar los famosos culeritos de tela, los cuales nunca te rozaban o te causaban una infección por estar muy bien lavados y hervidos.
Cuando ya era tiempo de recibir los primeros alimentos cocidos, éstos eran preparados con verduras libres de químicos y animales de patio, criados con maíz, tortillas de sobra o hierbas del patio.
Qué sabroso era tomar agua fresca de pozo depositado en tinajas de barro, sólo colada y crecer subido y encaramado en los árboles frutales de los grandes terrenos de la casa o la de los tíos y abuelos, comer hasta saciarte de la huaya local o campechana, de los distintos tipos de ciruela chiabal, tuxpana, la de San José y la juntura. El cayumito, el mango, el bonete, el saramuyo, la anona, el tamarindo, el nance.
Algunas veces se bajaban los zapotes y se enterraban en el patio y se marcaba el lugar para hacer que se maduraran eso era lo más tradicional, pero también se envolvían en periódico y se metían al ropero o en una olla para que el calor los cociera.
Ayudar a papá a sembrar maíz, calabaza, frijol, camote o jícama en el patio y lo divertido de cosecharlo y comerlos sancochados o crudos con chile y limón, recoger los huevos de las gallinas, pavas o patas y comerlos calientitos crudos, fritos o cocidos dentro de una tortilla, acompañados con atole de masa en agua caliente.
Qué bien nos la pasábamos ayudando, aprendiendo y luego saborear esa ricas comidas que siempre eran acompañadas de aguas de limón, de naranja agria o dulce, de tamarindo, de cebada, papaya o sandía, pitaya, zapote con leche, etc.
Los guisos sí que invitaban al paladar a saborearlos, el frijol con puerco con pezuñas, acompañado de cebollita, cilantro, limón, chile habanero y su tradicional chiltomate, el puchero de tres carnes (pollo, res y cerdo) el caldo de res, el pipián de venado, el salpicón, los lomitos, la cochinita, las albóndigas con fideos, el bistec de cazuela, lentejas con costillas, el escabeche, la pajarilla, el adobo de puerco, el empanizado de res, puerco o pollo, los tamales colados, el pan de espelón, el chachacua, los vaporcitos, los pines de chicharrón, etc., y la mayoría de las comidas se degustaban con tortillas calientitas hechas de mano.
En las noches no se podía despreciar el café o chocolate caliente con pan o panuchos, tortas de la comida del día o huevos al gusto dentro de la enorme variedad de modos de cocinarlos o, en su caso, se compraba cochinita o queso de bola y con frijoles fritos se hacían tortas con barras de francés.
Qué tiempos aquellos de juegos con los amigos, de salir a pasear por la ciudad en bicicletas, organizar retas de futbol o béisbol con pelota de hilo, carreras en bicicleta o sentarse en alguna esquina del barrio a recordar las travesuras pasadas o narrar leyendas de terror. Y cuando llovía entonces sí que la diversión era plena, recibíamos el agua que caía a chorros por los caños de las casas o acostarse en la orilla de las escarpas por donde se formaba un arroyuelo de agua no muy limpia, pero eso qué importaba, después nos bañaríamos bien en la casa, porque si había donde formar bolas de lodo entonces la guerra comenzaba y ahora la suciedad era en serio. Que, si tenías que lavar tu ropa, recibir los regaños y a veces uno que otro castigo con el cinturón, no importaba a ninguno, con tal de haberse reído y disfrutado como nunca en la vida.
Momentos antes de la hora de la comida, los abuelos y los papás te mandaban por unas cervezas caguamas con abundante botana en “La Joyita” de Santa Ana y lo hacíamos con gusto, pues también los niños disfrutaban de probar cada uno de esos platillos.
Acompañar al abuelo a sus terrenos en el monte y escuchar sus relatos y aventuras era fascinante, lo habitual tenía que ser el que todos los días había que ir para cortar leña para cocinar los alimentos, colocar trampas para las tuzas y los conejos, escarbar camotes, yuca y cortar piñuelas. Cuando se nos decía que hiciéramos silencio, teníamos que obedecer, puesto que el abuelo había detectado algún animal como venado, chachalaca, pavo de monte o codornices, y la alegría era enorme cuando nos dirigíamos a buscarlo porque al día siguiente comeríamos más sabroso que los pasados, eso era cuando se cazaba por comer y no para comercializarlos.
Qué tiempos aquellos cuando contábamos tantas vivencias, esto se convierten en aventuras, cuando lo pasado se vivía y se aprendía y que hoy muchos son solo recuerdos y nada más. Pero esta historia no acaba aquí, lo de ayer también se puede contar y enseñarnos mucho.
(Ariel Sánchez Gómez)