Roldán Peniche Barrera
Yucatán Insólito
Estas voces provienen del campo o de los vecindarios humildes donde se usan palabras de respeto para llamar a las damas, preferentemente a las de edad avanzada o por lo menos de mediana edad.
Es muy común que las domésticas/os se dirijan a sus patrones en esa forma. Y no sólo las mujeres del servicio sino aún los desyerbadores, los diligencieros, los panaderos y en general los trabajadores de la calle como los que reparten pizas u otro tipo de alimentos.
También en la escuela primaria los estudiantes acostumbraban (o acostumbran) llamar “seño” a sus profesoras, pero nunca “ñora”, que es raramente utilizado entre los yucatecos.
El lenguaje de pordioseros y desyerbadores
Tanto los unos como los otros, principalmente cuando han llegado a la ancianidad, tratan a los demás con sobrenombres cariñosos, afectivos y mayormente diminutivos. Por ejemplo los primeros, los mendigos de alta edad, piden la limosna con voz quejumbrosa anteponiendo la palabra “papito”, si el interlocutor es hombre, o “mamita”, si es mujer. Y lo mismo sucede con aquellos ancianos que nos piden (casi suplican) desyerbar nuestro patio o nuestro jardín.
Todos ellos son campesinos, acaso descendientes de los peones henequeneros, quienes tenían que cuadrarse ante el amo (que lo era), quitarse el sombrero, y mirando hacia el suelo, decir lo que tenían que decir.
Un ejemplo breve, por el espacio:
Se le aproxima en el Moncho’s un mendigo a don Julián Victoria:
-Buenos días, “papito”…
-¿Qué deseas, hermano?
-Una caridá, “papito”. No he comido desde hace tres días…
-¡Ay, pobrecito! Ten este “diego” y échate un taco, hermanito…
-Pero, “papito”, diez centavos no me dan pa’un taco…
-¡Oh! ¿Eso te di? Creí que te había dado diez pesotes. Mejor mañana.