Ariel Avilés Marín
“Reloj, no marques la hora,porque voy a enloquecer”.Roberto Cantoral.
El reloj, un pequeño mecanismo que nos mide el tiempo. El reloj, que nos marca la llegada de algo deseado profundamente. El reloj, que nos va comiendo la sustancia de la que está hecha la vida. El reloj, alegría, angustia, ansiedad… ¡Horror! Medir el tiempo ha sido una pasión constante del género humano. Lo ha hecho de mil y un formas a lo largo de la historia. Seguir los movimientos del Sol y la Luna, la más sencilla y antigua. A lo largo de la historia, el ser humano ha inventado un sinnúmero de máquinas para medir el tiempo. El sencillo reloj de Sol, un brazo inclinado que proyecta su sombra en un cuadrante. Los de arena. El de agua o clepsidra. Los hay de pared, de mesa, de chimenea, de bolsillo, de pulsera. Los enormes Big Dady, cuyas sonoras y roncas campanadas cimbran la casa anunciando el paso del día, y lo hacen día y noche, siempre, sin detenerse nunca. El viejo reloj Ansonia de mi cuarto-biblioteca, con su péndulo plateado, con su acompasado tic, tac, y sus campanadas sordas, sin el cual, seguramente, ya no podría conciliar el sueño.
Tic, tac, es un sonido que se ha vuelto símbolo de algo que se mide a su paso, es una señal de anuncio, de algo esperado o temido, con igual intensidad. Hay plumas privilegiadas, que saben recoger las cosas más mínimas y transformarlas en arte, el tic, tac de un reloj, puede ser una de ellas. Jaime Noguerón, ha sabido percibir los sentimientos variados y diversos que proyecta el sonido del reloj y los ha incorporado a la expresión humana de los más profundos sentimientos que pueden agitar el alma. “Tic Tac, o el día en el que el tiempo se me vino encima”, es un profundo monólogo que es un verdadero monumento a la angustia, al plazo insalvable, a la cita con la muerte… ¡Tan temida!
Jaime Noguerón es un destacado actor que ha venido incursionando también en la dramaturgia. En 2015 nos presenta “Los Demonios de la Isla Janitzio”, en 2018, “Cerrar los Ojos” y ahora, en 2019, “Tic Tac, o el día en que el tiempo se me vino encima”. Un pequeño grupo teatral ha asumido y levantado el guante lanzado por Noguerón, y a lo largo de este año ha montado y presentado la obra en diferentes foros, desde el inicio del año. Primero, en enero, en el marco del Mérida FEST, en el Centro Cultural Tapanco; luego, en febrero, en el Centro Cultural “El Claustro” de la ciudad de Campeche; y ahora, de nuevo en nuestra ciudad, en el Teatro Casa “Tanicho”. La puesta ha sido bajo la dirección de David Hurtado, michoacano avecindado en Mérida, y con la destacada actuación de Randia Escalante, egresada de la maestría en teatro de la ESAY, y con la participación incidental de Ofelia, encarnada por Filira Sofía y Azúcar, el oso de felpa.
La guitarra de Erik Baqueiro pone emoción, suspenso, angustia, ansiedad, cada uno de los sentimientos con los que el texto de Noguerón se va pintando. Hay pasajes en los que la música barroca pinta la escena con sus florilegios y riqueza, en otros, la creatividad de Erik resuelve la situación, siempre precisa y certera. Baqueiro, también es gente de teatro, de manera que sabe lo que se requiere para poner el fondo sonoro de un texto dramático.
A Randia ya la hemos disfrutado en su faceta de directora, en la muy buena puesta de “Las Locuras de Enrique IV”, y dirigiendo nada menos que a Paco Marín; y ahora, en su faceta de actriz, nos deja patente su calidad histriónica. Randia encarna a Mariana, una niña de apenas ocho años, pero que obligada por las circunstancias de su hogar (la falta de salud de su madre) asume responsabilidades y funciones que deberían ser de una persona mayor. Sus hermanas Isis y Laura, viven con ella, pero no enfrentan totalmente la realidad que se está viviendo con el deterioro constante y progresivo de su madre. Julieta, está casada, espera una criatura, y vive aparte; así que, Mariana, asume el centro de la acción, la responsabilidad y lleva a cabo tareas para asistir a su madre permanentemente. Azúcar, el oso de felpa, es su confidente, es el asistente que se queda con la madre mientras Mariana prepara alimentos o cumple con alguna tarea del hogar; y es también el paño de lágrimas de sus secretas angustias. “Mañana estará mejor. Azúcar está con ella”.
Isis y Laura saben la realidad de la situación de la salud de la madre y no la comparten con Mariana, por lo que la niña tiene que ir sacando sus propias conclusiones, que, al percibir la fatal realidad, le va llenando de una angustia terrible y torturante. A Julieta le informan a medias, está esperando un bebé, está próxima a parir. La ilusión por la llegada de la criatura de Julieta es un rayo de luz para Mariana. “¿Qué nombre le pondrán? Remedios, Justiniana, ¿Carmen? ¡Como mi mamá! ¡Ofelia, sí, me gusta!”
El reloj sigue su curso siempre, llega la noche. Mariana tiene un presentimiento, el perro aúlla, hay frío: “¡Algo no anda bien!”. Entra a ver su madre, una lágrima escurre por su mejilla: “¡Te amo tanto!” Besos y un apretón en la nariz: “Siempre voy a estar orgullosa de ti”. Las angustias de Mariana se hacen patentes en frases como: “Las manecillas marchan muy lentas. Avanzan y retroceden”. La madre se levanta al baño, la sigue con la mirada, sale del baño, lucha por el aire, dolor en el pecho, se recuesta en el sillón. Llegan los paramédicos, la sacan en camilla. “Isis y Laura salen con los ojos rotos. El tiempo se desliza, ¡No quiero que el tiempo siga! Nada volverá a ser como antes. ¡Mamá nunca sale en pijama y despeinada! ¡Azúcar, que las manecillas vuelvan hacia atrás! ¡Azúcar, mamá no va a regresar! Entonces, no sabía muchas cosas, ¿Por qué las personas duermen y no vuelven a abrir los ojos? ¡Te adelantaste al camino, pero un día te encontraré!”
Ofelia cumple ocho años, Mariana hace el pastel. Ofelia es la viva imagen de la madre: “La veo, cada vez que veo a Ofelia. He dejado de usar reloj, que el tiempo avance como le dé la gana. ¡Son las cuatro y diez, la misma hora en que nació Ofelia!” Ofelia entra en escena y se funden en un largo y profundo abrazo. ¡Todo un poema de amor!
Quien ha velado dos meses, junto al lecho terminal de su madre, comprende perfectamente el sentimiento y el mensaje de esta bella obra. Salimos de Casa Tanicho con el pecho agitado por la emoción.