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Jesucristo… el ejemplo de vida, más sobresaliente

Ariel Juárez García

“La vida de Jesús es la vida más influyente jamás vivida sobre este planeta, y la influencia de aquella vida continúa en aumento.” (Kenneth Scott Latourette, historiador estadounidense).

Algunos historiadores, científicos, investigadores, escritores y líderes políticos de ayer y hoy, han expresado importantes opiniones acerca del destacado papel que desempeñó Jesús de Nazaret (Jesucristo), en la historia de la humanidad.

Es evidente que si alguien merece ser reconocido como el ejemplo de vida más sobresaliente, es, sin duda, Jesucristo. Por eso, el apóstol Pablo –un hombre culto del siglo I a quien Jesucristo nombró misionero– exhorta a todos a ‘mirar atentamente’ a Jesús (Hebreos 12:2; Hechos 9:3).

¿De qué manera se puede decir que Jesucristo es un ejemplo sobresaliente para la vida de cualquier persona que quiera mejorar y ser feliz… siguiendo el modelo que dejó?

El apóstol Pedro dice cómo lograrlo: “Cristo sufrió por ustedes, dejándoles dechado [o un modelo] para que sigan sus pasos con sumo cuidado y atención”. (Ver 1 Pedro 2:21). No cabe duda de que toda persona puede aprender mucho de Jesucristo y de la extraordinaria vida que tuvo. Y si cada uno pone en práctica lo que aprende, de seguro pueden llegar a ser una mejor persona y más feliz. Así pues, vale la pena examinar algunas de las cualidades de Jesucristo y, al mismo tiempo, pensar en cómo seguir su ejemplo.

Jesucristo fue razonable y equilibrado al fijar sus metas materiales y espirituales. Aunque es verdad que, como él mismo dijo, “no tenía dónde recostar la cabeza”, nunca llevó una vida extremadamente austera ni esperaba que otros lo hicieran. (Ver Evangelio de Mateo 8:20). La Biblia indica que asistió a algunos banquetes (ver Evangelio de Lucas 5:29). De hecho, el primer milagro suyo del que se tiene constancia –convirtió el agua en vino durante un banquete de bodas– demuestra que no se apartaba de tener trato con las personas (ver Evangelio de Juan 2:1-11). Sin embargo, siempre dejó claro delante de sus discípulos qué era lo más importante para él: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra”. (Ver Evangelio de Juan 4:34).

Fue abordable y procuraba que los demás se sintieran cómodos con su presencia. La Biblia presenta a Jesucristo como una persona cariñosa y agradable. A él no le molestaba que la gente se le acercara para contarle sus problemas o para plantearle preguntas complejas. En cierta ocasión, una mujer que llevaba doce años enferma aprovechó que una muchedumbre rodeaba a Jesucristo para acercarse por detrás y llegar hasta él –sin que los demás se dieran cuenta–, y poder tocarlo, pensando que así se curaría. Jesucristo no se sintió ofendido por aquella acción de esta mujer, que algunos considerarían insolente. Al contrario, él le dijo con ternura: “Hija, tu fe te ha devuelto la salud” (ver Evangelio de Marcos 5:25-34). Hasta los niños pequeños disfrutaban con su compañía y no temían que los rechazara. (Ver Evangelio de Marcos 10:13-16). Y por las conversaciones francas y amistosas que tenía con sus discípulos, se nota que ellos también se sentían cómodos a su lado. (Ver Evangelio de Marcos 6:30-32).

Manifestó compasión por medio de sus acciones. Sin duda, una de sus mayores virtudes fue saber ponerse en el lugar de los demás para comprender cómo se sentían y poder ayudarlos. El registro bíblico dice que, cuando Jesucristo vio a María llorando por la muerte de su hermano Lázaro, “gimió en el espíritu y se perturbó” y… finalmente “cedió a las lágrimas”. Por lo que cuenta el apóstol Juan, sus acciones, sus emociones y sus sentimientos dieron evidencia en público que Jesús sentía un gran cariño por aquella familia y que no le avergonzaba que los demás, presentes delante de él, lo estuvieran observando. ¡Y cuánta compasión demostró en aquella ocasión al resucitar a su amigo Lázaro! (Ver Evangelio de Juan 11:33-44.)

En otra ocasión, un hombre que padecía lepra –una enfermedad que lo obligaba a vivir aislado– le suplicó: “Señor, si tan sólo quieres, puedes limpiarme”. A muchos debió sorprender la manera en que reaccionó… “Extendiendo la mano, le tocó”, y con gran compasión le dijo: “Quiero. Sé limpio”. (Ver Evangelio de Mateo 8:2, 3). Jesucristo no curaba a las personas simplemente para cumplir con las profecías bíblicas que aplicaban al Mesías. En realidad, él quería aliviar su sufrimiento. Siempre actuaba en conformidad con una de sus enseñanzas más conocidas: “Así como quieren que los hombres les hagan a ustedes, háganles de igual manera a ellos”. (Ver Evangelio de Lucas 6:31).

Fue comprensivo y elogió los hechos de los demás, en lugar de criticarlos. Aunque él era perfecto, no esperaba que los demás lo fueran ni se sentía superior a ellos; tampoco actuaba precipitadamente, sin pensar. En cierta ocasión, cuando Jesucristo estaba como invitado en casa de un fariseo, una mujer “conocida en la ciudad como pecadora”, quiso demostrar su fe y aprecio bañando con lágrimas sus pies. El se lo permitió de buena gana y en ningún momento se lo impidió, para sorpresa de su anfitrión, el fariseo, que sí la juzgó con dureza. Jesucristo percibió la sinceridad de aquella mujer y, en vez de condenarla por sus pecados, le dijo: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”. Es muy posible que este trato comprensivo que recibió del Hijo de Dios la motivara a cambiar de vida. (Ver Lucas 7:37-50).

Fue imparcial y respetuoso con las personas sin importar que fueran de otra raza, sexo, idioma o nacionalidad. Los Evangelios indican que Jesucristo sentía un cariño especial por su discípulo Juan, quizás por tener personalidades afines o por estar emparentados. Sin embargo, El nunca lo favoreció por encima de los demás apóstoles (ver Evangelio de Juan 13:23). De hecho, cuando Juan y su hermano Santiago le pidieron que les otorgara puestos destacados en el Reino de Dios, Jesús les contestó: “Esto de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía darlo”. (Ver Evangelio de Marcos 10:35-40).

Además, siempre trataba con respeto a todo el mundo. El no tenía los prejuicios de la gente de su tiempo. Aunque muchos consideraban que las mujeres eran inferiores, él las trataba con la debida dignidad. Por ejemplo, la primera persona a la que Jesús dijo claramente que era el Mesías fue una mujer. Su comportamiento, en aquella ocasión, resalta más si se tiene en cuenta que ella era samaritana, pues los judíos en general sentían tal desprecio por los samaritanos que ni siquiera los saludaban (ver Evangelio de Juan 4:7-26). Pero eso no fue todo: también fueron mujeres las primeras personas a quienes Jesucristo les concedió el privilegio de verlo resucitado. (Ver Evangelio de Mateo 28:9, 10).

Se comportó como un hijo y hermano responsable del cuidado de su familia. Parece que José, su padre adoptivo, murió cuando Jesucristo todavía era joven. Así que es probable que él se haya encargado de mantener a su madre y a sus hermanos menores trabajando de carpintero (ver Evangelio de Marcos 6:3). Aun estando a punto de morir, no dejó de preocuparse por su madre y por eso le pidió a su discípulo el apóstol Juan que la cuidara. (Ver Evangelio de Juan 19:26, 27).

Jesucristo fue el mejor de los amigos. ¿Por qué? El nunca se alejó de sus amigos porque cometieran errores, aun cuando los repitieran una y otra vez. Es cierto que ellos no siempre actuaron como a El le hubiera gustado. Aun así, les demostró su amistad concentrándose en sus buenas cualidades, en vez de atribuirles malos motivos. (Ver Evangelio de Marcos 9:33-35; y Evangelio de Lucas 22:24-27).

Pero por encima de todo, Jesucristo nunca reaccionó molesto, ni ofendido, con sus discípulos, pues los quería sinceramente (Juan 13:1). ¡Y hasta qué punto! El mismo dijo: “Nadie tiene mayor amor que éste: que alguien entregue su alma a favor de sus amigos” (ver Evangelio de Juan 15:13).

Demostró ser un hombre valiente que actuó con decisión cuando fue necesario hacerlo. Jesucristo no era el personaje débil y sin voluntad que pintan muchos artistas; al contrario, era enérgico y fuerte. En dos ocasiones echó del templo a los mercaderes con sus artículos (ver Evangelio de Marcos 11:15-17; y Evangelio Juan 2:14-17). También demostró valor al enfrentarse a una agitada muchedumbre que buscaba a “Jesús el Nazareno” para arrestarlo. “Soy yo”, dijo sin miedo. Y luego, para proteger a sus discípulos, añadió: “Si es a mí a quien buscan, dejen ir a éstos” (ver Evangelio de Juan 18:4-9). No sorprende que el propio Poncio Pilato, viendo la entereza de Jesús pese a los maltratos, dijera admirado: “¡Miren! ¡El hombre!”. (Ver Evangelio de Juan 19:4, 5).

Estas y otras muchas cualidades sobresalientes convierten a Jesús en un ejemplo sobresaliente, el modelo perfecto para la vida de muchos. De modo que al imitar su conducta, cualquiera puede llegar a ser mejor persona y… darle sentido a su vida… para ser feliz.

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