En Yucatán, la economía doméstica –esa que no cobra salario ni aparece en los presupuestos– sostiene buena parte de la vida cotidiana del estado. Cocinar, limpiar, cuidar, acompañar, administrar, atender y resolver conforman una jornada que no entra en los registros laborales, pero que genera un valor económico equivalente a casi una cuarta parte del PIB estatal. Y aunque es indispensable, sigue recayendo abrumadoramente en las mujeres.
La Cuenta Satélite del Trabajo No Remunerado de los Hogares del Inegi confirma que Yucatán es la entidad de la Península donde más pesa este trabajo invisible: aporta 23.5% del PIB estatal, superando a Quintana Roo y Campeche. El dato tiene un matiz todavía más profundo: el 72.6% del valor económico de estas actividades proviene de las mujeres, mientras que los hombres contribuyen con apenas 27.4%.
Es la fotografía más reciente de una dinámica estructural que acumula décadas. A nivel nacional, el valor económico del trabajo doméstico y de cuidados alcanzó en 2024 los 8 billones de pesos, lo que equivale al 23.9% del PIB del país. Si fuese una industria, sería la más grande de México. Pero, a diferencia de cualquier sector económico, no paga salarios ni garantiza derechos laborales.
Una inequidad de larga data
La concentración del trabajo doméstico en las mujeres no surgió en tiempos recientes; es una herencia histórica.
Durante el auge henequenero en la época porfirista, mientras la élite económica acumulaba riqueza, la gran mayoría de las mujeres realizaba jornadas completas de trabajo doméstico y de cuidados sin reconocimiento económico. A pesar de que algunas participaban en labores textiles o como empleadas domésticas, su aporte no era contado como productivo.
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Tras la mitad del siglo XX, México vivió industrialización, crecimiento urbano y expansión educativa, pero el hogar continuó siendo el espacio asignado a las mujeres. En Yucatán, la fuerte presencia de familias extensas y redes comunitarias reforzó esa división de roles. Fue el tiempo de la “doble jornada”: mujeres que se incorporaban al trabajo remunerado, pero sin dejar de cumplir con todas las tareas de la casa.
En los años noventa, las encuestas del Inegi empezaron a mostrar con claridad un patrón persistente: las mujeres yucatecas dedicaban casi el doble de horas que los hombres al trabajo no remunerado. Aunque las estadísticas cambiaron la conversación pública, no modificaron la estructura que sostenía esa desigualdad.
Instrumento de medición
El verdadero punto de quiebre llegó más tarde, con la publicación de las Cuentas Satélite. Por primera vez, México –y con él Yucatán– pudo medir el valor económico de estas labores, demostrando que superan a sectores enteros de la economía formal. Aun así, ese reconocimiento no vino acompañado de políticas públicas que garantizaran compensación o corresponsabilidad.
Luego llegó la pandemia. Con escuelas cerradas, empleos perdidos y personas enfermas, la carga sobre las mujeres se duplicó o triplicó en muchos hogares. En Yucatán, donde abundan los hogares multigeneracionales, la demanda de cuidados se intensificó. La emergencia sanitaria dejó clara una verdad que las estadísticas confirman: cuando todo falla, son las mujeres quienes sostienen la vida.
Entre 2020 y 2025, el tema de los cuidados entró al debate nacional, pero aun sin convertirse en un sistema integral que respalde a quienes lo realizan. Hoy, pese a la mayor visibilidad, la carga sigue siendo desigual.
El rostro actual de la desigualdad
La más reciente Cuenta Satélite del Trabajo No Remunerado de los Hogares, del Inegi, confirma un patrón que en Yucatán se ha vuelto estructural: del total del valor generado por estas labores, el 72.6% proviene del trabajo de las mujeres, frente al 27.4% aportado por los hombres. No es sólo una diferencia; es una brecha que, traducida en horas, implica que ellas aportan casi tres cuartas partes de toda la actividad doméstica y de cuidados.
Aunque la participación masculina ha aumentado lentamente en los últimos años, los especialistas advierten que esa variación no compite con el volumen histórico de responsabilidades que han recaído sobre las mujeres, particularmente en el sur del país. En Yucatán, además, la composición familiar tradicional –con fuerte presencia de hogares extensos o multigeneracionales– incrementa el peso del trabajo de cuidados: mayores dependientes, infancias y personas con discapacidad que requieren acompañamiento constante.
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A escala nacional, el valor económico de este trabajo alcanzó en 2024 los 8 billones de pesos, equivalente al 23.9% del PIB del país, una proporción que supera lo que aportan sectores enteros como la manufactura o el comercio mayorista.
Aportación femenina invaluable
En Yucatán, la fotografía es aún más contrastante. El estado encabeza la aportación en la Península, seguido de Quintana Roo y Campeche, lo que evidencia patrones de desigualdad persistentes. Mientras la economía formal avanza hacia la terciarización y la alta demanda de servicios, el ámbito doméstico mantiene lógicas heredadas que rara vez encuentran reflejo en políticas públicas específicas. El incremento en la migración laboral, la ampliación de la jornada turística y el crecimiento urbano acelerado también han presionado a miles de mujeres a combinar trabajo remunerado con doble o triple jornada en casa.
La situación se vuelve todavía más nítida cuando se observa la estructura de los hogares. Las mujeres que se identifican como jefas del hogar generan un valor económico promedio de 83 mil 494 pesos anuales en trabajo no remunerado; pero cuando se asumen como cónyuges –es decir, además de trabajar en casa, sostienen dinámicas familiares más amplias– esa cifra sube a 105 mil 923 pesos al año. Entre los hombres, quienes presentan mayor aporte económico no pagado son aquellos identificados como jefes de hogar: 38,177 pesos.
Soporte de la vida cotidiana
El análisis coincide con el contexto del 25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, fecha en la que organizaciones feministas han insistido en visibilizar la otra cara de la violencia estructural: la que no deja moretones, pero sí agota, precariza y condiciona oportunidades. La carga desproporcionada del trabajo doméstico y de cuidados se convierte en una barrera para el empleo formal, el tiempo libre, la educación y la autonomía económica.
Colectivas locales y especialistas en género han subrayado que Yucatán necesita políticas de corresponsabilidad más profundas: estancias infantiles públicas estables, apoyos formales de cuidado, jornadas laborales compatibles con la vida familiar, licencias de paternidad más largas y campañas educativas permanentes para desmontar estereotipos arraigados. De lo contrario, advierten, la inequidad seguirá heredándose de generación en generación.
Mientras tanto, el dato permanece: el trabajo que sostiene la vida cotidiana en Yucatán sigue descansando, mayoritariamente, en las manos de las mujeres, sin salario, sin descanso y sin visibilidad en las cuentas públicas. Y aunque la economía estatal crece, el valor de ese esfuerzo –tan indispensable como silencioso– continúa fuera del radar del desarrollo.