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Yucatán

Más de 6 mil hectáreas de selva en Yucatán presentan impactos por desmontes asociados a menonitas; el daño sería irreversible

Guillermo Porras Quevedo, delegado de Semarnat en Yucatán, indicó que el problema de la deforestación ya rebasó el ámbito administrativo.

La expansión agroindustrial vinculada a grupos menonitas acelera la deforestación en el sur de Yucatán
La expansión agroindustrial vinculada a grupos menonitas acelera la deforestación en el sur de Yucatán / Especial

En el sur de Yucatán, donde la selva todavía respira y sostiene la vida de comunidades mayas, fauna silvestre y acuíferos subterráneos, una amenaza silenciosa avanza hectárea por hectárea. No se trata sólo del crecimiento urbano o del boom inmobiliario que transforma el paisaje: la expansión acelerada de agroindustrias vinculadas a grupos menonitas se ha convertido en uno de los focos más delicados de devastación ambiental en el cono sur del estado.

Municipios como Tekax, Peto y Tzucacab concentran desde hace años un fenómeno que hoy preocupa a autoridades, ambientalistas y ejidatarios: la apertura masiva de tierras para monocultivos, en muchos casos sin permisos ambientales vigentes, dentro de una de las zonas más frágiles y estratégicas de la península.

El Puuc, un pulmón en riesgo

Los ejidos de Nohalal, San Diego Buenavista y Mesatunich se ubican dentro del área de influencia de la Reserva Biocultural del Puuc, considerada uno de los grandes pulmones verdes de Yucatán. En este corredor sobreviven especies emblemáticas como el jaguar, el puma y el ocelote, además de una vasta diversidad de aves, reptiles y plantas endémicas.

Sin embargo, esa riqueza natural ha comenzado a fragmentarse. Reportes nacionales señalan que la deforestación asociada a actividades menonitas en Yucatán supera las 10 mil hectáreas desde 2016, dejando cicatrices visibles en el paisaje: suelos erosionados, pérdida de vegetación nativa y ruptura de corredores biológicos esenciales para la fauna.

Mesatunich: 145 hectáreas arrasadas

El caso más reciente que encendió las alertas ocurrió en el ejido Mesatunich, municipio de Tekax. Ahí, autoridades federales clausuraron 145 hectáreas de selva con vegetación nativa que habían sido desmontadas para sembrar sorgo y maíz a gran escala.

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La intervención, encabezada por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), confirmó que los trabajos se realizaron sin autorizaciones vigentes. Además del desmonte, se detectó apertura irregular de caminos, extracción de material pétreo y afectaciones directas a especies silvestres.

Este operativo se suma a otros similares realizados en la región durante los últimos meses, donde se han documentado cambios ilegales de uso de suelo en áreas de selva mediana subperennifolia, uno de los ecosistemas más vulnerables de la península.

“No es un trámite, es selva viva”

Para Guillermo Porras Quevedo, delegado de Semarnat en Yucatán, el problema ya rebasó el ámbito administrativo. En entrevista con POR ESTO!, advirtió que la devastación ambiental no puede seguir minimizándose.

“No estamos hablando sólo de papeles o permisos. Estamos hablando de selva viva, de agua, de biodiversidad y del equilibrio que sostiene incluso a la agricultura tradicional. Recuperar una hectárea de selva puede tomar décadas”, subrayó.

El funcionario explicó que cada caso detectado ha derivado en expedientes administrativos y procesos legales, con el objetivo no solo de sancionar, sino de exigir la reparación del daño ambiental.

Un patrón que se repite en el país

La preocupación de las autoridades ambientales se intensifica al observar que el modelo de expansión agrícola menonita no es exclusivo de Yucatán. En estados como Campeche, Chihuahua y Durango, este tipo de asentamientos ha sido vinculado con la deforestación de miles de hectáreas en menos de una década.

En la península, el antecedente más visible se localiza en Hopelchén, Campeche, donde desde 1987 se asentaron comunidades menonitas permanentes. Ahí, la tala masiva de selva maya dejó una huella profunda que hoy se intenta contener en territorio yucateco antes de que el daño sea irreversible.

Campamentos itinerantes y agroindustrias

De acuerdo con la Organización Nacional de Comités de Ordenamiento y Defensa del Territorio (Onodet), en Yucatán no existe una población menonita establecida de forma permanente. Lo que se ha detectado son campamentos itinerantes que operan por temporadas, mientras las tierras adquiridas quedan bajo el cuidado de pobladores locales.

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Onodet estima que sólo en Tekax estos grupos han ocupado más de 6 mil hectáreas de tierras ejidales, destinadas a la siembra intensiva de maíz, sorgo, soya, palma y otros cultivos de agroindustria. Mapas satelitales del Observatorio de Conflictos Socioambientales muestran la expansión de estos campos en ejidos como San Diego Buenavista, Nohalal, Mac-Yan, San Felipe Segundo y Huntochac.

Cambios visibles en las comunidades

Un recorrido realizado por este medio en comunidades del sur del estado permitió constatar cómo la presencia de estas agroindustrias ha modificado la vida cotidiana de los ejidos. Tractores utilizados como medio de transporte, maquinaria pesada resguardada en patios y caminos improvisados entre parcelas forman ya parte del paisaje.

Para muchos habitantes, estos cambios conviven con la preocupación por la pérdida de selva, el agotamiento del suelo y la alteración de los ciclos naturales que históricamente sostuvieron a las comunidades mayas.

Restaurar y prevenir, el reto ambiental

Ante este escenario, la Semarnat asegura que se están impulsando campañas intensivas de reforestación en las selvas, bosques y manglares de Yucatán, apoyadas por programas federales de restauración ecológica.

Estas acciones se complementan con jornadas de limpieza en playas y zonas costeras, donde también se acumulan los efectos de la degradación ambiental.

No obstante, Porras Quevedo insiste en que la restauración no será suficiente sin una prevención real y efectiva. Municipios que hagan cumplir la ley, ejidos que gestionen permisos de forma transparente y comunidades que denuncien desmontes ilegales son parte clave de la ecuación.

“La selva del Puuc es un tesoro. Si la perdemos, perdemos todo: agua, fauna, cultura y futuro”, advirtió.