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Cultura

Doña Tila

Conrado Roche Reyes

Emprendieron el grupo de amigos aquella expedición en el carro de uno de ellos. Había motivo de algarabía por tal viajecito. Entre la palomilla iba uno que sería iniciado en las artes amatorias. Es decir, tendría su primera experiencia sexual. Mozalbete de entre doce y trece años era el único de la banda que no lo había hecho, era un muchachito virgen de toda virginidad. Excusa decir que los nervios estaban a flor de piel en el “nuevo”. Yo no sé en las mujeres como sea la cuestión, pero entre los varones es cosa de entrar en pánico, no siendo psicólogo ni nada que se le parezca, no me explico el motivo, pero generalmente así sucede.

Sus amigos ya habían hablado del asunto con doña Tila, quien sería la iniciadora de nuestro personaje. Esta tenía su guarida, su centro de trabajo y vivienda al final de zona de tolerancia, en los llamados “cuartitos”, que eran una fila de estos alineados y juntos, de techo muy bajo y casi llegando ya a los terrenos de la FAM.

Era de día, mediodía. Sol en su máximo esplendor rajando piedras. Entraron a aquel especie de gueto que era la zona, y es que “ellas”, las que ejercían esa profesión, la más antigua del mundo, vivían allí dentro de sus límites. Llegaron al lugar indicado y entre algarabía, gritos destemplados y porras se estacionaron a las puertas del cuarto de la elegida para aquel ritual, para ellos muy importante, ya que la virilidad en aquellos tiempos se medía por dos cosas: los puñetazos y el sexo, y hoy era un día muy especial para nuestro amigo y sus amigos, verdaderos empujadores. El chico casi temblaba, estaba entrando en pánico. Uno de ellos tocó a la puerta de doña Tila sin respuesta alguna. Lo volvió a intentar y… nada. Se bajaron del coche y entre todos, ya tocando la puerta, ya gritando su nombre clamaban por doña Tila. Finalmente, después de un buen rato se dieron por vencidos. La damisela no se encontraba en su cuarto. El misacantano sintió para sus adentros un gran alivio, aunque para sus afueras fingió estar desalentado y molesto.

Se encontraban ya abordando el automóvil cuando a lo lejos se escucharon unos gritos: “¡Muchachos, muchachos, esperen!”. Se trataba de doña Tila que venía de comprar las tortillas. Hay que aclarar que en ese microcosmos del pecado que era la zona de tolerancia había de todo: carnicería, molino, tienda de abarrotes, modistas, etcétera.

La interfecta era una señora ya entrada en años y en kilos, muy morena y con innegables rasgos mayas con un ajustado vestido que dejaba ver su cuerpo abultado en carnes con su envoltorio de tortillas.

Los chavos le señalaron a aquel que perdería en unos minutos su inocencia. Ella lo tomó del brazo y lo condujo a la única pieza de su pequeñísimo cuarto. Se acostó en un catre y se levantó la falda. No llevaba ropa interior, como para desarmar al más calenturiento, ya que además de su nada agraciado cuerpo y para terminar con aquel deprimente cuadro, el olor del frijol kabax que estaba en la hornilla era sumamente penetrante y el grand finale de esa pobre miserable mujer (y mayor desánimo del chamaco) cuando comenzaron lo que viene siendo ya en sí el acto sexual, vamos, el coito, el bebé de doña Tila, que dormía en una hamaca al lado del catresucho en el cual la pareja estaba acostada, despierta y se pone a llorar. Doña Tila pateaba con una pierna la hamaca del nené mientras era penetrada por el púber virgen. Este no sentía el más mínimo placer. Logró conseguir la tan deseada erección (escuchaba que desde afuera le echaban gritos de aliento) cuando se le prendió el foco y comenzó a pensar, a fantasear con Marylin Monroe, Brigitte Bardot, Ana Luisa Peluffo, una que otra prima o amiguita de muy buen ver. Solo así logró terminar con éxito aquella difícil operación de combate. Casi escuchó la sinfonía de Beethoven y casi grita ¡consummatum est!

Al salir todo sudoroso del cuarto, sus amigos estallaron en aplausos porras. “Ole matador, bravo, ahora sí ya eres un hombre”.

Sí, todo aquello formaba parte de una generación, pero él, el personaje de este relato lo recuerda como una de las experiencias más horrendas de su vida.

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