Pedro de la Hoz
En una sociedad cada vez más mestiza e integrada, como la cubana, el color de la piel ha ido dejando de ser un factor diferenciante en los gustos por la danza. Los tópicos quedan atrás, tanto como los tintes discriminatorios y los prejuicios heredados de los horrores de la esclavitud africana en tiempos de la colonia y de las exclusiones sociales de la república neocolonial. Ni la rumba es más, según antes se decía, cosa de negros, ni las sevillanas y castañuelas asuntos de blancos. El legado africano se halla cada vez más y mejor valorado y la huella hispana genera fervores de blancos, negros, mulatos y de todas las gradaciones pigmentarias.
Esto último se hizo visible en el 26 Festival Internacional de Ballet de La Habana. El último domingo, en los alrededores del Capitolio Nacional y el Gran Teatro Alicia Alonso, la calle fue literalmente tomada por muchachos y muchachas que estudian en las academias de baile donde se cultiva la afición por las danzas españolas, animados por un flashmob (acción performática multitudinaria y sorpresiva en la calle), inducido por la Fundación Antonio Gades.
Presente una vez más en el Festival y en la capital, la Fundación mantiene un compromiso entrañable con la isla querida por Gades, tanto que el más sobresaliente bailaor de la era moderna quiso que sus cenizas reposaran para siempre en tierra cubana. En el mausoleo que guarda los restos de los combatientes del Segundo Frente Frank País, en las montañas orientales, el artista yace muy cerca del nicho de la heroína Vilma Espín, esposa del jefe de aquella formación del Ejército Rebelde en los días de la insurrección, Raúl Castro.
Al frente de la Fundación, Eugenia Eiriz promueve el flamenco como arte genuinamente popular, al margen de adulteraciones folclorizantes y concesiones comerciales. Ha dicho que en Cuba encuentra un territorio propicio para las acciones de su entidad, por “el cariño que le tienen los cubanos a España y el de muchísimos españoles por Cuba, y el valor con que se llevan a cabo en esta isla los emprendimientos culturales”.
Eso lo supo tempranamente Antonio que bailó con Alicia una pieza inolvidable, colaboró con el Ballet Nacional de Cuba, hizo giras por todo el país y danzó para los combatientes que cuidan la frontera en el perímetro de la Base Naval de Guantánamo, porción cubana usurpada ilegalmente por los Estados Unidos.
La Fundación Antonio Gades protagonizó en el teatro Martí, con notable recepción del público, el taller Movimientos: de la punta al tacón, panorama didáctico de las variantes del baile flamenco.
Esa conexión hispana de la danza cubana se vio reforzada en las jornadas del Festival con el estreno de la obra El mito, por la compañía de Irene Rodríguez. De fuerte inspiración flamenca, pero con las ganancias de una formación académica rigurosa en el orden clásico, la tropa de Irene desplegó imaginación y técnica en una pieza que rinde homenaje a Alicia Alonso.
Entre las muchas opciones disponibles en la agenda del Festival, que estaba por cerrar anoche sus cortinas, hubo una pincelada mexicana, apreciada por quienes asistieron a los programas de concierto ofrecidos en la sala Covarrubias del Teatro Nacional.
Procedente del Ballet de Monterrey, Valeria Alavez, una de las bailarinas principales de la compañía, interpretó Isolda, obra de Gloria Contreras (1934-2015), que había asumido por primera vez en el Taller Coreográfico de la UNAM e interiorizada por ella desde 2013.
La joven artista posee aptitudes y condiciones que de ser cultivadas podrían situarla entre las más prometedoras figuras de la danza clásica en la región. En Monterrey tiene la oportunidad, toda vez que el director artístico de ese colectivo, José Manuel Carreño, se halla investido por la experiencia de haber sido uno de los puntales de la Escuela Cubana de Ballet.