Por Jorge Lara Rivera
La precariedad humana impulsa al hombre a pretender perpetuar su circunstancia social e individual echando mano de recursos más o menos duraderos que al cabo se revelan fallidos para tamaña empresa, Y no obstante, la desmesura de su pretensión permite a la especie rozar las orillas del tiempo al transmitir su noticia a la siguiente generación, dando testimonio humano del momento vital. El arte es, sin lugar a duda, uno de sus más venturosos intentos.
El componente lúdico le es inherente al trabajo artístico y resulta móvil esencial para el placer creativo de sus oficiantes; conditio sine qua non de su labor en la infatigable vertiente experimental para acometer la expresión y la conciencia del mundo.
Admirador contemplativo del cambiante paisaje, con Ronda yucateca, los juegos tradicionales, Carlos Carbajo Ledesma revisita las minucias que son la sal de la vida; en este caso, por la emergencia del juego infantil, cada vez más despojado de libertad, acotado por exigencias de “productividad” y mecanizado por la prodigiosa tecnología.
Arrinconados, los otrora consabidos vórtices de alegría y bullicio –que ingenuamente se creían endémicos, únicos, propios de esta región y ahora que fronteras y horizontes retroceden en la Era de la información y la tecnología se sabe que no– tienen, sin embargo, con la presente transportación al lienzo un aliento memorioso suplementario.
“Flor de melancolía” (permítase extrapolar la metáfora de la famosa canción Granada, de Agustín Lara) resultará para muchas generaciones la Ronda yucateca, de Carbajo Ledesma, acicate a la curiosidad de otras.
Presente desde 2008 en el panorama de las artes plásticas de Yucatán con exposiciones individuales y colectivas (Galería del Callejón del Congreso y Centro de Artes Visuales del Gobierno del Estado; la Municipal de Artes Plásticas y el Museo de la Ciudad de la capital yucateca, Museo de Arte Contemporáneo de Yucatán, In la ‘Kech) y en cursos y talleres impartidos en la zona sobre la especialidad desde 2003, el artista queretano avecindado en el Mayab confirma en cada una de las 10 obras de formato mediano (1.22 m por 1.60 m) de esta muestra que el juego posee características que desafían lo rutinario: normas y configuraciones imaginativas, caprichosas que se enriquecen con mayor complejidad con el paso del tiempo, desafíos al ingenio y la destreza, y retos al cuerpo. Para congelar el instante, rompen la continuidad de lo convencional dejando fluir la emoción, abriendo cauce a la mirada inaugural lo mismo que al retorno desde su perspectiva.
Con tratamientos temáticos que van de la abstracción (“Palillos chinos”) al figurativo no realista (“El trompo”) y recursos donde son perceptibles las varias influencias –Demián Flores, la gráfica oaxaqueña más actual, Banksy– que nutren su paleta, a través del acrílico sobre tela, este pintor revela en cada lienzo sus asombros y deslumbramientos, y al registrarlos mediante saturación monocromática (“El tinjoroch”), yuxtaposición de planos de la realidad (“El tirahule”), grafismos (“La chácara”), estilizamiento (“El papagayo”) y texturas visuales (“La kimbomba”) consigue un vertiginoso recuento de emociones.
La expectación y la destreza, como el rigor y el ansia, no se anulan mutuales, ni se agotan en el juego, como tampoco en el cuadro. Así, la Ronda de Carbajo acepta, copartícipe, a cada cual si aporta bienquerencia al disfrute del tiempo destilado en ella.