Edgar Rodríguez Cimé
Cuando tía Priscila solicitó a sus papás permiso para dejar ir a Alexander parado en los “diablos” de la bicicleta de Ángel, hermano de Mauricio, a quien acompañarían –también en su bici– a su clase de “doctrina católica” en la capilla del barrio de San Joaquín, en Ticul, el majan yerno Ernesto no lo otorgó “por la seguridad” del pequeño. Como yo le recordé el grado de madurez emocional de Alex, con ejemplos, lo cual motivó el apoyo de su mami y abuela, “le hicimos moloch” y terminó cediendo: “Flor, dale permiso para que vaya con sus primos”.
Aclarando: quizá la madurez de Alex provenga de los genes de sus abuelos, don Ernesto, maestro rural jubilado comprometido con la instrucción escolar de los niños mayas, y doña Edey, enfermera también jubilada, dos custodios de la salud y la educación pública entre la niñez maya; o de su mami Flor, profesora y “brazo derecho” del director de la primaria de Umán donde estudia Alex, y muy apreciada entre el alumnado.
En realidad, yo no le mentí a Ernesto sobre la extraordinaria “madurez emocional” demostrada por el pequeño Alex desde pequeño (ahora está en primaria, en la escuela donde imparte clases su mami en Umán), porque cuando menos en dos ocasiones he comentado en el POR ESTO! esta facultad del majan nieto.
Después de concluir el gremio de niños del barrio ticuleño de San Román, con quince años de fundado para inculcarle las tradiciones yucatecas a los pequeños, en pleno atrio de la Iglesia la “nochera” reparte juguetes entre los de talla chica. Son decenas y decenas, y, como los recursos económicos escasean, no se da abasto. Esta vez fueron tantos chicos que, los últimos no alcanzaron un obsequio del Santo Patrono.
Como Artemio, un chico quintanarroense, sobrino de Víctor, el otro majan yerno, quien lo trajo de visita y lo llevaron esa tarde al gremio de niños, junto con Alex, Mauricio y Ángel. Cuando Alexander, con su Iron man de plástico en la mano, vio la cara triste de Artemio porque no alcanzó juguete de San Román, “poniéndose en los zapatos” de él (sintiendo empatía), fue a su lado y le dijo: “Toma, te doy el mío. Yo tengo más en mi casa”. El rostro de Artemio se iluminó como un sol.
Flor, su mami, ve a Alexander muy atareado construyendo un sobre con papel doblado y pegamento, hasta concluirlo. Una vez terminado, lo llena con un billete de “veinte pesos”, en realidad todo su capital en este momento tan decisivo para demostrar, con “un regalo”, el amor que él siente por su padre Ernesto, sobre todo mañana que es su cumpleaños. Piensa que en algo le puede servir para mañana que va a gastar “mucho dinero”.
Como solamente tiene 9 años, cuando le da el “regalo” y le suelta muy serio: “Toma papá, es todo lo que tengo pero te lo regalo en tu cumple”, su hermano Carlitos, de 23 años, lagrima.
Pero el colmo fue la noche del 16 de septiembre cuando después de soltar como mil fuegos artificiales por el Ayuntamiento de Ticul, Alexander nos dejó con la cara de “What” cuando emitió su docta opinión: “¡Mami, fueron muchos fuegos. No se dan cuenta cuánto contaminan el ambiente y qué fuerte es la contaminación auditiva!”, lo cual me motivó a escribir esta nota, porque ya quisiera ver a más adultos como Alexander con ese cuidado por el medio natural.
Todo lo anterior es con el fin de argumentar a favor de la “madurez emocional” de Alex –entendida como “el reconocimiento y control de las emociones de acuerdo a los estímulos externos imprevisibles, así como a la empatía hacia las emociones de otras personas”–, lo cual se traduce, definitivamente, en un mayor nivel de “seriedad, cuidado y responsabilidad” por su parte, equiparándose a niños mayores o adolescentes.
Traducido al “castellano”: “A sus nueve años, se puede confiar –con vigilancia– en un niño como Alex, permitiéndole ir conociendo el mundo, sobre todo, de la mano de sus primos mayores, como Ángel y Mauricio”.
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Colectivo cultural Felipa Poot Tzuc