Fernando Muñoz Castillo
Fabulística, se mira en el espejo, mientras se enrimela las pestañas escuchando la voz de Antonio Badú interpretar:
“No vuelvas a llorar, el rímel que enlutó tu corazón..”
El teléfono en forma de Betty Boop suena y ella contesta:
Hi, aquí Fabulística, allí ¿quién?
No alcanzamos a oír lo que le dicen al otro lado del hilo del teléfono.
“¿En serio? Iré en momento, sólo desconecto mi enchinador de cabello, me pongo mis medias Clavel de seda, me perfumo con Flor de cocaína de Myrurgia. Toda una chica vintage, dispuesta para ir a cubrir el evento y anotarlo todo en mi libreta perfumada con sándalo de Oriente”.
Y después de hacer lo dicho anteriormente, montó en un UBER, para llegar más rápido que un mal pensamiento.
La tarde caía como una cascada de rosas, amarillos, lilas y rojos flamboyán. Suspiró mientras veía el cielo y pensó en cómo la fama enloquece a las personas, el ejemplo era Titina Rotoplás, tan modosita que se veía con hipilito en punto de cruz y sus lacitosan engalanando sus trenzas, que nadie podría imaginar que un día se convertiría en eso: un volcán en erupción, que tenía que ser apagado ya, pues su veneno y la pus se su alma habían envenenado a varias personas cercanas.
Su soberbia había excedido el top de los soberbios de fama y éxito. Sentía que todo lo que hacía o decía era noticia, hablaba y no se daba cuenta de las metidas de pata que efectuaba. Tal como preguntar azorada, cuando le preguntaron que qué canciones iba a poner en su homenaje a Mae West. “¿Pues canta?”
O cuando se sentía más entusiasmada por su éxito y olvidó a todos y todas quienes la habían ayudado a encaramarse en la rama más alta del árbol de guayaba.
La corte de halagadores era inmensa, porque ella prometía hacerlos famosos (as) con sus amistades, las que verdaderamente cortaban el queso de la alta cultura.
Fabulística pensaba esto y dos lágrimas rodaron por sus mejillas de arrebol, mientras exclamaba:
“¡Ya la perdimos!”
Total, para no hacer largo el cuento, cuando se vieron frente a frente Titina y Fabulística, nuestra amiga le recriminó su petulancia y soberbia, sus metidas de pata y su protagonismo ofensivo y vulgar. Fue cuando la primera dijo algo que la fábula rimada de Miguel Agustín Príncipe, ilustra muy bien, con el perdón de Fabulística que ahora la encarnaré como zorra:
Dijo a la zorra el mono
Con jactancioso tono:
¿Quién mi talento excede?
Nómbrame un animal
Al cual yo no remede
Con perfección cabal.
Y tú soberbia alhaja.
Responde la marrana,
Nómbrame alguna bestia
Que quiera baladí
Tomarse la molestia
De remedarte a ti.