Pedro de la Hoz
Invariablemente, los protagonistas de las novelas de Jean-Paul Dubois se nombran Paul. El último, Paul Hansen, se halla en el centro de Todos los hombres no están en el mundo de la misma manera (Tous les hommes n’habitent pas le monde de la même façon’), publicada por la modesta casa Olivier. Los gerentes de la editorial saltaron de felicidad; el autor limitó su euforia, aunque la procesión de júbilo iba por dentro. Esta vez no fue un producto de Gallimard, ni de Seuil, ni de Grasset el que se alzó con Goncourt 2019, el galardón literario de mayor prestigio en lengua francesa, sino una apuesta de Olivier, la más reciente novela de Dubois.
Aparentemente, como apuntamos, Dubois lo tomó con calma. A los 69 años de edad ha sabido eslabonar una carrera consistente: veintidós novelas, dos colecciones de cuentos y unos cuantos libros de crónicas y reportajes. Desde que alcanzó cierta estabilidad en los circuitos editoriales, dejó atrás el oficio de reportero, faenas desempeñadas en las redacciones deportivas de los diarios Sud Ouest y Le Matin, y más tarde como autor de trabajos de fondo en Nouvel Observateur.
Es posible que los lectores de habla hispana hayan tropezado con uno de los Paul de Dubois, puesto que Una vida francesa (Sa vie francaise) fue traducida al castellano, por aquello de haberse adjudicado en 2004 el Premio Fémina. El Paul de marras se apellidaba Blick y, a lo largo de las páginas de la novela, transitan cincuenta años de su existencia, un espacio político que va de los tiempos de Charles de Gaulle a los de Jacques Chirac.
Antihéroe, eterno macho adolescente, víctima y victimario de rupturas sentimentales, profesionalmente inestable y distanciado de su prole, este Paul, nieto de un pastor montañés, hijo de una correctora de estilo y del propietario de una concesionaria de autos en Toulouse, arranca viendo morir a su hermano. Asistimos a su iniciación sexual, a su juventud radical en el mayo francés del 68, a su frustración como periodista deportivo, al matrimonio con la hija de su jefe, sacerdotisa del neoliberalismo, a su marginación familiar, al descubrimiento de su afición por la fotografía sobre paisajes naturales, a la fama conquistada por estos menesteres, inversamente proporcional a su naufragio personal. Sobreviene aquí un punto de inflexión que precipita acontecimientos mitad trágicos, mitad grotescos, tal como ha sido la tónica de un escritor que cuando parece que se va a poner serio, urde una boutade o una situación imprevista.
El Paul de Todos los hombres…, de apellido Hansen, de acuerdo con la promoción de la casa editorial, consigue desempeñarse como intendente de un complejo residencial en Montreal, donde, más allá de sus tareas administrativas, se dedica a reparar almas y consolar aflicciones de sus moradores. Pero con la llegada de un superior, la vida se le enreda de la peor manera y hay que ver cómo se las arregla en adelante, cuando lo condenan a dos años de prisión, donde comparte celda con Horton, un Angel Hells, motociclista desenfrenado y nómada encarcelado por asesinato. De todo ello el lector se entera después, dado que el punto de partida es justamente el encierro.
Dubois ha explicado cómo y por qué eligió la trama: “En el caso de Hansen, estar en prisión es una increíble forma de libertad. En la prisión, tienes tiempo para pensar en muchas cosas. Digo bien en el caso de Hansen, no hablo de toda la miseria que puede haber en las cárceles. Es casi un caso de lujo, porque todavía es un tipo que nada lo predestinó a la prisión. Entonces, estos dos años le permitirán reconsiderar el mundo, reconsiderar su vida y reconsiderar sus recuerdos, vivir con sus muertos, vivir este pasado, comprender muchas cosas. La prisión es una forma de escape de la vida real en mi novela. A menudo, cuando las cosas no van bien, me digo ‘maldita sea, si estuviera en la cárcel o si estuviera en un hospital psiquiátrico, lo devolvería todo’. Tengo la impresión de que por un tiempo, por supuesto, y sin ser inteligente, es un momento en que las ideas tienden a volver a su lugar”.
Una declaración como ésta no deja de ser extravagante y hasta chocante, pero así se ha comportado siempre Dubois, cada vez que deja su extrema discreción en la vida pública. Pareciera preferir expresarse a través de sus personajes e historias. Mucho de autobiográfico destilan sus narraciones. Es su manera de vivir y escribir, como un Paul no muy diferente de los que pueblan las páginas de sus libros.