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Cultura

El retorno de Lang Lang

Pedro de la Hoz

Lang Lang nuevamente parece estar de lleno en la batalla. El pianista chino, indudable fenómeno mediático de nuestra época, capaz de seducir a públicos que ni por asomo pensaron disfrutar la llamada música clásica, se ha ido probando en los últimos meses como para convencerse a sí mismo que la tendinitis que lo afectó en 2017 es un capítulo superado.

La dolencia, localizada en la extremidad superior izquierda, comenzó a manifestare en junio de aquel año. Pensó que era una molestia temporal, pero en noviembre debió suspender la gira de conciertos por Asia con la Filarmónica de Berlín.

El diagnóstico fue concluyente: tendinitis. Y el remedio se presentó ambiguo y reservado: ¿operación o reposo? Poco se filtró a la prensa acerca de la gravedad de la lesión. Hubo quien especuló de si el percance podría ser el final de una carrera rutilante, o acaso la disminución de cualidades altamente valoradas por un sector de la crítica, y la abrumadora mayoría de las audiencias.

Porque de lo que si no debe dudarse es de la maestría de Lang. Por encima de la desmedida atención de los medios, y la gigantesca operación de mercadotecnia que acompañó su lanzamiento y sostiene su imagen en la industria del espectáculo –quiéralo o no, el pianista obedece a los códigos del star system–, Lang ofrece arte en abundancia, y cuando se le conoce, deja atrás cualquier pose de divismo.

A raíz de la interrupción de la actividad artística de Lang, el crítico argentino Federico Monjeau escribió: “Conviene aclarar que el virtuosismo de Lang Lang no es un sistema de fuegos de artificio. El toque de Lang Lang, capaz de infinitos matices entre una nota y otra, tiene indudablemente lo que los chinos llaman sacar seda de un capullo”. Y añadió: “No es la figura del pianista acrobático, sino la del pianista hipersensible, arrobado, extático. No da la impresión de que quiera seducir con la técnica sino, en todo caso, con el sentimiento, y acaso sea precisamente esto lo que lo transformó en un fenómeno de masas”.

Tuve la oportunidad de conocerlo en La Habana en octubre de 2015, cuando llegó a esa ciudad invitado para protagonizar un concierto especial patrocinado por la firma Steinway, con la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por la estadounidense Marin Alsop. Como compartía cartel con Chucho Valdés, su intervención fue breve, el primer movimiento del archiconocido Concierto no. 1, de Chaikovski.

Llegué a la conclusión de que el chino poseía sólidos atributos: un muy buen sonido, una mecánica de precisión absoluta que le permite afrontar las mayores dificultades pianísticas y salir siempre airoso, sabe iluminar su canto con ciertos fulgores nada comunes, comunica un aire de espontaneidad que lo hace caer siempre simpático, y en sus manos, todo parece especialmente natural.

Antes de la presentación al aire libre en la Plaza de la Catedral habanera, se salió del protocolo para saludar a mi amigo y docente de la Manhattan School of Music, Salomón Gadles Mikowsky, sentado a mi lado. La reverencia ante Salomón era la de un alumno eternamente agradecido y su petición sincera: “Maestro, luego me dice qué puedo hacer mejor”.

El retorno de Lang se hizo efectivo en la primavera de este año. Se publicitó hasta la saciedad su intervención en el show de Billy Joel en el Madison Square Garden, pero de que había recuperado la forma lo verificó la actuación con la Sinfónica de Boston.

Entretanto, la grabación y salida al mercado del álbum Piano book satisfizo tanto las ventas como el prestigio del artista. En realidad es un álbum doble. En la primera parte contiene, entre otras obras, un preludio del libro Clave bien temperado, de Bach; Para Elisa, de Beethoven, y la Sonata no. 16 en Do mayor o Sonata fácil, de Mozart, sin que falte, en una señal para los que pasamos por el aprendizaje del piano, una de las piezas escalísticas de Czerny. De la segunda nadie, de nuestro lado del mundo, se perderá una de las danzas del argentino Alberto Ginastera.

El Lang Lang que regresa es diferente al que la tendinitis sacó de paso: “Creo –dijo– que tengo que lograr un equilibrio en mi vida con respecto a la planificación de los conciertos y las actividades educativas. Me gustaría tener más tiempo entre una y otra, el problema es que siempre acabo animándome y me lanzo y lo que tengo que hacer es detenerme y reflexionar. No siempre se puede correr en la vida, a veces hay que pararse para digerir las cosas”.

Eso de parar es relativo. Mientras redactaba esta nota, leí un tuit del artista: “Estoy excitado ante la presentación en la ceremonia inaugural de la Copa Mundial de Natación en el famoso Cuba de Agua de Beijing”.

Y en su calendario aparecen otros dos conciertos inmediatos: en las galas de apertura de temporada de la Sinfónica de Pittsburgh (14 de septiembre) y de la Filarmónica de Nueva York (7 de octubre).

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