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Cultura

Un gobierno con huella cultural

Jorge Cortés Ancona

Desde hace tiempo, la labor de promoción cultural dejó de ser una prioridad para los gobiernos yucatecos. Casi nunca lo ha sido, salvo algunos períodos excepcionales. En años más recientes se ha creado infraestructura, pero a costos elevadísimos y sin que ello contribuya en las mismas proporciones al desarrollo cultural y artístico de la población.

Un gobierno poco estimado y escasamente recordado es el de Ernesto Novelo Torres, quien gobernó de 1942 a 1946. En sus tiempos, que coincidieron con la Segunda Guerra Mundial y una consiguiente bonanza en la venta de henequén, se le acusó de corrupción y de haber malversado el dinero público, como se aprecia en una caricatura de Fernando Castro Pacheco publicada a toro pasado en “Yucatán”, boletín informativo publicado en la capital del país.

Sin embargo, su gestión gubernamental se ha beneficiado de nuestra endémica amnesia por los desfalcos públicos –hayan sido reales o sólo atribuidos– y, en cambio, ha quedado como un destacado período en la promoción de la cultura de nuestro Estado.

Y no es poco cualitativamente lo que hay que enumerar. Al gobierno de Ernesto Novelo Torres debemos el Parque de las Américas, los inicios del Monumento a la Patria, el Centro Escolar “Felipe Carrillo Puerto” con la Sala de Conciertos “José Jacinto Cuevas” (aunque a costa de lo que quedaba de la Ciudadela de San Benito) y el conjunto de murales de Miguel Tzab y Armando García Franchi, una Orquesta Sinfónica, la Orquesta Típica Yucalpetén, la Dirección General de Bellas Artes y la Enciclopedia Yucatanense.

Cuatro de estas edificaciones o instituciones se mantienen como elementos culturales altamente representativos de Yucatán: el parque, el monumento, la orquesta típica, y la enciclopedia. Esta última, inclusive, fue reeditada una vez más y actualizada en dos ocasiones, la más reciente en 2018. Por el contrario, el centro escolar fue derruido con todo y sala de conciertos y murales; la orquesta sinfónica, aún con haber sido fundada por Daniel Ayala, dejó de existir y décadas después ha sido vuelta a fundar dos veces.

En cuanto a la Dirección General de Bellas Artes, fue una renovación de la escuela creada por Salvador Alvarado, que sólo incluía las artes plásticas, y que tiempo después, unida con la de música, se convirtió en la Escuela Popular de Arte, que a principios de 1940 se hallaba en decadencia. A partir de 1943, se efectuó una positiva renovación y se agregaron otras disciplinas, como la danza y el teatro, para conformar el núcleo que persiste hasta la fecha.

Y aun cuando en el proceso de más de cien años ha habido diversas etapas debidas a los cambios de denominación (escuela popular, instituto) y de adscripción institucionales, se pueden señalar tres momentos principales de dicha institución educativa: la fundación como Escuela en 1916, la Dirección General en 1942 y el Centro Estatal de Bellas Artes en 1985.

A todo ello debe agregarse que varios maestros destacados en artes pudieron sumarse a la labor de enseñanza, como el entonces veinteañero Emilio Vera. A lo cual hay que agregar la beca concedida a Ermilo Torre Gamboa para que estudiase en España, apoyo que ha rendido frutos tanto por la propia obra del maestro como por su enseñanza artística y de vida durante más de siete décadas.

Siempre es un error atribuir esta labor solamente a quien detenta el máximo cargo político del Estado, ya que ésta fue una tarea de grupo en la que participaron intelectuales y artistas como Manuel y Max Amábilis, Daniel Ayala, Carlos Echánove Trujillo y Leopoldo Peniche Vallado, por mencionar algunos.

En contraparte de todo esto, se dio un retroceso ideológico en la Universidad de Yucatán con el forzado cambio de rector. Asimismo, a Novelo Torres lo denostaba un grupo de intelectuales yucatecos residentes en la ciudad de México. Casi el mismo grupo que habría de enfrentarse en la década siguiente a la candidatura y al gobierno de Tomás Marentes.

Las consecuencias de esas discordias llegaron incluso a la década de 1970 cuando los murales de Tzab y García Franchi, de temas histórico y educativo, fueron destruidos física y estimativamente, y a pesar de su valor arquitectónico, como ejemplo del funcionalismo en su vertiente Art Decó, se desmanteló el centro escolar durante el gobierno de Carlos Loret de Mola, sin preocuparse por tomar medidas para su remozamiento. Un paso determinante para su indebida demolición en 1989-1990, a pesar del fundamentado desacuerdo de los arquitectos y del INAH. La cultura ya no era una prioridad.

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