Marta Núñez Sarmiento*
XXVII
Empoderar a cualquier ciudadano que haya sido preterido en su país no se logra con campañas efímeras, con ayudas económicas restringidas y de corta duración, mucho menos con declaraciones de supuestas buenas voluntades de políticos foráneos. En el caso de las mujeres, si el propósito es convertirlas en personas dignas, respetadas por todos, que disfruten de igualdad de condiciones con relación a los hombres y que incluso los superen en estos menesteres, entonces estos propósitos solo se convertirán en realidad a medida que ellas vayan transformándose como parte de los cambios que suceden en su país basados en un proyecto de justicia social que persiga erradicar todas las discriminaciones.
Cuba demostró que las mujeres sólo serían capaces de luchar por su plena equidad y alcanzarla si toda la sociedad se transformaba simultáneamente con ellas. Si los cambios poscapitalistas se hubieran detenido y las mujeres hubieran intentado desmontar la cultura patriarcal, a la larga hubiera sobrevenido un retroceso en este empeño. Y si los programas para revolucionar la sociedad hubieran desconocido la necesidad de cambiar a la vez las discriminaciones que sufren las mujeres y, en general las relaciones de género, o las hubiera postergado por considerar que no eran una prioridad, entonces no sería una revolución verdadera.
La experiencia cubana indicó igualmente que las transformaciones en la sociedad y en las mujeres no son un proceso lineal, porque están sometidas a presiones externas (el bloqueo es la más fuerte), a las urgencias (debido a las exigencias de la población toda de suplir sus necesidades) y por la necesidad de rectificar en todo momento los errores de este experimento socialista en un país latinoamericano y subdesarrollado.
Sintetizaré cuáles han sido las circunstancias que facilitaron que las cubanas adquirieran actitudes articuladas para tomar decisiones, que es uno de los requisitos para considerarlas como empoderadas.
En los últimos sesenta años las cubanas avanzaron tanto en cuanto a la igualdad de género que transformaron siglos de los modos de ser patriarcales enraizados en ellas y en el resto de la población. Estos progresos de las cubanas incorporaron valores nuevos en las identidades nacionales de mi país, especialmente en lo que significa ser mujer, ser hombre o ser una persona LGBTI. Por ejemplo, en el caso de las mujeres, ser una mujer trabajadora asalariada se ha convertido en una necesidad para ellas, porque les confiere su independencia económica y les abre las puertas a nuevas relaciones fuera de sus hogares.
Esto no significa que todo se ha solucionado, porque perdura batallar contra el machismo impregnado en los hombres, en las mujeres y en las personas LGBTI. Es un proceso en constante movimiento que también está repleto de enormes carencias en la infraestructura cubana, como son las relativas a la vivienda, el transporte, los alimentos y al déficit de equipos electrodomésticos que alivian las tareas domésticas. Ilustraré estas ideas de cuánto han crecido las cubanas en los últimos sesenta años apoyándome en el empleo femenino.
Hoy las mujeres son el 40 % de la fuerza laboral del país, pero lo más relevante es la calidad de la fuerza de trabajo femenina: desde 1990 las cubanas son las dos terceras partes de los profesionales y técnicos cubanos. Ellas son la mayoría de los abogados, de los médicos, de los economistas, de los profesores universitarios y poco más de la mitad de los científicos.
¿Cuáles son las causas de estos avances? Estimo que la razón principal reside en que desde 1959 en todo el país ha funcionado un programa integrador, holístico, que persiguió en un inicio la igualdad de las mujeres con los hombres y después promovió lo insólito, que las cubanas superaran a los cubanos en cuestiones de género. Ha sido un programa permanente y flexible, que ha operado “desde arriba” (por las políticas trazadas por la dirección del país) y “desde abajo” (porque reacciona a medida que las mujeres cambian, reclaman nuevas exigencias y las políticas originarias tienen que amoldarse a estas necesidades). Este programa lo creó una voluntad política que aspiraba a dignificar a las mujeres, que nunca se ha detenido y estima que lograr esto es parte de las estrategias para desarrollar al país. Es también holístico porque integra directrices que abarcan a todas las esferas de la sociedad.
Así, en materia de legalidad, siempre se ha respetado el principio de igual salario por igual trabajo, así como la igualdad entre las mujeres y los hombres. Contiene decisiones económicas básicas como es la de incorporar a las féminas al empleo remunerado. En Cuba desde 1959 se ensayaron varias modalidades para que las cubanas accedieran a empleos dignos. Una de las primeras experiencias consistió en alfabetizar a las empleadas domésticas y, cuando completaron sus estudios básicos, les ofrecieron la posibilidad de entrenarlas como taxistas, operadoras de pizarras telefónicas y hasta como cajeras en los bancos. Algo similar se hizo con las prostitutas. Alrededor de 1964 comenzaron los planes para llevar a las mujeres de las zonas urbanas hacia la agricultura, bien diariamente, durante estancias de una semana y hasta 15 días. Este ensayo no fructificó y se idearon otros.
La feminización de la educación comenzó con la campaña de alfabetización de 1961. Ese año había 6 millones de cubanos y un millón de ellos eran analfabetos. El gobierno llamó a quienes estuvieran dispuestos a enseñar a los analfabetos y la respuesta fue masiva. Al finalizar el año, el 60 % de los alfabetizadores fueron mujeres, en su mayoría muchachas desde los 12 años en adelante. Del total de alfabetizados, el 52 % fueron mujeres. Muchas de ellas no continuaron sus estudios o solo alcanzaron el tercer o sexto grados, pero interiorizaron cuán importante significaba la educación para sus hijos. En 1961 se nacionalizaron las escuelas privadas, lo que permitió ampliar la infraestructura de instalaciones educativas. Se convirtió en realidad el sueño que todos los cubanos tuvieran acceso universal y gratuito a la educación y, entre ellos, las mujeres recién alfabetizadas pudieron vivir que sus hijos avanzaran más que ellas en sus niveles de instrucción.
¿Por qué digo que este fue el inicio de la feminización de la educación en Cuba, una condición imprescindible para el empoderamiento femenino? Primero, porque las jóvenes que enseñaron a los analfabetos marcharon generalmente de zonas urbanas a regiones intrincadas de los campos y las montañas, alejándose por más de seis meses de sus familias. No solo enseñaron a sus alumnos, sino que como convivían en sus casas, comprendieron qué significaba ser pobre, asumieron tareas laborales con ellos durante el día, aprendieron a realizar tareas del hogar, en fin, crecieron como seres humanos. En segundo lugar, el sentido común y los estudios académicos nos dicen que en las escuelas, desde la primaria hasta las universidades, las muchachas son mejores estudiantes que los muchachos. La cuestión estriba en ofrecerles la oportunidad de estudiar.
Otro elemento que promovió la educación universal y gratuita fue la coeducación y el uso de un uniforme escolar único para que no se distinguieran a simple vista las diferencias económicas de los niños. Además, los educandos, especialmente los hijos de las madres trabajadoras, tuvieron acceso a comedores escolares. Se crearon en 1961 los círculos infantiles o guarderías para las madres incorporadas al trabajo. Todo esto alivió las preocupaciones de las asalariadas en cuanto al cuidado de sus hijos mientras trabajaban.
Otra condición que facilitó el empoderamiento de las cubanas fue el derecho a la salud pública gratuita para ellas y los miembros de su familia. Cuando una persona sabe que puede acudir a un médico o a un dentista sin tener que pagar, borra de su existencia la inquietud de carecer de esas atenciones cuando los requiera y carezca de los recursos para pagarlos. Las cubanas poseen una cultura de salud, que significa, a mi entender, conocer a dónde dirigirse para consultar a un especialista cuando ellas o sus familiares lo requieran. Les resumo algunos ejemplos. Cuando las cubanas se embarazan acuden a casi 26 consultas médicas y durante el primer año de vida de sus recién nacidos, los llevan a 28 consultas médicas que incluyen vacunarles contra alrededor de 8 enfermedades que podrían afectar sus tempranas vidas. Si no desean quedar embarazadas para disfrutar de la sexualidad, tienen acceso a los anticonceptivos que más les convengan y, si optan por interrumpir sus embarazos antes de las 12 semanas, pueden hacerlo en instalaciones hospitalarias. A partir de los 20 años hasta los 55 se someten cada 2 años a pruebas para detectar si tienen signos de cáncer uterino, lo que ha decrecido la tasa de esta enfermedad a nivel nacional.
Existen condiciones legales dentro de este programa para el avance de las cubanas y que las protege. Tal es el caso de la licencia de maternidad para las trabajadoras, vigente desde 1974, que se ha extendido hasta alcanzar un año desde el 2002.
Pero, incluso con estas ventajas para que las mujeres asuman actitudes de empoderamiento cotidiano e institucional, persisten escollos enormes en las condiciones materiales de vida y en la ideología patriarcal que aún prevalece.
Les ejemplifiqué la experiencia cubana del empoderamiento femenino para argumentarles que se trata de un proceso prolongado que requiere de una voluntad política férrea y de amoldarse a las características de la identidad nacional de cada país. Definitivamente, no existe una receta única y tampoco debe importarse de otro país.