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Internacional

De nuevo a Cuatro Caminos

Por Marina Menéndez

Fotos: Lisbet Goenaga

(Especial para Por Esto!)

LA HABANA, Cuba, 8 de diciembre.- Pronto los cubanos -y quienes nos visiten- disfrutarán la magia de un sitio legendario que ha resistido el deteriorador paso del tiempo gracias a la solidez de su edificación pero, sobre todo, a una espiritualidad dada por las prisas, las alegrías y tristezas de miles de personas en casi un siglo.

A un foráneo no le dirá nada, pero todo habanero sabe de qué se habla cuando se menciona al Mercado de Cuatro Caminos.

De la que fue popularísima plaza, mi padre recuerda las llamadas “completas”: los olorosos platos en que, por precio módico, despachaban todo lo que en Cuba componía —y compone— un almuerzo o una comida. Arroz, frijoles, algo de carne, una viandita… Todo junto y revuelto, como es usual en muchos hogares de la Isla.

Pero evoca sobre todo la sopa o caldo recomendado a los viandantes que habían empinado el codo de más. “Después de tomarlo, el sujeto salía de allí andando derechito”, me cuenta.

Mi madre tiene más presente las vidrieras rodeando los bajos en la manzana que abarcaba el gigantesco inmueble, y donde se vendían billetes de lotería.

Lo cierto es que en el Mercado General de Abasto y Consumo —el nombre con que se le bautizó al crearse en 1920— había de todo. Desde expendios con los más variados alimentos que incluían frutas, legumbres, pescado y carnes —como se usaba antes, las aves estaban en sus jaulas vivas—, hasta la comida cocida en la célebre fonda donde por unos pocos centavos se degustaba comida sabrosa, pasando por la ropa.

Buenos precios

El hecho de que trascendiera más en el recuerdo por el abasto de víveres quizá obedezca a su ubicación en el perímetro conocido como Cuatro Caminos —llamado así gracias, precisamente, al mercado— y definido por las calles de Monte, Cristina, Arroyo y Matadero, un punto intermedio entre los barrios donde vivía las familias de menos recursos: el Cerro, que a esas alturas había dejado de ser el reparto de abolengo de los tiempos de la colonia, cuando se extendieron hacia allá las casonas solo vistas hasta entonces en La Habana Vieja; la comarca de Centro Habana, y la propia parte vieja de la ciudad. Los pobres buscaban comprar barato, y allí siempre hubo buenos precios…

Esa confluencia de ventas diversas debió resultar toda una novedad para la época.

Aunque a la altura de los años 20 del siglo XIX nacía también en La Habana la conocidísima Manzana de Gómez que hoy acoge al hotel Manzana Kempinsky, frente al Parque Central, ambos lugares tenían misiones y públicos diferentes.

En la de Gómez prevalecían las tiendas de confecciones, oficinas y aulas, lo que le otorgaba un aire más cosmopolita que el de Cuatro Caminos y “elevado” que el de Cuatro Caminos, donde había menos lujos pero más ofertas.

Mercado Unico

Dicen los entendidos que se le llamó Mercado Único porque la concesión de erigirlo, realizada por el Ayuntamiento de La Habana, prohibía expresamente la apertura de un establecimiento similar en dos kilómetros y medio a la redonda, así como también inhibía que se establecieran puestos de venta de viandas y frutas en un radio de 700 metros.

Sin embargo, creo que también lo singularizó su estilo de ventas… y de vida.

Un enjundioso artículo publicado por el sitio web Arquitectura de Cuba asevera que “llegó a ser una de las plazas comerciales más importantes de la ciudad por su centralidad, su rango de precios asequible a todos los sectores de la población y porque ofertaba los más variados productos que se pudieran necesitar para cualquier momento, desde el día a día, hasta celebraciones especiales, ya fuese la Navidad, el Año Nuevo o las referidas actividades religiosas”.

Según cuenta, en la década de 1920 había en la plaza una fuerte presencia de vendedores chinos y españoles; algunos judíos llegaron para 1950, en tanto los negros tomaban parte de la vida del mercado como carretilleros o vendedores ambulantes afuera.

Visita de Albert Einstein

Pero también estaban los espacios de compañías comerciales como la Asociación Nacional de la Industria y Comercio de la Pesca de Cuba, la Cooperativa de Armadores de Barcos, o la estadounidense Chomer Fruit Company.

Caracterizaban la vida del Mercado Único el bullicio entre el que se escuchaba perfectamente la música, el color, y los contrastes que llamaron la atención del escritor Alejo Carpentier cuando narró la presencia de las aves, hacinadas, sobre una construcción de rejas, “como los habitantes de un rascacielos neoyorkino” sobre el cual un establecimiento llevaba un nombre muy europeo: El Escorial.

Llegó a ser uno de los sitios más pintorescos de La Habana. A la hora en que todo cerraba, constituía punto de reunión de quienes gustaban de la vida bohemia en los años de 1950.

Se dice que allí trabajó, con un tío que vendía plantas medicinales, el genial intérprete cubano Benny Moré antes de alcanzar la fama. Y que fue visitado antes de asumir la presidencia de EE.UU. por James Carter durante un viaje a la Isla; y también por Albert Einstein durante una estancia en Cuba, cuando insistió en conocer los barrios más desfavorecidos de La Habana luego de visitar los más ricos.

Pero el Mercado Único no solo fue un hito cultural, sino también arquitectónico, con sus fachadas simétricas por los cuatro costados, y las cornisas soportadas por gruesos pilares, tan acordes con la tipología industrial de la época; sus arcos, los amplios portales por fuera y, dentro, las escaleras de mármol y cuatro ascensores por los cuales subían público y mercancías al primer piso.

Su edificación costó 1,175,000 pesos (cifra que en esa época era similar en dólares).

Renace la vida

Lo primero antes de comenzar la restauración fue eliminar todas las construcciones ajenas al original que se hicieron dentro del edificio, erigido en un área de unos 11,000 metros cuadrados; sobre todo, las que se levantaron sin ningún tipo de directriz arquitectónica durante las décadas recientes, cuando el inmueble seguía funcionando apenas como mercado de viandas, frutas y animales, pero desde el punto de vista del mantenimiento institucional padecía olvido y abandono.

Luego del desmontaje de esos elementos ajenos empezó la restauración, que se realiza sobre la base del respeto al diseño general original.

El propósito es que la modernidad y los elementos usados sean compatibles y respetuosos de la estructura, de modo de rescatar el valor patrimonial.

Cafeterías de diversa índoles y tiendas de confecciones y muebles animarán el inmueble junto a la venta de víveres, como antaño, con la nota distintiva de incluir un amplio espacio para los negocios privados.

Con sus versiones actuales de las antiguas fritangas y otros bocadillos que se vendían de forma ambulante, serán ellos, los cuentapropistas, quienes pongan la nota de color al nuevo Mercado Único, un proyecto que devolverá a la capital de Cuba el escenario de un retazo de sus vivencias y memorias.

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