Pedro Díaz Arcia
América Latina, predio de seculares violaciones a sus derechos inalienables para decidir libremente sobre el destino de sus países, sigue siendo víctima de agresiones contra su integridad territorial y los valores legados por los próceres de su independencia.
La causa responde al propósito de las corporaciones capitalistas de imponer por cualquier vía a regímenes dispuestos a abrir los suelos y subsuelos a las transnacionales para que succionen las riquezas materiales; mientras discriminan, criminalizan el color de la piel, las lenguas originarias, la identidad nacional y destruyen el patrimonio de pueblos milenarios y multiculturales.
¿Qué fuerza los puede detener?
El reto radica hoy en la capacidad de organización y resistencia de los pueblos, que cuentan lamentablemente con una triste y exigua solidaridad internacional; mientras el rol principal no corresponde sólo a determinados movimientos o partidos políticos, sino a las organizaciones sociales pujantes, no comprometidas con idearios advenedizos, a veces fugaces, que se aprovechan de los tiempos.
Los peligros están al acecho. La actual capacidad de los medios de comunicación, en especial de las redes sociales de “doble vía”, pero en la que una es más ancha y transitada que la otra, puede minimizar y distorsionar los hechos, Es indignante cómo algunos los trastocan, desvirtúan, y mecen en cuna de azahares la verdad para crear una “realidad paralela”.
A todas éstas, los países miembros del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) aprobaron la Declaración de Brasilia, sede de la cita, que apremió entre otras exigencias a fortalecer y reformar de manera integral la ONU, incluso a la ampliación de su Consejo de Seguridad, hacer otro tanto con la OMC, el FMI y otros organismos internacionales; a lograr una mayor capacidad negociadora para la solución de crisis regionales; y la reafirmación del compromiso con el “principio de soberanía, respeto mutuo e igualdad, para construir un mundo pacífico estable y próspero”.
Un documento más, con una loable narrativa. En ese contexto, el Presidente de la República Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, fue derrocado por un golpe de Estado y miembros firmantes del texto de Brasilia reconocieron a Jeanine Añez como presidenta interina, una racista representante de oscuros intereses.
Pero el pueblo se lanzó a las calles en respuesta a un acto de fuerza anticonstitucional; y el sicariato se le fue encima con una sed de sangre nacida de un revanchismo acumulado. Cuando la masacre se hizo inocultable, se aceleraron las negociaciones.
La directiva de la Asamblea Legislativa Plurinacional de Bolivia en manos de la presidenta del Senado, Eva Copas, del Movimiento Al Socialismo (MAS), con dos tercios en el órgano parlamentario, suspendió la sesión prevista para el martes con el fin de crear “un ambiente propicio para el diálogo y la pacificación del país”. El partido mayoritario sostiene que un acuerdo sobre el nuevo proceso electoral, que se debate con representantes de la ONU y la Unión Europea, debe contar con la confirmación del Legislativo.
Si bien la presencia de terceras partes podría contribuir a una solución que frene el uso de la fuerza y la búsqueda de conciertos que viabilice la estabilidad en el país sin tutelajes ni imposiciones, sin embargo, no constituyen un poder supranacional por encima de los cielos soberanos.
Hay que estar alertas, porque las acciones de la derecha y los militares contra la población boliviana y el contingente de salud cubano, con una envidiable vocación humanista, tienden a que el golpe sea irreversible.
Lo que se impondría, en buena lid, es que Jeanine Añez parte de una falsa realidad y que amenazó con convocar a elecciones por decreto, debe hacer mutis por el foro y tranquilizar sus nervios.