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Internacional

Democracia e institucionalidad: ejes del progreso

En América Latina no solo a la izquierda le ha ido mal, allí se han estancado todas las corrientes políticas de la era moderna. De impedir que el liberalismo, el socialismo, la socialdemocracia y la democracia cristiana prosperen se encargaron, primero las administraciones coloniales y luego, las oligarquías nativas que no solo obstaculizaron el desarrollo de la institucionalidad política, sino el proceso civilizatorio en su conjunto.

Debido a las retrogradas políticas coloniales y al establecimiento de las oligarquías latifundistas vinculadas a los militares y al clero, en la región se generaron deformaciones estructurales tan profundas que impidieron el despliegue del capitalismo, sus estructuras clasistas, su dinámica económica, sus escalas de valores y sus instituciones sociales. Entre las más afectadas figuran los estados y los partidos políticos de todas las orientaciones.

La vigencia del esquema agroexportador y del latifundio, la dependencia al capital extranjero y, la falta de desarrollo capitalista, impidieron el desarrollo de la burguesía nacional, urbana y rural, el crecimiento y el protagonismo de la clase obrera y del campesinado y anularon la innovación. Salvo contadas excepciones, el sindicalismo y los partidos políticos han sido nulidades.

La democracia, el laicismo, la separación de los poderes del estado, el apoliticismo de los militares y el estado de derecho, aunque inscriptos en las constituciones, han tenido poca vigencia real en los procesos políticos latinoamericanos en los cuales, han imperado el autoritarismo, el caudillismo y el sometimiento al imperialismo de los Estados Unidos.

A todo ello se suma, el elitismo y el racismo, expresado sobre todo en la exclusión de los pueblos originarios y las minorías, en especial, los afrodescendientes.

Esas deformaciones, en particular la ausencia de democracia y la debilidad de las instituciones, han dado lugar a escenarios políticos con escaso espacio para los modelos avanzados, en los cuales los liderazgos se asocian a las instituciones para generar una continuidad histórica en la que el crecimiento económico, el progreso cultural y la estabilidad política sean la regla y los paradigmas.

Apreciados en su conjunto, esos procesos que han conducido al subdesarrollo económico, a una situación social donde los rasgos distintivos son la pobreza, el analfabetismo, la corrupción, incluso el hambre, manifiestan también una limitada cultura política, al amparo de la cual suceden fenómenos como el que está en marcha en Bolivia.

La tragedia que vive ese pueblo se deriva de la incapacidad de esa sociedad, sus élites y sus líderes para aprovechar una excepcional oportunidad histórica, a la cual los condicionamientos objetivos y los errores humanos, impidieron dar todos sus frutos. La inexperiencia de Evo Morales y su equipo, el racismo que obstaculiza la unidad nacional, las nefastas actitudes del ejército y las fuerzas conservadoras, forman una sumatoria que ha dado al traste con un singular proyecto político y social.

Estimulado por el repunte de fuerzas políticas avanzadas en México y Argentina, saludo la insistencia de López Obrador y Alberto Fernández acerca de la lucha por la consolidación del estado de derecho, experiencias que el liderazgo socialista cubano sigue con atención.

En todos los países, incluso Cuba, donde la Revolución ha realizado su obra y se interna en los fueros de la institucionalidad, las nuevas oportunidades comienzan con la democratización y el fomento de la cultura política. Hacer política en la era global es innovar.

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