En México, las posadas navideñas no se conciben sin la presencia de la piñata, ese colorido objeto que cuelga en patios y calles, acompañado por los cánticos de “¡dale, dale, dale!”. Aunque hoy es vista como un juego festivo, su origen tiene un profundo significado religioso y cultural.
La piñata tradicional de siete picos representa los siete pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. Los colores brillantes simbolizan la tentación del mal, que se presenta como algo atractivo. Al golpearla con los ojos vendados, se escenifica la fe ciega del creyente, que confía en Dios para vencer las tentaciones.
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Cuando la piñata se rompe, los dulces y frutas que caen simbolizan las bendiciones divinas y la recompensa por mantener la fe. Esta tradición fue introducida en el siglo XVI por los frailes agustinos de Acolman, Estado de México, quienes adaptaron costumbres europeas y chinas para enseñar valores cristianos durante las misas de aguinaldo, hoy conocidas como posadas.
Con el tiempo, la piñata pasó de ser un recurso catequético a convertirse en un símbolo de unión familiar y comunitaria. Actualmente, se elaboran piñatas de diversas formas y colores, pero la de estrella de siete picos sigue siendo la más representativa de la temporada decembrina.
Más allá de la diversión, romper la piñata en Navidad recuerda que la fe y la esperanza son capaces de vencer las adversidades, y que la solidaridad compartida en las fiestas es parte esencial de la cultura mexicana.