León García SolerA la mitad del foro
Hay un peso apabullante en las palabras y en las cifras. Nada que ver con la semiótica. Y mucho menos con el sonido y la furia de los cadáveres amontonados en cajas de tráiler dotadas de congelación. Qué diablos significa “bancarrota” en la era de las crisis bancarias recurrentes y los bonos multimillonarios pagados a los banqueros que se enriquecieron con el método de la acumulación, a cargo de los de abajo, y la multiplicación de las hipotecas con un juego de espejos en el mercado. En la que fuera transición aterciopelada se picaron las aleznas de los oligarcas y del predicador del insuperable sermón de: “Por el bien de todos, primero los pobres”.
Y de todas las reformas a las que hay que desmantelar para dar paso a la cuarta transformación, cómo es que nada inquieta ni a los banqueros, ni a los patrones, consejeros de cámaras de hombres de negocios; cómo es que nada se dice sobre la reforma fiscal en la deshilachada discusión sobre la diferencia entre recibir un país estable y uno en bancarrota. Enrique Peña Nieto abandona la escena pausadamente, aferrado a las cuentas de sus colaboradores duchos en el juego de abalorios del mal llamado neoliberalismo. Andrés Manuel López Obrador, el “populista” tan temido, adelanta designaciones y decisiones ejecutivas bajo la promesa de no subir los impuestos. Y al otro lado del muro fantasioso, Donald Trump reduce en más de cuarenta por ciento los impuestos... de los que más ganan, y más tienen.
Para no ceder a la tentación del debate bizantino que empieza con “la hora cero” de la cuarta transformación (Porfirio Muñoz Ledo dixit), dejemos en paz la bancarrota del país, total o parcial, moral o social. Antes de que llegue el día de la mudanza a un rinconcito del Palacio Nacional, lo indispensable, afirma Andrés Manuel López Obrador, “para poner un catre y colgar la hamaca”, hay que resolver el dilema de la inversión indispensable para el crecimiento económico y la reducción urgente de la pobreza que agobia a más de cincuenta millones de mexicanos que se levantan y se acuestan con hambre. Hay que discutir en el Congreso de la Unión los ingresos del fisco y el gasto público destinado a combatir la desigualdad.
Mientras Alfonso Romo tranquiliza a los de arriba, la apabullante mayoría de representantes del pueblo y de los estados de la Unión, aprueban el envío de un úkase a Educación para que suspenda las evaluaciones programadas para el fin de año. Decisión inapelable de la mayoría que proclama: ¡Es un honor estar con Obrador! Pero el silencio del campanario en la hora cero los aturdió y ninguno de los actores de la democracia participativa recordó que no han aprobado la demolición de la reforma educativa, borrarla de la norma constitucional sin que quede de ella “ni una coma”. Es la ley. Dura ley, pero ley. Y mal puede el Congreso ordenar que los funcionarios del gobierno violen la ley.
Por ahora hay que esperar al 1º de diciembre, a que Enrique Peña Nieto entregue la banda y se vaya a vivir a Toluca. Y que Andrés Manuel López Obrador rinda protesta y asuma el cargo de Presidente de la República; titular del Supremo Poder Ejecutivo de la Unión, cuelgue o no su hamaca en algún rinconcito del Palacio Nacional, sede del Poder con su “estatura de niño y de dedal”, como dice la Suave Patria, de Ramón López Velarde. No falta mucho tiempo. Ya habrá concluido su gira de agradecimiento por todo el territorio de nuestra pobre república de cadáveres trashumantes. Primero los pobres, dijo. Y para eso habría que atender a lo que narra Mort Rosenblum: “Las cifras Macro engañan, como apunta Paul Krugman, si Jeff Bezos entra a un bar, el ingreso promedio del lugar se dispara varios billones de dólares. Pero uno todavía tiene que pagar su propia cerveza”.
Jeff Bezos, diré ociosamente, es en esta hora el hombre más rico de la Tierra. Y AMLO recuperó el hilo de su discurso con el polvo del camino. En Baja California escuchó las protestas del pueblo (ojo, dice pueblo y no gente) por los abusos de los concesionarios de una mina que envenena el agua y la tierra de sus siembras; emponzoña la vida y se lleva el oro, los minerales del subsuelo propiedad del estado soberano. O que debiera serlo. López Obrador vio al pasado y les dijo que en los años del neoliberalismo los gobernantes habían entregado millones de hectáreas en concesiones mineras; más que en toda la historia pasada, diría.
Y así es. Pero no conforme al sistema métrico sexenal. Gustavo Díaz Ordaz, el auto-declarado responsable de la violencia del 68 y de la matanza de Tlatelolco, entregó algo más 500 hectáreas en concesión. Mientras que Vicente Fox y Felipe Calderón dieron más de cincuenta millones de hectáreas en concesión, a empresas de Canadá y a los ya antiguos beneficiarios de los falsos herederos de la Revolución. A don Raúl Baillères, quien recibiría la medalla Belisario Domínguez en el Senado cuya mesa directiva está a cargo de Martí Batres, de Morena, de la mayoría bajo el liderazgo del zacatecano Ricardo Monreal. Y en Zacatecas hay una larga huelga en mina del Grupo México, de Don Germán Larrea Mota Velasco, el de los sesenta y nueve mineros abandonados en un socavón de Pasta de Conchos de San Juan, Coahuila.
En Zacatecas, el hijo de Jorge Larrea, de uno de los fundadores del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, contrató esquiroles para combatir a los mineros en huelga. Así son loa asuntos de la oligarquía entronizada a la sombra del cesarismo sexenal. Oro y cobre. Plata en abundancia y la compra de La Caridad en Cananea en años de la Solidaridad salinista; y de ferrocarriles en los de la sana distancia de Ernesto Zedillo. No todo es amor y paz en el movimiento de Morena tras los pasos de López. Con el alud de votos del 1º de julio llegó a un escaño senatorial Napoleón Gómez Urrutia. Y mientras sus compañeros imponían límite de un minuto a futuros oradores en tribuna, el líder de los mineros pronunció vigorosa catilinaria y denunció los abusos del señor Larrea.
En las calles de la colonia Roma una multitud espera el retorno del Presidente electo y taumaturgo. También los fieles seguidores y recién designados integrantes del gabinete, divididos entre los radicales de la pasión morena y los reincorporados al movimiento hecho partido y hecho del poder en brevísimo tiempo. Se acabó el silencio de monje trapero. El aterrador espectáculo de los tráilers cargados con cientos de cadáveres por los caminos de Jalisco (gobernado todavía por Aristóteles Sandoval) devolvió a López Obrador la memoria de las elecciones de 2006: “Todo es producto del fraude electoral. No ganaron la elección en 2006, impusieron un Presidente y él, para legitimarse, declaró la guerra al narcotráfico; le pegó garrotazos al avispero. Desde entonces hay mucha violencia.”
En la sesión del Senado de la República, se aprobó el convenio 98 de la OIT. De la Organización Internacional del Trabajo. Tendrán que cumplir con la prohibición de las cláusulas de exclusión y la protección de sindicatos blancos, Faltaría resolver la burda simulación del out-sourcing y la desprotección social de los trabajadores. Rápido, antes de que vuelvan constructora al Infonavit y se olviden de sus funciones financieras. O que dejen de sonreír Germán Martínez y Pablo Gómez entre escaños. Si el agua se convierte en vino, cómo que no se pueden mezclar aceite y agua.
“Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos/ Están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo”.