Por Yolanda Gutiérrez
Cancún despertó tarde; la cena navideña y los festejos que se prolongaron hasta bien entrada la madrugada, provocaron que muchos ciudadanos, tanto turistas como locales, que pasaron la noche desvelados celebrando el nacimiento de Jesús, se retirasen a dormir en horas a las que no están acostumbrados, lo que dejó la ciudad prácticamente sin un alma hasta pasadas las once de la mañana, cuando los primeros “madrugadores” comenzaron a asomar.
A primeras horas el panorama en las principales avenidas era contrastante, en virtud de que sólo se detectaron personas que, pese a la festividad del día, tuvieron que levantarse a la hora de costumbre para acudir a sus trabajos, pero fuera de eso, las calles lucieron solitarias.
El número de unidades de transporte público se redujo de manera drástica durante la mañana del 25 de diciembre, al considerar las empresas concesionarias y choferes de las urvans toleradas que la demanda sería mucho menor de la habitual, situación que ocasionó trastornos a quienes esperaban el camión para poder desplazarse.
Avenidas como la López Portillo y Tulum se encontraban prácticamente vacías a las ocho de la mañana, con solamente unos pocos vehículos y camiones en la vía de rodamiento, en tanto que la presencia de taxis era más numerosa.
Al mediodía empezó a observarse un poco más de movimiento, algunos albañiles comenzaron a llegar al parque del Crucero y la actividad se fue normalizando de manera paulatina en el primer cuadro de la ciudad.
En el centro de Cancún, los comercios, salvo algunas excepciones, no abrieron a la hora de costumbre, lo que incrementaba la sensación de encontrarse en una ciudad fantasma, aunque conforme avanzaba la mañana, el primer cuadro comenzó a recobrar su movimiento habitual.
Las regiones y colonias populares a temprana hora semejaban pueblos abandonados y pese a que del interior de algunas casas emanaba a todo volumen la música con la que sus ocupantes amenizaron la velada, las calles se encontraban prácticamente vacías.
Algunas familias seguían la fiesta en los porches de sus hogares pasadas las diez de la mañana, con sus cervezas y botellas de licor acompañadas de los restos de la cena, mientras que algunos vecinos que se vieron obligados a madrugar por cuestiones laborales literalmente no pudieron pegar el ojo en toda la noche.
Y en la zona popular, a las once de la mañana algunos comercios comenzaron a despertar y abrir sus puertas al público, en su mayoría tiendas de abarrotes, farmacias y tortillerías, mientras que otros, de plano, optaron por tomarse el día libre o esperar hasta la tarde, cuando el movimiento sería mayor.