Yucatán

“Vemos las maquinarias devastando los montes”: Sitio arqueológico de Tzemé en Kinchil está en riesgo por la ampliación de una granja de Crío

Habitantes de Kinchil denuncian que la empresa avícola Crío sigue las obras para ampliar su granja pese a la intervención del INAH.

La antigua ciudad maya ubicada en el municipio de Kinchil resiste frente al avance de una granja industrial de Crío
La antigua ciudad maya ubicada en el municipio de Kinchil resiste frente al avance de una granja industrial de Crío / Especial

A 400 metros de las ruinas mayas de Tzemé, en el municipio de Kinchil, el ruido de las retroexcavadoras rompió el silencio que durante siglos había guardado la selva baja. La maquinaria abrió paso entre los cerros y los árboles donde aún descansan los restos de una ciudad antigua, con pirámides y plataformas que nunca fueron exploradas. Ahí se busca ampliar la zona para la granja avícola de la empresa Crío.

De repente vemos las maquinarias devastando los montes… arrasan con los cerros que hemos cuidado por generaciones”, relata Gregoria del Rosario Dzul, integrante del Consejo Comunitario de Kinchil. Desde su mirada, lo que ocurre no sólo es un atentado contra el patrimonio arqueológico, sino una forma de despojo: “Nos dejan la pestilencia de los pollos, pero a nosotros no nos beneficia nada”.

El sitio de Tzemé, de más de un kilómetro de extensión, fue alguna vez una ciudad poblada por más de 10 mil habitantes. Se calcula que en su apogeo fue la capital del poniente de Yucatán, dedicada al comercio del algodón, el palo de tinte y la miel. Hoy, los montículos cubiertos de maleza conviven con el avance de la agroindustria.

La denuncia maya

El pasado 17 de octubre, los habitantes de Kinchil entregaron una denuncia formal al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Alertaron sobre la deforestación, el uso de maquinaria pesada y los daños a estructuras arqueológicas. Las imágenes que acompañaban la queja mostraban montículos cortados a la mitad y caminos abiertos sobre piedra labrada.

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“El día 17 de octubre la comunidad nos hizo llegar una denuncia formal… acudimos al inmueble y procedimos a realizar la suspensión de las obras”, reconoció Carlos Escobedo, encargado del Departamento de Tránsito del Centro INAH Yucatán. El Instituto verificó que los trabajos carecían de permiso y colocó los sellos de suspensión.

Pero una semana después, los pobladores volvieron a escuchar motores. El 3 de noviembre, denunciaron que personal de la empresa Crío regresó al sitio con maquinaria pesada, pese a las medidas del INAH. “Nos dijeron que se clausuró y las maquinarias siguen trabajando. Entonces, ¿a quién están engañando? ¿El INAH a nosotros o la empresa al INAH?”, cuestionan defensores de la comunidad.

La ciudadela que despierta

Tzemé significa, según los registros lingüísticos, “lugar donde se escarba o se cava”. Es una de las ciudades prehispánicas menos exploradas del poniente de Yucatán. Sus vestigios incluyen una pirámide principal de casi 20 metros de altura, plataformas ceremoniales y restos de cerámica y piedra tallada.

Los arqueólogos del INAH han identificado que la zona está rodeada por antiguos caminos y cenotes que articulaban una red comercial con Oxkintok y Maxcanú. A pesar de su relevancia, Tzemé no ha sido declarada zona arqueológica abierta al público, por lo que permanece vulnerable ante proyectos privados y la expansión del uso agroindustrial del suelo.

“Había árboles, cerros y un cerro que llamamos Kolotso, el lugar donde canta el pavo, un pocito y ya se lo acabaron”, lamentan campesinos de Kinchil, que advirtieron que las máquinas destruyeron el cerro sagrado mientras abrían espacio para construir seis naves de cría de pollos.

El avance de la agroindustria

La empresa Crío, señalada por los pobladores, forma parte de un consorcio avícola con presencia en el corredor industrial de Hunucmá. En los últimos años, la industria avícola de Yucatán ha crecido aceleradamente: según datos de la Unión Nacional de Avicultores, el estado produce más de 330 mil toneladas de pollo al año, con una expansión constante hacia los municipios rurales del poniente.

Esa expansión, sin embargo, ha detonado conflictos por contaminación de mantos freáticos, proliferación de moscas, deforestación y pérdida de abejas meliponas. En Kinchil, donde la apicultura es un medio de vida ancestral, los habitantes denuncian que los olores y residuos de las granjas afectan la producción de miel.

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El Consejo Comunitario de Kinchil calcula que la empresa deforestó al menos seis hectáreas para instalar los nuevos módulos. A simple vista, se observan caminos de acceso recién abiertos y cerros desmontados. Las raíces expuestas se mezclan con fragmentos de piedra labrada y restos de vasijas.

“El daño no es sólo a las estructuras del pasado maya, también al medio ambiente”, denuncian los pobladores. Los colmenares, ubicados en los límites del terreno, muestran una actividad irregular: las abejas se han alejado del monte.

La selva baja caducifolia que rodeaba a Tzemé actuaba como un pulmón natural. Con su desaparición, se pierde un ecosistema clave para el equilibrio hídrico y para la vida de especies nativas como el venado cola blanca, el zorro gris y el loro yucateco.

Vigilancia frágil

El INAH confirmó la suspensión de los trabajos, pero la comunidad afirma que la obra no se ha detenido por completo. Mientras tanto, las autoridades ambientales, como la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) no han realizado inspecciones visibles ni informado si la empresa cuenta con permiso de cambio de uso de suelo.

Cuando los pobladores intentaron documentar la presencia de maquinaria tras la suspensión, empleados de la empresa solicitaron apoyo policial. “La policía llegó a preguntar qué hacíamos ahí, pero nadie les pregunta a ellos por qué siguen trabajando”, narran los mayas del consejo.

El conflicto en Kinchil trasciende un pleito local. Representa el choque entre dos modelos de desarrollo: uno que apuesta por la agroindustria intensiva y otro que defiende la tierra desde la memoria y la cultura.

Para los habitantes, no se trata sólo de detener una obra, sino de preservar su historia y su forma de vida. Cada piedra removida en Tzemé, cada cerro destruido, es un fragmento de identidad que desaparece.

Los sellos del INAH, aunque visibles, no detuvieron el avance. En cambio, la comunidad continúa vigilando el terreno, con el temor de que un día la pirámide principal quede sepultada bajo las naves de concreto.