
El ecocidio es una historia que se repite en la Península de Yucatán. Según registros oficiales, ocho millones de abejas han muerto por intoxicación con plaguicidas altamente peligrosos entre el 2023 y el 2025 en dos estados: Campeche y Yucatán.
Lo que comenzó como casos aislados se ha convertido en una crisis ambiental regional, con efectos devastadores para miles de familias mayas que dependen de la apicultura para vivir.
El conteo es escalofriante: en Hopelchén, Campeche, murieron al menos 2.4 millones de abejas en marzo de 2023; en Tizimín, Yucatán, otras 2.6 millones colapsaron en marzo de 2024; y en Nohalal, al sur de Yucatán, tres millones más murieron apenas en mayo pasado.
Tres eventos similares, mismos síntomas, misma sustancia tóxica: el insecticida fipronil.
En todos los casos, las comunidades han señalado lo mismo: fumigaciones en cultivos cercanos, abejas muertas por miles, pérdidas económicas millonarias y una respuesta nula de las autoridades ambientales.
En Hopelchén, más de 3 mil 300 colmenas fueron afectadas en comunidades de origen maya. En Tizimín, el problema se extendió por al menos seis comunidades, y los estudios de laboratorio confirmaron la presencia de fipronil, clorpirifos y endosulfán. En Nohalal, los síntomas se repitieron: colmenas vacías, zumbidos apagados y familias sin ingresos.
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“La gente ya tiene miedo de abrir las cajas, porque lo único que encontramos son nuestras abejas muertas”, lamenta un apicultor de Nohalal, quien perdió todas sus colmenas tras la fumigación aérea de un rancho cercano.
Tan sólo en el caso de Tizimín, la pérdida económica se calculó en más de 4 millones de pesos, sin contar el impacto en la polinización regional. En Hopelchén, los productores aún esperan una indemnización que nunca llegó. Y en Nohalal, lo único que han recibido son promesas.
Además de lo económico, la afectación es profunda y personal. “Las abejas son parte de nuestra familia. Las cuidamos como a nuestros hijos”, explica una mujer apicultora. “¿Quién nos va a devolver eso?”
Un veneno legal
Lo más indignante para las comunidades es que el fipronil —sustancia detectada en los tres casos— está prohibido en más de 30 países, incluidos los de la Unión Europea, pero sigue autorizado en México. A pesar de los múltiples llamados de científicos, colectivos y organizaciones campesinas, la Cofepris no ha cancelado su registro.
“El Estado mexicano está permitiendo que sigan matando nuestras abejas”, denuncia la Alianza Maya por las Abejas Kabnalo’on, que ha documentado todas estas afectaciones junto con El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur).
Las denuncias interpuestas ante Profepa y Senasica en los dos primeros casos siguen sin resultados. Ni sanciones, ni medidas de seguridad, ni atención real a los apicultores. El más reciente, en Nohalal, aún preparan las demandas.
Lo más grave, advierten las organizaciones, es que en los tres municipios se violaron normas ambientales: el uso de plaguicidas en zonas de suelo kárstico —altamente poroso y con riesgo de contaminación de acuíferos— está expresamente restringido por la Norma Oficial NOM-232.
“No sólo es un ecocidio. Es también un crimen contra nuestra salud, contra nuestra cultura y contra nuestro derecho a trabajar la tierra”, advierten.
Más allá del zumbido
En la Península de Yucatán habitan más de 230 especies de abejas nativas, muchas de ellas sin aguijón y con enorme valor ecológico y cultural. Además, la abeja europea (Apis mellifera), base de la producción de miel en la región, genera empleos para más de 13 mil familias mayas.
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La apicultura no es un negocio: es una forma de vida que equilibra economía, cultura y biodiversidad. Pero entre el cambio climático, la deforestación y los químicos, el modelo está colapsando.
En 2024 se elaboró un protocolo nacional para atender la muerte de abejas por plaguicidas, y aunque Semarnat mostró interés, las medidas siguen sin implementarse. Mientras tanto, los campos de Campeche y Yucatán se siguen fumigando, las colmenas se vacían y los productores se quedan esperando una justicia que parece no llegar.
Más de ocho millones de abejas han muerto en tres casos documentados. El número real es probablemente mucho mayor. “Pero no son sólo abejas. Es nuestra comida, es el aire, es el agua, es nuestro futuro”, concluyen.