Por Ramón Huertas Soris –Maestro, por favor.
–Sí, espero tus preguntas que son muy importantes-. Le respondió el Mesías, ya casi luz total en su ascenso iniciado; ante los ojos del discípulo que se distinguía del resto, porque su razón estaba todavía despierta; mientras que sus camaradas, postrados en adoración, estaban casi levitando en brazos del Espíritu Santo. -Señor, antes de irte a los cielos, en nombre de los hombre que quedaremos aquí en la Tierra enfrentados a la compleja misión del plan de la vida que debemos llevar a término, ten piedad de nosotros y respóndenos algunas interrogantes; que todos sentimos y sentiremos, y que serán fuente de soledad por confusión y, además, contribuyentes a la debilidad que anulará mucho nuestras fuerzas, al nublar la gran alegría que debe reinar siempre derivada espontáneamente de que somos todos y cada uno extensiones de la divinidad. –¿Viniste Señor convertido en hombre a redimirnos o como anunciador de un próximo establecimiento del reinado de Dios en la Tierra? -Vine a anunciar y señalar el camino, pero sus claves deberán ser encontradas por los hombres, pensando, sintiendo, actuando y valorando. Entonces la imagen flotante creció y se le acercó más diciendo: -Los seres humanos aprenderán a sustituir la o (usada para elegir entre posturas mutuamente excluyentes) por la y (donde se suma y se concilia lo diferente en favor de la diversidad), siendo la demora en hacerlo causa de grandes sufrimientos internos, por el espíritu confundido en esa exclusión aparentemente obligada y constante; también fuente de sufrimientos externos producidos por acciones delirantes de unos contra otros, ignorando la regla máxima que les di: “Amaos los unos a los otros”(Juan 13:34). La exclusión es ignorancia de la diversidad que es la esencia misma de la divinidad.
Animado, se atrevió a preguntar: -Si por tu mediación como hijo de Dios fuimos perdonados, ¿por qué hemos de transitar por tanta culpabilidad, anunciada, afirmada, sentida, negada con rebeldía o aceptada como infinita y por tanto interminable; creándose esa puerta tan infranqueable como ilusoria hacia la felicidad, que podría ser iluminada y develada para todos, simplemente con el poder del agradecimiento que no acaba de germinar en la humanidad?
–En verdad os digo que ustedes han sido perdonados y también os digo que el reino de Dios proclamado entre ustedes, esa gran fiesta que hará de la Tierra el paraíso mismo; se producirá cuando los hombres logren perdonarse a sí mismos, al igual que a sus semejantes. Mientras esos perdones no alcancen el ritmo de sus vidas, en gran medida, será un crujir de dientes.
–Nos has repetido Señor que abandonemos todo para sugerir la ruta que nos marcaste pero, ¿con qué fuerzas nos podremos alzar hacia esa renunciación, que es medida de dioses y no de hombres esclavos y bonsáis de sí mismos; en gran parte por no haberse otorgado ellos el perdón que divinamente les ha sido dado?
–Viviendo en el perdón, todas cuantas realmente amas formará parte de ti mismo; siendo imposible perderlo. Entonces deberán comprender que se puede y debe renunciar a lo que no eres y, por eso, el amor les hará distinguir lo que es parte de su ser y no se incluye en la renunciación que he predicado y antes también los profetas.
Sintió entonces que un brazo de luz salió desde el centro mismo de la presencia divina que le hablaba, llegando hasta su rostro y cerrándole sus ojos. Entonces escuchó de nuevo la dulce voz del Maestro que le dijo:
–Todo cuanto busquen con amor les ha sido dado con antelación a desearlo. Todo anhelo identificado con el amor es auténtica pertenencia, algo que es más y trasciende a la posesión. Todas las formas de hacer en pos de la realización humana estarán contenidas en la infinita potencia del gran legado de los cielos a los humanos; por eso les repito: “La paz os dejo, la paz os doy”. Ahora “duerme” también como tus hermanos en brazos del Espíritu Santo; pero recuerda al despertar que toda realización de la divinidad humana, procederá de un despertar donde la paz se manifieste dueña de su conciencia y su corazón haciéndolos salvos.
Lentamente abrió los ojos, automáticamente su mano accionó el interruptor al lado de su cama y la luz se hizo.
–Soy yo –se dijo mientras reiniciaba la conciencia de su ser. Estaba dormido y soñaba, pensó, buscando inercialmente la armadura de su existencia como individuo y se dijo:
–¿Acaso esa existencia es el sueño y ese diálogo es la más hermosa de las realidades, que sólo está a un segundo de una sublime e inesperada aceptación? De todas formas: Señor de mis sueños y mis despertares, sean cuales sean unos y otros, quiero decirte en ambos estados, dormido o despierto, que acepto y tomo esa paz que me ha sido legada y marcho hacia donde es necesario que vaya; sin que para ello tenga necesariamente que moverme. Sí, renunciaré sólo a lo que no amo y tendré lo que amo perdonándome y perdonando a todo cuanto esté a mi alcance y sea necesario perdonar. Amén.