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Cultura

La bala y el kilo

Emiliano Canto Mayén

Cosme Damián podría ser mi gemelo, también es historiador, tiene veinticinco años y llegó a la asfixiante capital de una provincia calurosa; además, es joven y su talento y garbo son incomparables. Ante tal compatibilidad de caracteres, nos hemos hecho tan íntimos amigos que no hay secreto entre los dos, todo nos decimos y lo que le pasa a él es como si me acaeciera a mí y viceversa, tal cual; tan solo por esta duplicidad literal, tengo su autorización (o eso espero) para contar aquello que le acaeció, el pasado 15 de mayo del 2019, día del maestro y de san Isidoro Labrador.

En la madrugada de la fecha “ut supra”, Cosme Damián padeció un insomnio angustiante digno de las páginas de Dostoievski. Miles de preocupaciones y amarguras roían sus pensamientos puesto que era el día de pagar el alquiler y, a causa de la juarista medianía de sus recursos, le faltaban varios billetes para completar la suma requerida. Su casera, inflexible cancerbero cuyo nombre prefiero callar, ya le había dado un ultimátum y no aceptaría ni moratorias ni mucho menos fiados; así que se levantó de la cama y hurgó en la montaña de su ropa sucia, no hubo bolsillo lateral o trasero en donde no introdujera sus desesperadas manos en busca de algún tostón o, Dios fuera loado en las alturas, de doscientos pesos, cifra a que ascendía el faltante requerido.

La suerte, niña cruel y caprichosa, no ayudó a Cosme Damián y este decidió vender su última caja de libros en Donceles y mandar con los papeleros, coloquialmente conocidos como “el kilo” sus cuadernos, apuntes, fotocopias y aquella masa de celulosa que contenía hasta el último de sus desvelos estudiantiles.

En un principio quiso conservar los cuadernos de las clases que más le habían apasionado y de las que más había aprendido (bien pocas, por cierto) y abrió dos o tres libretas y leyó. En aquella en la que había pegado la impúdica Olimpia de Manet, encontró algunos pensamientos copiados del testamento de Rainer María Rilke y lloró un poco al recitar las líneas siguientes: “El amor es el clima propio del destino, en la medida en que hace también su carrera por los cielos”, “Mi vida es una singular especie de amor y este es ya algo hecho (…) los esfuerzos de mi corazón están ya gastados y transformados en un acontecer definitivo”. La emoción de recordar aquellos años en la Facultad de Filosofía y Letras, incluidos los olores fumarosos de sus pasillos, hizo que Cosme Damián se negara a tirar aquel vestigio universitario, pero lo mismo pasó el siguiente cuaderno y con aquel otro y aquel más… así no sacaría ni un solo centavo, por lo que, furioso como Nerón, decidió deshacerse de todo sin voltear siquiera una página más.

Triste realidad la de los letrados que aún aman al papel y la tinta en este siglo de redes sociales y de Facebook. Muy temprano en la mañana, Cosme repartió, al tanteo, cada una de sus carpetas, recortes, fichas y apuntes entre una mochila y una maleta azul y, con todo ese peso a cuestas, bajó el correspondiente cerro de Tlalpan con dirección hacia “el kilo”.

El sendero del chapopote tiene tantos parches como huecos y las pulidas ruedas de su maleta se atoraban a cada giro, como queriendo detener a Cosme Damián: “Espera, no lo hagas, aún hay esperanza”. Las voces del móvil fueron ignoradas.

El misterio de las circunstancias lo llevó hasta aquel negocio de chatarra en el que dos mujeres, cubiertas con mandil hogareño, charlaban animadamente. Saludó con cortesía Cosme Damián, preguntó y, legajo a legajo, depositó su carga en la báscula. La dependiente que estaba sentada delante un escritorio anotó el total y multiplicó en una calculadora. Cosme Damián contenía sus lágrimas tras de una sonrisa artificialmente fingida, bromeaba para no caer postrado de hinojos.

Fueron casi 19 kilogramos y le dieron 22 pesos sin centavos y en moneda nacional ¿Cuántos poemas inconclusos, frases copiadas entre comillas y pasajes de aquella novela que nunca concluiría perdía Cosme Damián al renunciar a esos 18.45 kilogramos y por tan poco, por casi nada? No importa ya –trató de consolarse– todo lo que en realidad vale la pena está en mi corazón y en mi cabeza. Esa suma de pensamientos y poesía es invaluable y nadie la puede comprar ni con todo el oro del mundo. Me acompañarán hasta la tumba.

Sonaron entonces cuatro disparos a unos cuantos metros de distancia, justo por donde nuestro protagonista había pasado segundos antes. Las mujeres se replegaron y pidieron a Cosme Damián que hiciera lo mismo.

–Seguro es un ajuste de cuentas, no salga joven.

–Con los disparos uno nunca sabe de dónde vienen, los escucha allá pero vienen de aquí.

Encerrados en aquella bodega repleta en fierros, cartones y desperdicios, los tres prisioneros hablaron y bromearon cerca de media hora. En cualquier momento, temían, sonaría otra detonación y nada era más impredecible y mortal, pensaron todos, que una bala perdida.

Pasado el peligro, Cosme Damián salió por una puerta trasera e hizo un rodeo poco ortodoxo al contemplar una camioneta, con las cuatro puertas abiertas, a la mitad de la calle.

El desvalido se olvidó de sus poemas, de esa novela que jamás concluirá de escribir y de su curso sobre los jesuitas en China y agradeció seguir con vida y poder caminar, más bien correr, en dirección a su madriguera estudiantil.

Algunas horas después, 28 elementos de la policía acordonaban el área y de una vecindad enlutada arrancó una vagoneta fúnebre, la inconfundible de las averiguaciones periciales, llevando los restos sin alma ya de un desdichado. Cosme Damián entre los observadores, todos del barrio, miró con detenimiento cada movimiento de los oficiales y regresó a su casa a escribir lo acaecido en un cuaderno nuevo y reluciente.

En un respetable periódico de la nota roja, el protagonista de esta crónica leyó que la víctima se llamaba César, tenía 29 años y había comenzado a vender su veneno en el territorio de otros narcomenudistas. Tocaron a su casa dos individuos y cuatro balazos lo sorprendieron cuando abrió sus puertas. Tal y como me lo contaron (o casi) lo transcribo a los lectores del POR ESTO!

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