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Berta Sánchez-Mármol Cortés

Emiliano Canto Mayén

Ejemplo de elevada fortaleza y de delicada sensibilidad lo dio Berta Sánchez-Mármol Cortés. Nació esta mujer en la Ciudad de México el año de 1873 y fue hija del célebre escritor tabasqueño Manuel Sánchez Mármol y de Ana Cortés Naranjo. Como se estilaba en el siglo XIX, a Berta se le asentó en el registro civil con el kilométrico nombre de María Berta Victoria Josefina.

El año de 1890, Berta contrajo matrimonio en Tabasco con el inmigrante español Manuel Gabucio Maroto, cónsul de España en esta entidad mexicana, propietario de una imprenta-papelería en Villahermosa y empresario dedicado a la explotación maderera de las selvas tabasqueñas y chiapanecas. Junto con Gabucio, Berta procreó a diez hijos: José Manuel, Joaquín, María, Aníbal, Mario, Ana, Vicente, Carmen, Antonio y Victoria.

Pese a su ánimo emprendedor y fuerza de voluntad, las aventuras comerciales de Manuel Gabucio concluyeron en descalabros económicos y, forzado a rehacer su fortuna, partió hacia Centro y Sudamérica. Entre tanto, a la espera de mejores tiempos, Berta y sus hijos se radicaron en Jalapa. Para su mala suerte, Manuel tuvo mayores decepciones y, a tal punto llegó su abatimiento, que el 19 de junio de 1907 escribió desde Guatemala a su cónyuge pidiéndole que educara a sus hijos “en el trabajo que así pronto podrán ayudarte y no por eso dejarán de ser felices si la base es la economía, la honradez y el trabajo”. De Guatemala pasó Gabucio a Bogotá, Colombia y de ahí a Puerto Limón en, Costa Rica, punto en el cual falleció el año de 1910.

Recibió la infausta noticia Berta y, como era poeta, compuso un soneto en el cual consolaba a su hija María diciéndole que:

La unión de afectos, por la muerte rota,

No quedará tras de la tumba fría,

Si cual incienso que en el éter flota,

De tu oración que elevas a porfía,

Llega hasta el cielo la sentida nota,

Que exhale tu dolor, ¡tierna hija mía!

Viuda y con diez hijos que encaminar en la lucha por la vida, Berta se inscribió en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad de México. Desde 1909, en concordancia con su amistad con el periodista tabasqueño José María Pino Suárez, la maestra Sánchez-Mármol colaboró con el Partido Antireeleccionista. Por ello, al comienzo de la etapa revolucionaria, se le nombró directora de la escuela Corregidora Josefa Ortiz de Domínguez, de la Ciudad de México.

Tras del derrocamiento y asesinato del presidente Francisco I. Madero, Berta Sánchez-Mármol, viuda de Gabucio, sufrió la persecución del régimen del general Victoriano Huerta, circunstancia por la cual, el año de 1915, Venustiano Carranza la honró con un diploma que acreditó su acción revolucionaria. Simultáneamente a estos reconocimientos, siguió la maestra Berta con su labor magisterial y con el cultivo de la gaya ciencia, laborando treinta y ocho años como docente y recibiendo, en el culmen de su carrera, el título de Veterana de la Revolución.

En su faceta de escritora, Berta Sánchez-Mármol, viuda de Gabucio, se sirvió del seudónimo de “Átomo” y destacó por sus poemas de corte y temática clásicos. Para conmemorar momentos importantes de la vida de sus hijos, tales como sus nupcias, la maestra compuso sonetos y madrigales. De su pluma se tiene noticia de al menos tres publicaciones: “Visita en honor de nuestra Señora del Perpetuo Socorro” (1904); “Antáfrida”, poema en nueve cantos impreso en Querétaro el año de 1919, y “Madrigales”, cuya segunda edición data de 1922.

Con base en una ligera revisión de los poemas de “Átomo”, uno percibe la vasta cultura de Berta Sánchez-Mármol, misma que ora la hace cantar de trovadores medievales y luego de paisajes de la Grecia Antigua, lo anterior, con versos endecasílabos y estrofas de métrica renacentista.

Todo en Berta Sánchez-Mármol, tanto su vida como su obra, nos habla de una mujer sensible y partidaria de una educación moralmente comprometida, a tal punto, que al darse su defunción, el 18 de junio de 1948, el Excélsior dijo de ella que: “Como una madre fue heroica, abnegada y de entereza excepcional, con el heroísmo, abnegación y valor que son tradicionales en las genuinas madres mexicanas. Como elemento social fue un valor positivo por su cultura e intelectualidad y merece el respeto y veneración de sus connacionales”.

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