Pedro Díaz Arcia “No se puede ser vegetariano entre carnívoros”, dijo tiempo atrás el ex líder del Partido Socialdemócrata (SPD) y antiguo ministro de Exteriores alemán, Sigmar Gabriel. Aseguró que Europa no debía supeditar sus intereses a la política de Washington, sino “trazar líneas rojas” en función de un equilibrio estratégico, porque su seguridad y estabilidad a largo plazo es sólo posible con la colaboración de Rusia. En 2018, previó que por primera vez los conservadores y socialdemócratas podrían perder la mayoría absoluta en el Parlamento Europeo en el actual proceso electoral, ante la popularidad de los partidos populistas.
Este domingo unos 350 millones de votantes, de los 28 países que integran la UE, elegirán a los 751 miembros del Parlamento. Los partidos nacionalistas y antieuropeos, sin dominar el Legislativo, podrían obtener un tercio de los escaños capaz de entorpecer los dictados del bloque; en alianzas temporales que no anule sus programas ni diferencias.
El llamado Grupo de Visegrado, o la “familia del Este” (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia), que tanto ha criticado la dependencia de la UE afirmando que el enemigo “no está en Moscú sino en Bruselas, dio un paso atrás para abrazar el europeísmo.
En vísperas de la contienda arribó a París Steve Bannon, el exasesor del presidente Donald Trump, para interferir a favor de los intereses estadounidenses. El truculento personaje no ocultó cartas y dejó claro la importancia para su país de que triunfen los partidos de ultraderecha. Recordemos que en el año 2017 Bannon creó la fundación The Movement, con el objetivo de organizarlos precisamente para la actual campaña.
En su desenfreno, llegó a decir que la fascista Marine Le Pen -de sangre le viene al galgo- sería una candidata “increíble” de presentarse a las próximas presidenciales de Francia.
El presidente Emmanuel Macron denunció la “confabulación entre los nacionalistas y los intereses extranjeros” para desmantelar el continente. Por su parte, el primer ministro Édouard Philippe dijo que los elogios de Bannon a Le Pen y la Agrupación Nacional (RN) tienen por objetivo influenciar el escrutinio europeo y manifestar “el interés” de Donald Trump para debilitar o dividir a Europa.
Bajo el ojo del “observador” de Estados Unidos, el derechismo populista aprovechará la compleja coyuntura para mostrar la potencialidad de la Alianza Europea de Pueblos y Naciones, liderada por el viceprimer ministro de Italia, Matteo Salvini, quien a fines de la semana pasada reunió en Milán a 11 figuras relevantes del espectro más conservador del área. En abril había lanzado la consigna: “Hacer que Europa sea grande otra vez”, copia del slogan trumpista para afincar la coalición trasatlántica.
Un variopinto grupo de partidos matiza la pugna con diferentes sesgos sobre temas medulares como la división de poderes; el manejo de la economía; el presupuesto de la UE; la inmigración y el antiislamismo; el Brexit; y las relaciones con Rusia, entre otras.
Ante el espectáculo, ¿qué dirán los países europeos que apoyan la intromisión de Washington en los asuntos internos, por ejemplo, de Venezuela, Cuba o Nicaragua?
¿Les molesta ahora “la piedra en el zapato”?
El problema en realidad es más grave y radica, como dije alguna vez, no en lo que el viento se llevó, sino en lo que puede traer.