León García Soler
Sin armas, con el escudo como símbolo de solidaridad, la Policía Federal mexicana a la que pronto se incorporarán cien mil reclutas de la Cuarta Transformación, marcó el alto a la marcha de centenares de migrantes en busca de refugio y empleo, fugitivos de la violencia y el hambre impuestas en Honduras. Tal como los nuestros, nómadas en su propia tierra, “ilegales” al otro lado cuando logran cruzar el río y el Muro de Trump que el gesticulador no ha logrado levantar del Pacífico al Golfo de México, pero que está ahí desde siempre, símbolo de la infranqueable frontera entre el racismo y la pluralidad aferrada a la fraternidad, la libertad y el inalcanzable sueño de la igualdad.
Lástima. Trump está en campaña electoral y acude a la demagogia del miedo ante la cada vez más cercana posibilidad de verse frente el fiscal especial y hundirse en el fango de sus mentiras; de las cuentas no aclaradas de su fortuna; de la complicidad con las oligarcas de la Rusia de Putin y el intercambio de armas por el dinero saudita del petróleo y la multiplicación geométrica de las fortunas teocráticas. Por lo pronto, volvió a las andadas y lanzó el grito fascista del odio a la otredad, el de la búsqueda de culpables, el de la xenofobia y su lucha por monopolizar la “grandeza”. Denunció la invasión de hondureños, hordas de presuntos delincuentes acompañados por mujeres y niños.
Y anticipó el envío del ejército a la frontera con México. No de la Migra, ni de elementos de la Guardia Nacional: “the US Army”. Y, desde luego, retomó su exigencia de que México se encargue de la inviolabilidad de la frontera que, según la post verdad trumpiana, no está en el Río Bravo sino en el Suchiate. O los detienen o pospongo para las calendas griegas la entrada en vigor del antiguo y modificado NAFTA, del tratado de libre comercio recién aprobado por los Estados Unidos, Canadá y México. Y envió a su secretario de Estado, Mike Pompeo, otrora director de la CIA. Desde el Yukon hasta el río Suchiate se extiende el territorio reclamado y amurallado por el tal Trump.
Enrique Peña Nieto camina discretamente rumbo a Toluca, a la entrega del Poder Ejecutivo el próximo primero de diciembre; discreto, casi invisible, desempeña el papel de actor de carácter en la mal llamada transición de seda. Y Andrés Manuel López Obrador, en gira de gratitud, anticipa nueva alianza para el progreso con míster Trump, con quien asegura hay semejanzas maravillosas. Hay secretarios del gobierno que anticipa su final. Y los hay prematuramente designados por el vencedor de las elecciones más votadas de la historia de México, que declaran y actúan como si ya fueran de verdad secretarios de quien todavía no es Presidente constitucional de la República Mexicana y podrá entonces designarlos y removerlos libremente.
Cosa, ésta última, que ya ha hecho y hace el todavía Presidente electo. El canciller Videgaray, amigo del yerno del inquilino de la Casa Blanca, recupera por un instante y ante la escandalosa amenaza del suegro Trump, el lenguaje diplomático de la olvidada política exterior de la nación soberana y refugio de perseguidos de todas partes de este mundo de expansionismo y sometimiento de las mayorías condenadas a la pobreza. El secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida, abogado y relevo de Miguel Angel Osorio Chong, aseguró en la tribuna del Congreso que México no detendría a los migrantes en la frontera de México y Guatemala.
Por unas horas parecíamos haber recuperado la tradición de la política exterior mexicana. Y al cruzar el puente los hondureños pudieron avizorar el paso de los portadores de documentos; pocos deben ser, pero también de aquellos que los solicitarán ante las autoridades aduanales o consulares, de esta tierra de emigrantes, refugio de tantos que como ellos huían de la violencia criminal y del hambre impuesta por los malos gobiernos y la política al servicio de la economía neoliberal de la acumulación de la riqueza en unas cuantas manos. En Honduras, dicen, como en El Salvador, una docena de familias son dueñas de vidas y haciendas.
Como aquí, donde a los buenos oficios ofrecidos, hay que sumar la certeza de un camino plagado de asaltantes, criminales de oficio unos, agentes del gobierno otros; y los peligros conocidos universalmente del tren llamado “La Bestia”, a cuyo paso hubo y hay siempre mujeres mexicanas que ofrecen alimentos y agua a los que lograron subir a La Bestia. Por un instante, se vieron manos amistosas y gestos de bienvenida. Pero era incontenible el avance de los hondureños y nuestra mal equipada y peor capacitada policía acudió a los gases lacrimógenos para contener a miles, hombres, mujeres y niños. El horror de las criaturas aterradas que padecían los efectos del gas y de la violencia a la que los migrantes mayores respondieron a pedradas.
Y al grito de “¡Déjenos pasar, no somos criminales!”, respondió una desordenada tregua. Y los guardianes de la lejana frontera del Río Bravo, cerraron el paso del puente con gruesas cadenas y enormes candados. Ni paso a México, ni posibilidad de dar la vuelta y volver a Guatemala. El puente de convirtió en larga, enorme prisión en que la multitud no podía sentarse o recostarse. Algunos se arrojaron al río. Y mientras el secretario Pompeo se reunía con el canciller Videgaray, y declaraban solemnemente que ambos, los Estados Unidos y México, “tomaremos decisiones soberanas”, Trump decía a la prensa estadounidense que los migrantes esos “son criminales bien curtidos”. ¿Quién será “infantil”? Nada detendrá la marcha de los pobres, víctimas de la violencia criminal y la miseria: las cadenas y los gases lacrimógenos aprisionaron a cientos, pero muchos otros se internaron ya en territorio mexicano, en el país que ofreció asilo y entregó tierra a los campesinos guatemaltecos que huían de las balas del ejército en los años de la cruel represión a los indígenas y los combates guerrilleros.
No podemos dar paso a la violencia diría la presidencia agónica en voz de Enrique Peña Nieto. Y tiene razón. Pero aunque el todavía gobierno condena el uso de mujeres y niños como “escudo humano”, asegura que los federales están desarmados y que la violencia rompe acuerdos con la caravana, hubo ya contacto con la ONU en busca de apoyo para garantizar el respeto a los derechos humanos de los hondureños y asilar a los migrantes que solicitan acceso a México. Y Enrique Peña Nieto tendrá que responder al secretario Pompeo y su jefe Donald Trump con la firmeza de la nada fugaz soberanía de la República Mexicana y el rechazo a convertir a la Policía Federal en guardianes de la frontera de los Estados Unidos de América.
Allá al Norte, donde dice que levantará un Muro infranqueable y de alguna manera lo vamos a pagar los mexicanos. A esa post-verdad ya respondió con firmeza Peña Nieto: No vamos a pagar. No está a discusión. Y aunque predicen tormentosa entrega del poder, todavía es el titular del Supremo Poder Ejecutivo de la Unión. El Presidente electo ya envió a Marcelo Ebrard, designado anticipadamente secretario de Relaciones Exteriores del que será gobierno a partir del primer minuto del 1º de diciembre de 2108, a entrevistarse con el secretario de Estado Mike Pompeo, para analizar el proyecto de Andrés Manuel López Obrador para “un plan de desarrollo que incluya a los países centroamericanos donde millones “se van obligados a salir de sus pueblos para buscarse la vida y mitigar su hambre y su pobreza”.
Alianza entre México y los Estados Unidos para resolver la pobreza y alcanzar el desarrollo. Suena bien. Es más, se parece como una gota de agua a otra, a la alianza propuesta en tiempos de John F. Kennedy. Pero será cuando AMLO sea Presidente y todavía va a serlo Donald Trump. No es que desconfíe de la cordialidad manifestada por López Obrador, pero un tigre no cambia sus rayas. Y según viejo refrán chino: “Quien pretende montar un tigre acaba dentro de él.”