Yucatán

No quiso rezar en Hanal Pixán y los muertos fueron por ella: la historia de una mujer en Yucatán que fue visitada por sus familiares fallecidos

Una historia se cuenta en Tekal de Venegas, Yucatán, sobre una rezadora que fue visitada por sus familiares fallecidos en Hanal Pixán.

Una antigua historia recuerda el poder de la fe y el respeto a las ánimas durante los Días de Muertos
Una antigua historia recuerda el poder de la fe y el respeto a las ánimas durante los Días de Muertos / Por Esto!

En las comunidades yucatecas existe una figura muy importante y respetada: las señoras que rezan los novenarios dedicados a santos, vírgenes y cristos de devoción, tanto en hogares particulares como en ritos comunitarios.

Este oficio religioso, tan arraigado en la vida del pueblo, ha sido protagonista de innumerables leyendas y dichos, pues las rezadoras suelen ser testigos de sucesos extraordinarios, sobre todo en el tiempo de finados. Mujeres reconocidas por su piedad y caridad, por su fortaleza y recato, son consideradas pilares de la fe popular.

Los habitantes contaron que hace ya mucho tiempo, en una fecha que se pierde entre la densa bruma del pasado, una de estas rezadoras había convertido su devoción en costumbre. Sus plegarias se volvieron monótonas, más por obligación que por fervor cristiano.

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Aquel año, pensó en no salir a rezar por las ánimas del purgatorio durante el llamado Rosario de Bienvenida, que se realiza en el alba. Una semana antes, varias señoras le habían pedido que acudiera a sus casas para dirigir las oraciones, pero ella se negó, argumentando que sufría de dolores en el cuerpo, los cuales, según dijo, se agudizaban por la madrugada. Ante la insistencia, se mantuvo firme en su negativa, alegando que prefería no comprometerse. Incluso en la morada de su comadre, donde cada año realizaba las oraciones, rechazó hacerlo rotundamente.

“¡Con las pocas rezadoras que quedan en el pueblo, y ella negándose!”, se escuchaba murmurar entre las vecinas, y los comentarios no tardaron en multiplicarse.

Pero sucedió que, en la madrugada del 2 de noviembre, la mujer despertó como de costumbre, alrededor de las 2:00 horas, y escuchó que pronunciaban su nombre varias veces. La voz era la de su madrina… aquella que había muerto hacía muchos años. Pensó al principio que todo era producto de su imaginación, o un sueño entre sueños. Sin embargo, poco después se escuchó el golpe seco de la aldaba de su puerta, dos veces, y nuevamente su nombre fue pronunciado, esta vez con voz masculina, la cual reconoció de inmediato, era la de su difunto padrino.

Un estremecimiento la recorrió por completo. Temblorosa, tomó el rosario de la mesa y buscó entre sus papeles las novenas. Eligió aquella titulada Novenas a las atormentadas almas que penan, la guardó en su bolsa de manta, se cubrió con su viejo tul que usaba de mantilla y, sin pensarlo más, salió rumbo a casa de su comadre.

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Llegó justo a tiempo, cuando comenzaban a encender las velas. Sin mencionar lo ocurrido, saludó y se dispuso a rezar.

Al terminar, con lágrimas en los ojos, relató lo que había vivido. Niños, jóvenes y adultos escucharon atentos, con el alma encogida. Desde aquella noche, todos en la comunidad reforzaron su convicción de mantener con respeto la ofrenda anual en los Días de Muertos.

“¡Era la voz de mi kichkelem madrina y de mi kichkelem padrino los que me hablaron! ¡Ay, y yo que no les quería rezar, que no les quería hacer caso! ¡Sí vienen las ánimas, niños, sí vienen los santos finados!”, repetía entre sollozos la mujer, mientras gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.

“Y como si estuviéramos rodeados de los aromas de las comidas y el incienso del rezo de finados, repitamos la última estrofa del Lamento de las Almas y digamos: Fieles cristianos, amigos, dad crédito a estos lamentos, obrad bien: afuera culpas, para huir de estos tormentos. Socorro, piedad, alivio, concluiremos con gritar:Oíd, mortales piadosos, que ayudadnos a alcanzar.¡Que Dios nos saque de pena y nos lleve al Cielo a descansar!” finalizó.

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