
Por generaciones, los cenotes han sido la vena abierta de la tierra maya: ojos azules rodeados de selva, testigos silenciosos de rituales ancestrales y, hoy, la base del agua que sostiene la vida en la península. Pero bajo su belleza yace una verdad alarmante: el acuífero que nutre a más de dos millones de personas está en riesgo.
En días pasados, el Gobierno de Yucatán publicó el Decreto 88/2025, que modifica la Reserva Estatal Hidrológica del Anillo de Cenotes, ampliando su cobertura de 13 a 24 municipios. Con ello, busca blindar legalmente un ecosistema vital. Sin embargo, los expertos advierten que el tiempo apremia y las amenazas no se detienen.
Hasta hace unos días, la reserva estatal incluía 13 municipios del centro del estado. Hoy, el mapa se amplía: 213 mil 737 hectáreas repartidas en 24 municipios, entre ellos Abalá, Izamal, Tixkokob, Chumayel y Tixpéual.
La protección no es simbólica. El Anillo de Cenotes funciona como el corazón del sistema hídrico peninsular: por sus suelos porosos, el agua se filtra, recorre y se almacena en cavernas subterráneas. Este acuífero es la mayor reserva de agua dulce de México. Y, sin embargo, es extremadamente frágil: cualquier contaminante vertido en la superficie puede viajar kilómetros bajo tierra en cuestión de horas.
El decreto divide la zona en dos grandes áreas: en el Sur, 13 municipios, suelos litosol, selva mediana caducifolia y altitudes entre 18 y 27 metros. En el Norte, 11 municipios, suelos rendzina, selva baja y altitudes entre 10 y 18 metros. Este mosaico geológico y biológico sostiene no solo al ecosistema, sino a la economía, la cultura y la salud de Yucatán.

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En papel, el avance es importante. Pero ¿qué tan blindada está la reserva frente a las actividades industriales que la ponen en riesgo?
Una riqueza bajo asedio
Los números son contundentes: cada año, en Yucatán se extraen 980 hectómetros cúbicos de agua del Anillo de Cenotes. Toda la vida depende de ese flujo. Y también todas las actividades productivas. Pero junto a la extracción viene el desecho: 32.39 hm³ de aguas residuales son descargadas anualmente en la zona. Sólo la porcicultura aporta 4.11 hm³, y casi la mitad termina dentro del Anillo.
Los contaminantes identificados en el acuífero incluyen pesticidas, herbicidas, solventes, hidrocarburos y metales pesados como plomo y cadmio. Además, las bacterias como E. coli evidencian que la materia orgánica está filtrándose a las venas del subsuelo.
La sombra de las megagranjas
El crecimiento de la industria porcícola en Yucatán ha sido vertiginoso. El estado ya ocupa el quinto lugar nacional en inventario de cerdos. Empresas como Kekén, Bachoco y Crío lideran el modelo industrial que conecta a pequeños productores con corporativos bajo esquemas de “aparcería”.
Pero el costo ambiental es devastador. Un cerdo adulto produce entre 4 y 10 veces más residuos que una persona. A diferencia de los desechos humanos, los de las granjas carecen de controles estrictos y, en su mayoría, se vierten sin tratamiento.

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Resistencia y fractura social
En Homún, los cenotes son más que agua: son el sustento turístico de cientos de familias. Allí, mujeres como doña Marta saben lo que está en juego:
“Cuando abren una granja, el agua empieza a apestar. Los niños se enferman. No queremos eso”, dice, mientras enseña el cenote donde sus nietos aprenden a nadar.
La defensa del agua ha provocado bloqueos, amparos y división comunitaria. En varias localidades, quienes se oponen a las granjas son hostigados. Y el nuevo decreto, aunque se percibe como un paso adelante, deja dudas: solo 24 municipios quedan bajo la prohibición de nuevas industrias, cuando el Anillo abarca 54 municipios en total.
Para los colectivos ambientalistas, la respuesta es no. “La protección real no está en el papel, sino en la aplicación”, advierten desde Kanan Ts’ono’ot, una organización que ha llevado la defensa del agua a los tribunales.
Mientras tanto, el Anillo de Cenotes sigue siendo un tesoro natural, cultural y económico.