A través de los años y las fronteras, hay una reflexión que dice “las personas nunca mueren, solo hasta que el olvido los sepulta”, esta frase cobra vida en los pueblos de Campeche, donde la memoria y la fe se entrelazan para mantener vivo el recuerdo de los que partieron, y también a los que nadie recuerda, las ánimas solas, aquellas que no tienen familia, ni altar, ni voz que las nombre.
En los municipios de Hopelchén, Escárcega y Candelaria, los preparativos del Día de Muertos comienzan días antes del 1 y 2 de noviembre, la bienvenida de los difuntos se anuncia con el aroma del incienso, el color de las flores y el murmullo de las oraciones, algunas familias mantienen viva una práctica ancestral, recordar y recibir a las ánimas solas, los espíritus olvidados que, según la tradición, vagan buscando un lugar donde sean bienvenidos.
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El ánima sola representa la soledad del alma que no ha sido liberada del purgatorio, y por eso se cree que vaga en busca de luz, oración o una ofrenda que le devuelva la paz, en los altares de Campeche, una simple vela blanca o una jícara de agua se convierte en faro de esperanza para estas almas errantes.
En desde el centro y sur del Estado, la preservación de los rezos por el ánima sola inicia en Hopelchén, donde las familias que conservan esta costumbre colocan junto a su altar principal una pequeña mesita o banqueta con un plato de comida, dulces, un vaso de agua, pan y una vela.
“Mis padres siempre decían que esa comida era para las ánimas que no tienen adónde llegar”, recuerda doña Hortensia Domínguez Nieves, de 86 años, mientras prepara su dulce de calabaza, “No se trata solo de nuestros muertos, también de aquellos que están en el olvido, hay que compartir con ellos el pan y la sal.”
A su lado, doña Carlota Matú Ceh, de 84 años, coincidió en que “Las ánimas solas llegan a las casas donde las recuerdan, si uno no les pone su altar, pueden irse tristes o hasta enojadas, por eso les prendo su vela, les dejo su agua y les rezo, son como invitados especiales a nuestra mesa del alma.” afirmó.
En Escárcega, las casas de Bertha Leticia Chan Alpuche, Teresa Cen Alvarado e Irene del Socorro Euán Mendicuti se llenan cada año de luz y aroma a copal, ellas llevan más de medio siglo construyendo sus altares, repletos de flores, dulces y fotografías de sus seres queridos, pero siempre dejan un espacio para las ánimas solas.
“Desde niña aprendí que también hay que rezar por las almas olvidadas”, comenta Bertha Chan, “Les ponemos su comida y su bebida, y les pedimos que descansen en paz, no tuvieron quien las recordara, pero aquí siempre tienen un lugar.”
Teresa Cen incluso coloca una silla junto al altar pequeño, donde nos cuenta que tiene la costumbre de platicar con esas almas solitarias, “Yo siento que me escuchan, vienen cansadas, después de un largo camino, y aquí encuentran un momento de descanso.”
Irene Euán, por su parte, asegura que esta tradición es un acto de caridad espiritual, “Todos merecen ser recordados, a veces las ánimas solas son niños o jóvenes que murieron sin nadie que rece por ellos, nosotros los recibimos como si fueran familia”
Reconoció que lo hace no solo como una costumbre, sino como una forma de arreglar lo que otras personas en el pasado no hicieron, por lo que, consideró que su manera de ayudar a las almas que vagan es ofreciendo un espacio de descanso, porque “sabemos si en el futuro necesitaremos que alguien que no conocemos rece por nosotros”
Un abrazo de esperanza para las almas olvidadas
En la tradición aún arraigada en las comunidades, el agua simboliza el alivio; el pan, la hospitalidad; y la vela, la guía que ilumina su regreso al más allá, cada elemento tiene un sentido profundo y unificado, a no olvidarlos, a compartir incluso con los que ahora carecen de nombre.
En Candelaria continúa la costumbre se extiende más allá del hogar, porque cada 28 de octubre, los habitantes encienden una veladora en la calle como señal de bienvenida y guía para las ánimas solas o abandonadas, esta fecha, según la tradición, está dedicada a quienes murieron de forma trágica o sin compañía.
Don Flavio de León Rayo, guardián de esta práctica, explica que no basta con encender la vela o rezar, sino que “También hay que hacer obras buenas en su nombre, así las ánimas encuentran paz y nosotros también.”
Durante 67 años, él y sus hermanos han mantenido viva la enseñanza de sus padres, don Carlos Flavio de León y doña Ana María Rayo, cada año montan su altar con ofrendas sencillas: agua, flores, pan y una vela, símbolos de hospitalidad para las almas que regresan del más allá, “Es nuestra manera de decirles que no están solas”, afirma.
Mientras tanto, en el panteón municipal de Candelaria, el silencio se mezcla con el viento que mueve las cruces. Muchas tumbas están abandonadas; las flores marchitas y las velas consumidas son testigos del olvido. Algunas cruces ya ni nombres tienen.
Aunque las autoridades realizan labores de limpieza, son pocas las manos que reconstruyen bóvedas o colocan ofrendas, “Las ánimas de los que aquí descansan ya no tienen quien las visite —lamenta don Flavio—, por eso hay que rezar también por ellas, porque hasta el alma más olvidada merece una oración.”
En los pueblos de Campeche, el Día de Muertos no es solo una fecha de nostalgia, sino de reencuentro y generosidad, las familias no se limitan a recordar a sus propios difuntos, sino que abren sus puertas espirituales a todos aquellos que ya no tienen quién los espere.
Entre velas encendidas, el murmullo de los rezos y el aroma a pibipollo, la línea que divide la tierra de los vivos y los muertos por un instante desaparece, permitiendo que las ánimas solas se sienten a la mesa colocada con el cariño, donde el pan, el chocolate y la oración se convierten en un abrazo para quienes, aunque olvidados por el mundo, siguen vivos en la memoria de la tradición.
Porque, como dice la reflexión popular, “las personas nunca mueren, solo hasta que el olvido los sepulta”