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Guillermo Fabela QuiñonesApuntes

Como en los tiempos del viejo régimen, la Confederación de Trabajadores de México (CTM), del cual fue uno de sus principales pilares, recibió el respaldo del Presidente de la nación al festejar su 84 aniversario. Fue un acto protocolario, pero cargado de simbolismo por lo que representó la máxima organización corporativa en la construcción del país en el pasado siglo, cargada hacia donde soplaran los vientos políticos, siempre favorables al sector patronal, y de modo enfático en los sexenios del neoliberalismo.

Es comprensible la actitud del presidente López Obrador, quien al inicio de su segundo año de mandato se encuentra muy asediado por la derecha; considera prudente evitar confrontaciones innecesarias que hagan más difícil la transformación de las instituciones en favor de todos los mexicanos, no sólo de una elite reaccionaria. El mensaje que nos manda es que durante su gobierno se avanzará tanto como se pueda, sin forzar la marcha para asegurar que la gobernabilidad no se ponga en riesgo.

Sin embargo, también es razonable fortalecer alianzas con las fuerzas que permitieron el triunfo electoral del político tabasqueño. Como él mismo dijo, en el acto conmemorativo de la Decena Trágica de febrero de 1913, “el poder tiene sentido si se pone al servicio del pueblo”. Señaló que el error del presidente Francisco I. Madero, fue enfocarse sólo a la reivindicación democrática, sin haber “logrado hacerse de una base social para sostener su proyecto democrático y enfrentar la reacción conservadora”.

Es preciso evaluar qué tan firme es la base social del actual mandatario. Lo es de acuerdo a evaluaciones estadísticas serias, al colocar en alrededor de 70 por ciento el apoyo de la ciudadanía a su gobierno. Por eso mismo, las embestidas de los conservadores son cada vez más fuertes. El pueblo ha comprendido que bajo el liderazgo del presidente López Obrador se pueden frenar asechanzas orientadas a echar por tierra la construcción de una República más justa, donde la corrupción sea perseguida sin descanso.

Como es su estilo discursivo, afirmó: “Con los trabajadores, todo; sin ellos, nada”. Lo razonable es demostrarlo con hechos que no dejen dudas, como es el caso con los salarios mínimos, los cuales se sacaron del bache tan profundo en que estaban metidos desde hace décadas y eran un pesado lastre para la economía de los trabajadores, y un espacio para que los malos empresarios “hicieran su agosto” cada año. Por eso es muy relevante el compromiso que hizo en el foro cetemista de “dar marcha atrás” a acuerdos tomados en la etapa neoliberal.

En su modo de hilar con fina seda la costura política nacional, dijo que “los empresarios del México de hoy no son explotadores o esclavistas como lo eran en el Porfiriato, ahora la mayoría tienen dimensión social, actúan con justicia y con humanismo, y esto debemos de reconocerlo”. Conviene puntualizar que tal modelo ideal de empresario podrá forjarse en la medida que el gobierno federal no dé un paso atrás sin afianzar dos hacia adelante.

El peso de los conservadores en el sistema político mexicano sigue siendo incontrastable, y continuará por el mismo derrotero si el Estado no ejerce su legitimidad y su derecho a impulsar verdaderos cambios democráticos con visión progresista. En la medida que lo haga, la resistencia de los conservadores perderá su fuerza; notarán que la Cuarta Transformación tiene una base social consciente y firme.

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