
Entre música de mariachi, repique de campanas y el aroma de flores y hierbas tradicionales, los habitantes de Seybaplaya y Dzitbalché vivieron este 15 de agosto una de sus celebraciones religiosas más importantes: la fiesta en honor a Nuestra Señora de la Asunción, que reunió a cientos de fieles locales y visitantes.

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Tradición y fe se unen en Lerma con el paseo por tierra y mar de la Virgen de la Asunción
La jornada comenzó desde la madrugada con las tradicionales mañanitas en la sede parroquial de Seybaplaya, donde el mariachi y cantos mexicanos llenaron el ambiente de devoción. Horas más tarde, una peregrinación terrestre condujo la imagen hacia el Ágora del Malecón, donde se ofició una solemne misa presidida por el párroco Juan Carlos Centeno Cruz, quien pidió a la Virgen interceder por las familias y bendecir los hogares.

En un acto cargado de simbolismo, la imagen emprendió su tradicional paseo por mar, acompañada por la Inmaculada Concepción, mientras decenas de embarcaciones adornadas se sumaban al recorrido. Desde la costa, otros feligreses la siguieron a pie o desde la parroquia, rezando y entonando alabanzas.

En Dzitbalché, la devoción alcanzó su punto máximo con una procesión encabezada por el gremio de Agricultores y Artesanos, seguida por los Caballeros de María, jóvenes encargados de cargar en hombros a la patrona. Durante 45 minutos, el cortejo avanzó por calles adornadas, deteniéndose en cada esquina para rezar rosarios y bendecir la ciudad. Las casas coloniales mantuvieron sus puertas abiertas, y desde balcones repletos, familias y visitantes capturaron el momento.

Como dicta la tradición, los pobladores ofrecieron a los visitantes tacos de cochinita, aguas frescas, pozole y horchata como muestra de gratitud por los favores recibidos. Alrededor de la parroquia, comerciantes vendían ruda, albahaca, velas y abanicos, impregnando el aire con aromas que, según la creencia, protegen y purifican.

Esta festividad, que cada año congrega a multitudes, no solo reafirma la fe de las comunidades, sino que convierte a Seybaplaya y Dzitbalché en epicentros de cultura, tradición y hospitalidad.