En el corazón de las tradiciones más profundas, el rezo por los muertos sigue siendo una expresión viva de fe, consuelo y amor. A medida que se acerca el Día de los Fieles Difuntos, las voces de quienes mantienen esta práctica ancestral resuenan con fuerza, recordando que el vínculo con nuestros seres queridos no termina con la muerte, sino que se transforma en esperanza.
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El presbítero José Francisco Verdejo Aguilera, titular del Decanato Carmen, explicó que la oración por quienes ya fallecieron tiene un significado profundamente espiritual y humano.
“Rezar por los difuntos tiene varias razones, pero la más importante es demostrar nuestro amor y apoyo, es una forma de ayudar en el proceso de purificación de aquellas almas que, según nuestra fe, se encuentran en el purgatorio. Al mismo tiempo, fortalece la fe de quienes aún estamos en este mundo”.
El sacerdote recalcó que las oraciones y sacrificios por las almas no son solo una tradición, sino un acto de caridad y gratitud hacia quienes compartieron la vida con nosotros. Es decir, los católicos creen que las oraciones pueden acortar el tiempo que las almas pasan en el purgatorio, preparándolas para entrar al cielo; en resumen, es un acto de amor y una afirmación de la vida eterna.
“Cuando rezamos por nuestros difuntos, mantenemos vivo su recuerdo, alimentamos nuestra fe en la resurrección y afirmamos que nuestra vida terrena es solo un paso hacia el encuentro con Dios. Esa es nuestra esperanza, que un día volveremos a reunirnos con quienes amamos”, dijo.
El presbítero recordó que esta práctica tiene su fundamento en la Biblia, en el Segundo Libro de los Macabeos, donde se menciona que se ofrecieron oraciones por los soldados caídos para que fueran perdonados de sus pecados: “Desde los primeros siglos de la Iglesia, los cristianos han orado por los muertos; era una manera de honrarlos, de agradecer su existencia y de confiar en que la misericordia divina los reciba con amor”, explicó.
Por su parte, entre velas, rosarios y letanías, Rosa Margarita Gallegos Campos se ha convertido en una de las rezadoras más reconocidas de Ciudad del Carmen. Con una voz suave y una mirada que mezcla fortaleza con esperanza, cuenta que lleva 23 años rezando por los difuntos, una misión que nació en el momento más doloroso de su vida: la muerte de su madre.
“Cuando mi mamá falleció, nadie quería o podía rezar. Era una mujer muy devota, rezaba todos los días, y cuando murió me dolió pensar que no habría quién hiciera lo mismo por ella. Un día simplemente dije: ‘Lo voy a hacer, por ella’, y desde entonces no he parado”, recordó.Rosa Margarita asegura que rezar no se aprende solo con palabras, sino con el alma; se necesita tener el don, algo que Dios te da, una sensibilidad para sentir y acompañar. Aprendió a rezar desde niña, escuchando a su mamá. Le gustaba verla hacerlo, pero nunca pensó que un día seguiría sus pasos.
Le tomó dos meses aprender las oraciones completas y los rezos específicos para cada intención: los de cuerpo presente, los rosarios por las ánimas, los novenarios y las plegarias por las almas olvidadas. Pero lo más difícil, confiesa, fue aprender a contener el llanto cuando el rezo era por alguien querido.
“He rezado por personas a las que acompañé en vida, por familias que conocí por años, y también por mis propios familiares: mi papá, mi sobrina, una de mis hermanas. Hay rezos que te rompen el alma, a veces se me quiebra la voz, pero pido fuerza y sigo, porque sé que cada oración los ayuda a encontrar la luz”.
Su voz se suaviza al hablar de las experiencias que ha tenido durante sus rezos. “Hay momentos en que sientes algo… una presencia. Una mano que te toca el hombro, una brisa que no viene de ningún lado. No da miedo, solo se siente un agradecimiento. Muchos dicen que es el alma dando las gracias por la oración”.
Rosa Margarita ha vivido momentos intensos. Recuerda una ocasión en que rezó por un joven que se había quitado la vida: “Me decían que no debía hacerlo, que no se reza por los suicidas, pero yo no podía negarle una oración; no soy quién para juzgar. Durante el rezo, sentí que él estaba ahí, sentado al lado mío. Fue una sensación muy fuerte, pero también de paz”, relató con nostalgia.
Explica que cada rezo deja un cansancio profundo, no solo físico sino espiritual. “Terminas agotada, como si te hubieran vaciado la energía. Hay veces que siento electricidad en las manos, en el cabello, pero luego, cuando pienso en las almas que descansan, todo ese cansancio se transforma en tranquilidad.”
Con cierta tristeza, Rosa Margarita reconoce que cada vez hay menos rezadoras. La mayoría son personas mayores, y son pocas las jóvenes que muestran interés. “Vivimos en un tiempo donde muchos ya no creen. Los jóvenes prefieren pasar el día en TikTok o en el teléfono, y la fe queda en segundo plano. Muchos entierran a sus familiares y ya, sin una oración, sin un rezo; las almas necesitan ser recordadas.”
Dice que ella trata de enseñar a quien se lo pide: “Cuando voy a rezar, les explico cómo tomar el rosario, cómo rezar la coronilla de la misericordia. Me gusta enseñar porque el rezo no es solo repetir palabras, es hablar con el alma, pedir por los demás, darles luz a los que ya no están. Los días cercanos al 2 de noviembre son muy fuertes; hay muchas almas que buscan una oración, por eso siempre rezo por el ánima sola, por las almas olvidadas que no tienen quién les rece”, afirmó.
Siempre lleva consigo su rosario y, cuando va al panteón —especialmente en noviembre—, siente las almas acercarse. A veces dice nombres que no conoce y luego entiende que son almas que quieren ser recordadas, que necesitan una oración para poder seguir su camino.
Rosa Margarita concluye con una reflexión que resume su fe y su entrega: “Rezar no es un trabajo, es un acto de amor. Es hablar con Dios por quienes ya no pueden hacerlo, y mientras haya alguien que rece, las almas nunca estarán solas.”
Consuelo espiritual
Con una voz serena y la fe que ha guiado gran parte de su vida, Guadalupe Reyes Maldonado, conocida entre los fieles como doña Lupita, comparte con humildad los más de 30 años que ha dedicado a servir como rezadora, ofreciendo consuelo espiritual a las familias que enfrentan la pérdida de un ser querido.
Doña Guadalupe relató que su camino comenzó cuando decidió dejar su trabajo y acercarse a la iglesia, integrándose al grupo de la Legión de María, donde descubrió su vocación de servicio.
“Jesús nos regala los dones, pero nosotros tenemos que ponerlos en práctica; si no los practicamos, no llegamos al conocimiento de lo que estamos haciendo”, comentó con seguridad.
Para ella, rezar es un acto de caridad que alivia tanto a las almas de los difuntos como a los vivos que enfrentan el duelo. Reconoce que muchas veces comparte el dolor de quienes la llaman, porque simplemente también son seres humanos.
Aunque confiesa que el paso de los años la ha llevado a disminuir su actividad, doña Lupita asegura que sigue ofreciendo cada jornada “por medio de la oración y el ofrecimiento a Dios”.
A sus 69 años, dice que su fe es su fortaleza, porque “cuando Dios está con nosotros, nada oscuro se nos puede acercar”.
Sobre el futuro de esta tradición, lamenta que la juventud se haya alejado de la fe y de las prácticas espirituales. Finalmente, hace un llamado a las nuevas generaciones a no dejar perder esta labor que, más allá de la costumbre, representa un servicio de amor.
“Ya vamos de bajada, pero ojalá la juventud aprenda; si les nace hacerlo, lo van a aprender y lo van a sentir.”
JGH