
“La noche antes del huracán, el viento comenzó a soplar con fuerza, pero nunca imaginamos lo que vendría, fueron momentos de mucha angustia, antes durante y después porque no sabíamos si era seguro salir, no había luz ni agua, además el recuerdo de los rumores de que se habían fugado decenas de reos de la cárcel porque se vino abajo una barda”, relató Guillermo Campos, quien vivió el huracán “Wilma” hace exactamente 20 años.
En Quintana Roo, se declaró la “alerta roja” una noche antes. Las clases se suspendieron en los municipios de la Zona Norte, y se advirtió a los residentes de las áreas costeras que buscaran refugio, pero en un principio, la mayoría de la gente que vivía en las zonas bajas de Cancún se negó a salir de sus viviendas por miedo a los saqueos, hasta que se dieron cuenta que debían salir.

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Casi 20 años de “Wilma”: El huracán que transformó la cultura de prevención en Quintana Roo
A los turistas de Cancún y de las Islas Mujeres y de Cozumel, les sugirieron retornar a sus lugares de origen y de la Zona Norte de Quintana Roo, se evacuaron a 40 mil turistas. El Ejército instaló el Plan DN-III casi 48 horas antes de que tocara tierra el meteoro. Llegaron más de 400 elementos de las Fuerzas Federales de Apoyo y de la Marina Armada de México, así como cerca de 100 paramédicos de la Cruz Roja para apoyar a la delegación de Cancún.
El huracán “Wilma” comenzó a experimentar una rápida intensificación y en 24 horas alcanzaría la categoría 5 la mayor en la escala Saffir-Simpson, con vientos máximos sostenidos de 295 km/h, aunque para el 20 de octubre sus vientos decrecieron con lo que se mantuvo en categoría 4, así fue como entró a la Península de Yucatán. A las 12 horas del 21 de octubre, tocó tierra en Cozumel, y para las 3 de la tarde ya había cubierto toda la isla.

Pasadas las 8 de la noche entró por Puerto Morelos, con vientos sostenidos de 220 km/h y rachas de 270 km/h. de inmediato, la gente vació literalmente las tiendas con las compras de pánico, incluso antes de que se declarara la alerta roja y en las gasolineras las filas de autos eran interminables. Mientras la policía preventiva realizaba recorridos de prevención por todo Cancún.
En las calles del primer cuadro, toda una red de postes de alta tensión fue derribada palmeras y árboles y hasta agencias de autos cayeron sobre los coches estacionados. Había bardas vencidas sobre vehículos. El antiguo Hospital General sufrió daños en su infraestructura, lo que obligó a trasladar a cerca de 50 pacientes internados hacia áreas seguras de esa unidad o a otros nosocomios.
La Zona Hotelera presentó inundaciones por el desbordamiento de la laguna Bojórquez. El hotel de la cadena española Riu se inundó hasta su tercer nivel y el segundo piso de la tienda Sears de Plaza Las Américas desapareció totalmente.

A la mañana siguiente se desbordó el pillaje, hasta que elementos del Ejército y de las Fuerzas Federales de Apoyo, llegaron para cuidar plazas comerciales y tiendas de autoservicio para evitar más robos. En total, fueron saqueados 73 negocios, con el paso de los días, muchos de los que cometieron los actos de rapiña, fueron denunciados de manera anónima y ante el temor de un arresto, comenzaron a dejar los aparatos en plena calle.
Las cuadrillas de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) que llegaron de apoyo desde el centro del país, trabajaron días y noches enteras para restablecer el suministro, ya que cientos de vecinos se organizaron para hacer cuadrillas de vigilancia por las noches por la supuesta fuga de reos.
El encendiendo fogatas a los pocos días trajeron como consecuencia, enfermedades respiratorias en menores de edad y adultos mayores, de hecho, gran parte de la ciudad olía a humo.
La Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), envió dos aviones Hércules de 15 toneladas cada uno a Chetumal, cargados con láminas para la reconstrucción de las viviendas, otros dos más con agua embotellada y comida para los albergues. La Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación, confirmó severos daños en Solidaridad, Cozumel, Isla Mujeres, Benito Juárez, Lázaro Cárdenas y Carrillo Puerto.0

Una semana o diez días después del paso de la tormenta, las plantas de energía, aeropuertos y carreteras reanudaron sus operaciones. Los turistas varados lograron regresar a casa, el pillaje disminuyó y poco a poco todo regresaba a la normalidad en la ciudad de Cancún, pero la Zona Hotelera seguía sin la vida que le caracterizaba y las luces nocturnas de las discotecas estuvieron apagadas por semanas, el acceso general estuvo cerrado, había elementos de la Marina en la entrada y salida del boulevard Kukulcan, pero también podían verse elementos custodiando la zona de discotecas que estaba completamente a oscuras
El huracán afectó gran parte de las playas, un alto porcentaje de la infraestructura turística resultó afectada y si bien se pronosticaba que la Zona Hotelera de Cancún tardaría en recuperarse varios meses, sólo fueron de 4 a 5 semanas y poco a poco los hoteles, restaurantes y discotecas fueron abriendo sus puertas, la mayoría tras cobrar las pólizas de seguro. Otros pequeños empresarios tuvieron que buscar préstamos para acelerar su recuperación y sin duda, algunos quebraron y tuvieron que cerrar.

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El encargado de despacho de Bomberos en Cancún, Aquileo Cervantes Álvarez, recordó que en ese entonces tenía tres años de haber ingresado a la corporación, dijo que había postes de luz, árboles y cable caídos, lo que les hacía imposible transitar y todo el apoyo que brindaban era pie tierra.
“Movilizamos a muchas personas hacia los refugios como se podía, porque sus casas estaban inundadas, realizamos muchas actividades en ese huracán, en ese entonces nos tocó trabajar a todos 24x24 y éramos cerca de 100 elementos, también apoyamos en las evacuaciones en la Zona Hotelera, porque ya teníamos las 6 bases y el personal recorría las zonas de sus bases. Fue una experiencia muy complicada, y después seguimos apoyando para levantar la ciudad, creo que contribuimos, trabajando en conjunto con todas las brigadas de los tres órdenes de gobierno”.
Por su parte, Amilcar Galaviz, director de la Cruz Roja en Cancún, dijo que en ese entonces estaba en la Cruz Roja, pero en Playa del Carmen y recordó un servicio, justo durante el meteoro, donde explotó un tanque de gas en una casa; y dos menores de edad con quemaduras graves y fueron llevados a Cancún, en un camión anfibio de la Marina.

"Era como escuchar a la isla gritar": Voces de los cozumeleños
El 21 de octubre de 2005, la isla de Cozumel vivió uno de los episodios más devastadores de su historia reciente, el huracán Wilma, un ciclón de categoría 5, que permaneció estacionado sobre la isla durante más de 72 horas, dejando una huella imborrable de destrucción y resiliencia. Su intensidad con vientos superiores a los 260 kilómetros por hora y un ojo tan grande como la propia isla, convirtió a Wilma en el huracán más poderoso registrado en el Caribe hasta ese momento.
El fenómeno, originado en el Caribe occidental, llegó a Quintana Roo con fuerza inusitada, afectando severamente a Cozumel antes de avanzar hacia Cancún y la Península. Las condiciones extremas provocaron el colapso de techos, derribo de árboles, pérdida total de embarcaciones y un corte generalizado de energía eléctrica y comunicaciones. Durante tres días, la isla quedó completamente incomunicada, y sólo la solidaridad entre los habitantes permitió resistir el impacto.

Familias enteras se refugiaron en sus hogares o en albergues improvisados mientras el viento rugía sin cesar. “Era como escuchar a la isla gritar. Pensamos que no íbamos a salir vivos”, recuerda María Hernández, vecina de la colonia San Miguel, quien perdió su vivienda esa noche.
De acuerdo con la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS), el impacto económico de Wilma en Quintana Roo ascendió a mil 752 millones de dólares, uno de los desastres naturales más costosos en la historia del país. En Cozumel, los daños estructurales fueron cuantiosos, ya que muelles destruidos, negocios arrasados y toneladas de escombros cubriendo el malecón.
“Cuando el ojo del huracán pasó sobre nosotros, el silencio fue engañoso, salimos pensando que había terminado, pero horas después volvió el viento con más fuerza”, relató Carlos Pech, entonces voluntario de Protección Civil. “Tuvimos que improvisar refugios con láminas y lonas, no había señal, ni luz, ni gasolina, nada”.

La recuperación fue lenta y cosotosa. Sin embargo, la respuesta comunitaria marcó un precedente. “Wilma nos cambió para siempre”, afirma Rosa María Cárdenas, comerciante del mercado municipal. “Perdimos todo, pero también aprendimos a trabajar unidos. Desde entonces, cada temporada de huracanes nos preparamos mejor”.
A dos décadas de aquel suceso, Cozumel recuerda a Wilma no sólo como una catástrofe meteorológica, sino como un punto de inflexión en su historia. De la tragedia surgió una nueva cultura de prevención, solidaridad y reconstrucción, y una certeza compartida: la fuerza del pueblo cozumeleño puede resistir incluso la furia del mar.
Hoy, el legado de Wilma sigue presente en los programas de protección civil, en los simulacros anuales y en la memoria colectiva de una isla que aprendió a reconstruirse una y otra vez.

Tras 20 años, el huracán vive en las memorias de los lazarocardenses
El municipio de Lázaro Cárdenas ha transformado radicalmente su enfoque de respuesta a desastres, consolidando una cultura de la prevención que hoy es la base de su resiliencia ante amenazas hidrometeorológicas. La experiencia de Wilma, con sus catastróficas inundaciones en Holbox, la unión del mar, río y laguna, y los barcos varados sobre casas en Chiquilá, fue el catalizador que impulsó una profunda evolución en Protección Civil, la infraestructura y, fundamentalmente, en la conciencia ciudadana.
El huracán Wilma, un poderoso fenómeno que permanece vivo en la memoria de los habitantes, dejó al descubierto la vulnerabilidad del municipio: comunidades costeras como Holbox y Chiquilá quedaron sumergidas, la zona de Valladolid Nuevo resultó inaccesible e inundada, y La Esperanza se aisló por el desborde de la laguna, además de numerosos cortes en carreteras, esta traumática lección, sin embargo, se convirtió en el motor para un cambio sistémico, afirmaron autoridades de Protección Civil de Lázaro Cárdenas
Uno de los mayores aprendizajes fue la relevancia crítica de la alerta temprana, a activación de la Alerta Roja el 19 de octubre de 2005 permitió la evacuación de turistas y residentes de zonas costeras, incluyendo Holbox y Chiquilá.

Aunque la rápida respuesta fue clave para evitar un mayor número de víctimas en el estado, en el municipio también se evidenció la necesidad de reforzar la percepción de riesgo en la población local. actualmente, los sistemas de alerta temprana y la capacitación comunitaria son herramientas esenciales que han posicionado a la región en un nivel de respuesta superior ante eventos extremos.
La prolongada falta de electricidad y agua potable que se extendió por días e incluso semanas después de Wilma obligó a equipar los refugios con sistemas de energía de respaldo y reservas estratégicas de suministros básicos, garantizando así la autosuficiencia en el periodo posterior al impacto. Además, el monitoreo constante de las zonas bajas y vulnerables – identificadas plenamente durante el huracán, como las áreas inundables en Valladolid Nuevo y las zonas cercanas a cuerpos de agua – se realiza cada temporada de lluvia, esto permite una reacción inmediata y eficiente en caso de ser necesaria una evacuación preventiva.
La lección de Wilma también se extendió al ámbito de la seguridad y el orden público, para evitar actos de rapiña y garantizar la seguridad ciudadana durante y después de los fenómenos hidrometeorológicos, se estableció y ha evolucionado el Comité Operativo contra Fenómenos Hidrometeorológicos.