
Hilario ha pasado los últimos 20 años como pepenador. Es una persona de la tercera edad que carga con una historia marcada por la soledad, la calle y los recuerdos borrosos de una vida que alguna vez tuvo rumbo. Dice que ha muerto en vida más de una vez. En sus palabras se adivina el cansancio de los años y la resignación de quien no espera mucho del día que empieza.
Durante una etapa de su vida trabajó en Petróleos Mexicanos, pero ya no recuerda con claridad los detalles. De aquello no queda nada más que una vaga noción de que alguna vez tuvo un empleo estable. Desde hace años no tiene un hogar, duerme donde puede, donde lo alcanza la noche. Dice que un buen día es cuando logra reunir hasta 70 pesos vendiendo botellas y plásticos que recoge de la calle. Esas pequeñas ganancias las considera un respiro, aunque sea momentáneo.

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Cuenta que desde el huracán Wilma su vida se vino abajo. No supo explicar cómo exactamente, pero recuerda que a partir de ese momento se sintió perdido. Mencionó haber consumido estupefacientes en algún momento, aunque no profundizó mucho. También confesó que sufre del corazón y que su salud no es buena, pero no tiene atención médica ni recursos para buscarla.
Vive en la zona de la avenida López Portillo, cerca de la Torcacita. Por ahí hay un predio abandonado donde se han instalado varios pepenadores como él; sin embargo, prefiere mantenerse alejado. Dice que las personas que viven ahí son violentas y que se drogan con sustancias muy fuertes, todos los días. No quiere problemas, asegura que ya tiene suficiente con lo suyo.
Lo único que siempre lo acompaña es una maleta roja. Ahí guarda lo poco que tiene: algunas pastillas, botellas de alcohol, pan y lo que va encontrando o le regalan. Es su refugio portátil, su única certeza. Con eso sobrevive, un día a la vez.