Tras la prohibición de comida chatarra en su universidad, un estudiante decidió iniciar un pequeño negocio clandestino dentro del plantel. Vende botanas, bebidas y productos que ya no están disponibles, con el objetivo de apoyar económicamente a sus padres en el pago de la colegiatura. La iniciativa, aunque no autorizada, se ha convertido en un refugio para muchos estudiantes con antojos y sin opciones.
Alan estudia en una universidad privada donde no se permite la venta de comida chatarra. Sin embargo, viendo una oportunidad y con el deseo de aliviar la carga económica de sus padres, comenzó a vender refrescos, palomitas y muffins entre sus compañeros.
En el colegio en el que estudia se prohibió la venta de cualquier artículo con etiquetas de calorías o advertencias nutricionales. Ante esa restricción, Alan vio una oportunidad de negocio, ya que la demanda por estos productos seguía vigente.
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Lleva un mes en esta actividad
Comenzó ofreciendo sus productos de salón en salón, con la esperanza de que nadie lo denunciara. Para su sorpresa, ya lleva más de un mes con esta actividad. Aunque las autoridades escolares están en busca de vendedores no autorizados, Alan ha logrado seguir con su emprendimiento.
Reveló que no es el único: existe incluso un grupo de estudiantes vendedores que se alertan entre sí cuando hay sospechas de operativos escolares.
Además, dijo que hay maestros que también le compran. Sus productos más vendidos son la Coca-Cola, que ofrece en 25 pesos. A veces lleva otros antojos, pero nada destrona al refresco mencionado.
Comentó que hay compañeros que incluso venden banderillas y dulces con sabores variados, todo de manera clandestina.
Aunque sabe que, de ser descubierto, podría enfrentar alguna sanción por parte de la universidad —aunque no sabe exactamente cuál—, Alan asegura que el ingreso le ha permitido apoyar en el pago mensual de su colegiatura. Para él, su pequeño contrabando es más que un negocio: es una forma de ayudar a su familia.