
Cuentan los pobladores más antiguos que, en el año de 1974, ocurrió un suceso insólito que aún pone la piel de gallina a quienes lo recuerdan. Sucedió una noche cercana al Día de los Fieles Difuntos, en el antiguo cementerio del pueblo.
Todo comenzó cuando un hombre, quien era vecino de la comunidad, caminaba por la calle que conduce al camposanto, cuando comenzaba a oscurecer. De pronto, vio a lo lejos una multitud reunida frente a la puerta del panteón, eran hombres, mujeres y niños vestidos de blanco, portando velas encendidas que iluminaban débilmente la noche. Parecía una procesión silenciosa, y movido por la curiosidad, el sujeto se acercó.
Al llegar a las rejas del cementerio, una niña de unos ocho años, también vestida de blanco, se le acercó y le preguntó con voz suave: “¿Usted también va a entrar?”
El hombre respondió que sí, pues había ido a visitar las tumbas de sus familiares para asegurarse de que las veladoras siguieran encendidas. Entró sin miedo, pero al salir unos minutos después, notó algo escalofriante, pues la multitud había desaparecido por completo. Ni rastro de las personas, ni de la niña que se le había acercado. Sólo el viento, el silencio y el crujir de las hojas entre las tumbas.
Sobrecogido, el hombre rezó con fervor y regresó a su casa temblando. Esa misma noche le contó lo sucedido a su esposa, y poco después cayó con fiebre alta. Los vecinos dicen que lo curaron con baños de hierbas, y que sobrevivió para contar su experiencia.
Aquel hombre se llamaba Jacobo Polanco Quintal, recordado como uno de los primeros vendedores de periódico en la región. Sus restos descansan hoy en el mismo cementerio donde vivió aquel espeluznante encuentro de ultratumba.
Los pobladores aseguran que las ánimas sí existen y que, durante las noches de finados, salen a caminar entre los vivos. Por eso, dicen, hay que honrarlas con respeto, con flores, velas y la comida que tanto amaron en vida, porque si se les ofende, podrían volver para recordar su presencia.
El hombre que no creía en las ánimas
Cuentan los viejos del pueblo que hubo un hombre que no creía en las ánimas. Decía que los muertos no regresan, que los altares eran sólo supersticiones y la comida puesta en las mesas se echaba a perder en vano. Esa persona se llamaba Mateo Quintal, y su historia quedó grabada en la memoria de los habitantes de Chocholá.
Don Emilio Quintal Medina, de 85 años, originario de este pueblo, asegura que las ánimas sí existen. Él mismo las ha visto. Una noche de noviembre, mientras iba a encender las luces en el rancho donde trabajaba como velador. Eran alrededor de las 22:00 horas, el viento helado soplaba y una llovizna caía sobre el camino. De pronto, frente a él, apareció una procesión silenciosa: sombras vestidas de blanco, con velas encendidas en las manos. “Me dio miedo, sentí que mis piernas ya no me sostenían. Pero yo lo vi con mis propios ojos, nadie me lo contó. Las ánimas existen”, contó.

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También recuerda a su pariente, el difunto Mateo, quien solía regañar a su esposa por poner el altar de los muertos con flores, velas y comida. Decía que los muertos no comían.
Hasta que una noche, al regresar a casa, vio a sus padres fallecidos sentados frente al altar, probando los platillos que su esposa había preparado con tanto cariño. Mateo quedó paralizado del espanto y rompió en llanto. Pidió perdón a su mujer y, desde entonces, jamás dejó de poner su altar cada Día de Muertos.
Así aprendió que las ánimas sí regresan, y que las ofrendas no son en vano. Porque en las noches de finados, entre la luz de las velas y el aroma del pib, los espíritus de los seres queridos caminan de nuevo entre nosotros, buscando el sabor del recuerdo y el calor de los vivos.