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Yucatán

“Creía que sólo era tristeza, pero no”: Más de tres mil yucatecos han sido diagnosticados con depresión en un año

La Secretaría de Salud reportó que el 75% de los casos de depresión en Yucatán corresponde a hombres y el resto a mujeres.
En menos de diez meses, Yucatán ha rebasado las cifras de 2024 en diagnósticos de depresión
En menos de diez meses, Yucatán ha rebasado las cifras de 2024 en diagnósticos de depresión / Por Esto!

En los primeros días de octubre, justo cuando se conmemoraba el Día Mundial de la Salud Mental, las cifras oficiales en Yucatán encendieron las alarmas: 3 mil 770 personas han sido diagnosticadas con depresión en lo que va del año. La Secretaría de Salud reportó que el 75% de los casos corresponde a hombres y el resto a mujeres, lo que marca un cambio respecto a la tendencia nacional, donde suelen predominar las pacientes femeninas.

Tan solo el viernes 10 de octubre, día dedicado a reflexionar sobre el bienestar emocional, se documentaron 58 nuevos casos. En este mismo mes, al menos tres personas se quitaron la vida, todas con antecedentes de cuadros depresivos. Las autoridades admiten que se trata de un problema creciente, que ya supera en casi un 20% el total registrado durante todo 2024.

Una curva que no se detiene

El aumento de casos no es nuevo, pero sí preocupante. En 2023 se habían reportado 3 mil 138 personas con depresión, un año después la cifra bajó a 2 mil 944, según datos del Sistema Nacional de Vigilancia Epidemiológica. En apenas diez meses de 2025, Yucatán ya rebasó esas marcas.

El fenómeno no ocurre en el vacío. Durante 2024, el estado cerró con 331 muertes por suicidio, lo que representó una tasa de 14.2 por cada 100 mil habitantes, más del doble del promedio nacional. De esas muertes, 283 fueron hombres y 48 mujeres, según registros del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). En 2023, el número había sido ligeramente mayor, con 341 suicidios, por lo que las autoridades estatales reconocen que el problema se mantiene en niveles alarmantes.

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A pesar de los programas de prevención y la apertura de nuevas líneas de atención, Yucatán se mantiene entre las tres entidades con mayor incidencia suicida del país, junto con Chihuahua y Aguascalientes.

Factores detrás del trastorno

Especialistas consultados explican que detrás de estas cifras hay una combinación de factores sociales, económicos y culturales. La incertidumbre económica, la precariedad laboral y la pérdida de vínculos familiares son detonantes frecuentes. A ello se suman barreras de acceso a la atención psicológica, sobre todo en comunidades rurales donde los servicios son escasos o inexistentes.

“En Mérida hay oferta privada, pero en el interior del estado la atención psicológica es casi un lujo”, explica una psicóloga de la red estatal de salud mental. “El problema es que muchas personas no buscan ayuda hasta que la crisis es severa. En el caso de los hombres, el estigma es aún más fuerte: creen que pedir apoyo es una muestra de debilidad”.

El aislamiento social, los trastornos de ansiedad y el consumo de alcohol o sustancias agravan los cuadros depresivos. En jóvenes, los especialistas apuntan al acoso escolar y a la presión académica como nuevos detonantes. Según registros de la Secretaría de Salud, desde los 9 años se detectan casos de depresión infantil, y el grupo de entre 14 y 29 años concentra una parte importante de los diagnósticos.

Un sistema saturado y desigual

El sistema público de salud mental en Yucatán enfrenta limitaciones que hacen más difícil atender la demanda. Aunque la estrategia estatal “Aliados por la Vida” —creada para prevenir el suicidio y promover el bienestar emocional— se mantiene activa, los recursos son insuficientes para cubrir toda la entidad.

El protocolo “Código 100”, implementado en hospitales y centros de salud, busca atender de manera inmediata a personas con riesgo suicida. Sin embargo, su aplicación aún no es uniforme en todos los municipios.

En palabras de un funcionario estatal, “falta personal especializado y herramientas para detectar a tiempo los casos”. En promedio, en el sistema público hay un psicólogo por cada 12 mil habitantes, muy por debajo del estándar recomendado por la Organización Mundial de la Salud.

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Las brechas territoriales también pesan. Mientras Mérida concentra buena parte de la infraestructura sanitaria, los municipios del oriente y del sur del estado tienen que desplazarse largas distancias para recibir atención. Esto hace que muchos opten por callar, automedicarse o resignarse.

Detrás de los números, vidas en riesgo

Cada cifra esconde una historia. La de un joven que dejó de salir con sus amigos, la de una madre que perdió el empleo y no volvió a dormir tranquila, la de un hombre que calla su tristeza porque “los hombres no lloran”. Historias como la de Edwin N., rey del carnaval de Baca, quien se quitó la vida este año tras una fiesta, conmocionaron a la opinión pública y abrieron el debate sobre la salud mental en los varones.

Pero también hay relatos de esperanza. Personas que lograron recuperarse gracias al acompañamiento psicológico o comunitario. En grupos de apoyo de Mérida, varios pacientes coinciden en que hablar fue el primer paso. “Creía que sólo era tristeza, pero no: era una enfermedad. Cuando me atreví a pedir ayuda, comencé a salir adelante”, cuenta una mujer que acude a terapia desde el 2024.

Los retos que persisten

A pesar de los esfuerzos institucionales, la depresión sigue siendo una enfermedad subdiagnosticada y mal comprendida. En la mayoría de los casos, los síntomas no se detectan hasta que ya hay intentos de suicidio o crisis graves. La falta de coordinación entre dependencias y la escasez de campañas sostenidas son algunos de los puntos débiles.

Organizaciones civiles que trabajan en comunidades rurales insisten en que la clave está en fortalecer las redes locales: capacitar a maestros, líderes comunitarios, policías y personal médico de primer contacto para reconocer las señales de alerta.

Entre los síntomas que deben encender focos rojos están el aislamiento social, la pérdida de interés en actividades cotidianas, los cambios en el sueño o el apetito, la culpa excesiva y los pensamientos recurrentes de muerte.

“Lo más importante es romper el silencio. La depresión no es falta de carácter, es una enfermedad tratable”, subraya la especialista.

Una tarea pendiente

Mientras Yucatán busca revertir las cifras, los expertos coinciden en un punto: el combate a la depresión no se gana sólo en los consultorios. Se requiere una política pública integral, con más presupuesto, campañas permanentes, espacios seguros y atención gratuita o de bajo costo. También se necesita empatía social: una cultura que entienda que la salud mental es tan importante como la física.

El reto no es menor. Si la tendencia actual continúa, 2025 podría cerrar como el año con más casos de depresión en la historia reciente del estado.

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